La
víspera de San Juan, la noche de San Juan, es la puerta de entrada al verano. Es
la noche mágica del triunfo del día sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad.
Es la noche de fiesta por excelencia en Menorca. La fiesta de San Juan en Ciutadella
es el emblema y modelo para cualquiera de las demás fiestas veraniegas de la
isla. Fiesta ancestral, tradicional, llena de rituales que se mantienen hoy
religiosamente, a pesar de la masificación que se sufre año tras año en la
población debido a la celebridad y a la difusión de que es objeto.
Hoy
saco a relucir un texto de Josep Pla, autor de una de las primeras guías
turísticas de las Islas Baleares –tal vez la primera- que se publicaron durante
la posguerra. Se trata del libro Mallorca, Menorca e Ibiza, ilustrado con
fotografías de F. Catalá Roca, publicado por Ediciones Destino, Barcelona en
1950 y reeditado en 1962, en la colección Guías de España.

Tengamos en cuenta
en primer lugar el contexto: la posguerra española; marginación cuando no
prohibición del catalán; Josep Pla, autor, según tengo entendido, bien valorado
por el régimen franquista. Así, pues, no debe extrañarnos que una obra de estas
características, de 633 páginas, encuadernada en tela con sobrecubierta, ampliamente
ilustrada con fotografías y unos mapas de las islas absolutamente
inverosímiles, maravillosamente naïf, que sin duda debió de tener amplia
difusión, se escribiera y publicara en castellano –aun siendo el catalán la
lengua de las Baleares- y con el nombre del autor también castellanizado: José
Pla.
Reproduzco
a continuación el texto de Pla sobre la fiesta de San Juan en Ciutadella, pues
describe de forma modélica y precisa la organización, actividades, protocolos y ritos que
se mantienen hoy en día tal cual.
“Una
de las efemérides anuales más curiosas de Ciudadela encaja perfectamente dentro
de su carácter de ciudad tradicional. Me refiero a sus célebres fiestas de San
Juan, que se introdujeron, según los historiadores locales, en época muy antigua,
y cuyo carácter, al parecer, dimana de las justas y torneos que en los tiempos
medievales estaban tan en boga en casi todos los países de Europa. Las fiestas
tienen tres momentos: el Diumenge d’es Be, que se celebra el domingo anterior a
San Juan; la víspera de dicho día y el de San Juan mismo. Los festejos los hace
una cofradía inmemorial: la Junta de Cajeros de la Cofradía de San Juan, en la
cual están representados los antiguos estamentos de la ciudad: el caixer
senyor, que ha de ser un aristócrata de la nobleza ciudadelana, el caixer
fadrí, el caixer menestral, los dos caixers pagesos y el caixer capellà o
capellana, representante del clero.
El
Día d’es Be es el de la invitación a la fiesta. Se forma una comitiva,
precedida por un hombre cubierto con dos pieles, desnudos los pies y brazos,
que van señalados con cruces encarnadas, con una especie de visera en la
frente, en la que va bordado un Agnus Dei, y llevando a cuestas un cordero vivo y muy adornado. Le
siguen el pregonero, tocando el tamboril y el caramillo, el caixer fadrí, con
una bandera con la cruz de Malta, el caixer menestral y los dos caixers pagesos,
con dos bandejas de plata, cerrando la marcha el caixer senyor y la capellana,
es decir, la aristocarcia y el clero. La comitiva visita las autoridades,
propietarios y colonos del término, invitándolos a las fiestas.
A
esta comitiva inicial se van sumando en la víspera de San Juan los cavallers,
formándose entonces una gran cabalgata con muchos caballos y payeses montados
en ellos. En la cabalgata toman parte los mejores caballos del país, ricamente
enjaezados, montados por jóvenes y robustos payeses vestidos con calzón corto,
una especie de levita y sombrero de puntas. El tocador de caramillo abre la
marcha, montado en una borrica. Sigue luego la comitiva de la Junta dels
Caixers ya descrita, cerrada por el caixer senyor y la capellana, que es un
sacerdote vestido de caballero, pero con vestiduras negras, alzacuello y una
capita. En otro tiempo, para que se comprenda la calidad y rudeza de la fiesta,
hay que decirlo –era portador de los Santos Óleos. Cuando los ciudadelanos ven
pasar la somereta del flabioler y escuchan el instrumento, el júbilo y el
alborozo se desbordan por doquier.
La
víspera de San Juan llega la cabalgata al Borne ante el inmenso gentío reunido
en el lugar. El golpe de vista es magnífico. De pronto se hace un gran
silencio, del cual emergen, en un momento determiando, los sones furiosamente
metálicos de una banda de instrumetnos
de viento. Por los músculos de los caballos pasa entonces como una corriente
eléctrica. De la muchedumbre reunida se levanta una vociferación , un griterío
espantoso, frenético. Y entonces los caballos, aun los más alejados de la
música y la explosión de gritos, empiezan a moverse, a saltar, a caracolear
sobre sí mismos, a levantarse, como centauros, sobre sus patas traseras y en un
instante se produce una indescriptible confusión. Los jinetes pueden apenas
guardar la línea de la cabalgata, y el espectáculo de ver cuarenta o cincuenta
caballos corriendo o saltando desaforadamente por la plaza azuzados por el
delirio de la muchedumbre es realmente magnífico.
La
cabalgata da en el Borne las tres vueltas que constituyen el caragol, y después
se dirige al oratorio llamado Sant Joan de Missa, a pocos quilómetros de la
ciudad, donde se cantan completas y se entrega a cada jinete una caña verde. A
su regreso a la población, tras las corregudes a sa plaça, repite varias veces
es caragol, pero no en el Borne, sino en el punto más céntrico de la ciudad y en
los alrededores del convento de las clarisas. Jinetes y caballos penetran en
las casas –fan entra- , solicitados por la gente moza que las llena y que hace
ane cada caballo un derroche de agilidad, atrevimiento y buen humor.
El
día de San Juan transcurre entre repetidos caragols y la missa dels caixers,
que se celebra al mediodía en la Catedral, para llegar a la culminación de la
fiesta por la tarde en Es Pla o paseo de San Juan.En un estrado levantado
exprofeso, preside el Ayuntamiento, y el pueblo todo congregado en el coso y en
los miradores escalonados de los huertos que, cual tribunas y graderíos de un
anfiteatro, rodean Es Pla, sigue con interés, que se manifiesa con un continuo
griterío, la suerte y desarrollo de los diversos juegos. Estos consisten
principalmente en córrer s’ensortilla (ensartar con una pica, y llevando el
caballo al galope una sortija pendiente ebn medio del coso), córrer carotes
(romper a golpes de alcancías o a puñetazos unos escudos de madera con caras g
rotescas, corriendo uno al lado del otro el jinete que sostiene el escudo y el
que lo golpea), y finalmente, córrer abraçats (abrazarse y besarse dos jinetes
sin dejar de galopar).

Estas hazañas constituyen un digno final de las fiestas
de San Juan: el pueblo, tan enraizado con esta festividad, reclama todavía la
presencia de los caballeros, en las calles porticadas de la ciudad, para
repetir las corregudes y caracolear hasta avanzada la noche”. (páginas 440 a
444)