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domingo, 31 de julio de 2011

Jenaro Talens y Eloy Sánchez Rosillo: la luz

Hay dos poetas a los que acudo con frecuencia, porque en ellos encuentro un poema para cada momento y en muchas ocasiones descubro sentido donde alguna vez hallé sólo palabras. Es el encanto y el misterio de la poesía.
Jenaro Talens y Eloy Sánchez Rosillo tienen para mí ese valor: el de la voz conocida con la que te reencuentras a menudo y el de la magia evocadora de la literatura, que sabe sorprenderte y mostrarte la belleza de algo que aún no conocías o en lo que no habías reparado.
La luz es sin duda un tema literario que podríamos rastrear en el tiempo y desentrañar los múltiples significados que posee para los poetas. Genaro Talens y Sánchez Rosillo no son ajenos a esta tradición. En estos poemas que hoy destaco, No hay más tinta que el cuerpo, de Talens, y El manantial, de Sánchez Rosillo, la luz tiene la fuerza de lo que conecta con la fuente del ser y de la vida, y no obstante, la belleza no reside en la idea que da cuerpo a los poemas, sino en el lenguaje, en cómo se dice todo cuanto nos llega desde estas voces.

Que los disfrutéis, amigos, que su lectura sea un placer.
NO HAY MÁS TINTA QUE EL CUERPO (2005)
I
Luz de intemperie, di, ¿cómo contar                        
todo el aroma y el color del tiempo?
¿Quién sabría decir
qué fue el aire de un tiempo?
                                           Las cenizas
con que el lucero del amanecer
se asoma a los tejados
traen un extraño resplandor
y al pie de las espigas de la noche
hay bandadas de pájaros
en el andén roído por la lluvia.
No conocen historias.
Vuelan y no sucede
nada; tan sólo cambia
la luz: esa memoria pálida del mundo.
El verano se anuncia en Grange-Canal.
Avanza lento sobre los raíles
y en él percibo el deterioro
de una repetición que se me escapa.
Hasta la presunción de claridad
vendimia cepas de otro sol. ¿Comprendes?
No es más que el sueño de sobrevivir
en mi pequeño reino del sentido.

II
¿Adónde va la luz cuando se apaga,
humilde flor del pensamiento que
en medio de la abrupta soledad
eres mi incierta compañía?
Sé que la luz existe porque fluye.
Así los años que recuerdo a oscuras.
El sol ignora que lo llamo sol
y, sin embargo, viene
hasta este cuerpo que persiste en mí,
y me da lumbre y ánimo y cobijo
y también algo de calor, sin otra
contrapartida que cesar. No dice
cuánta memoria ha ardido a ras de cielo,
ni en qué naufragio indómito la noche
dio paso a un alba intermitente. Aquí,
donde el fulgor renace cada día,
el viento gime y me saluda. Salve.
La muerte acecha, pero sigo en pie.






 Jenaro Talens (2006) Puntos cardinales. Poesía 1991-2006. Madrid: Cátedra












EL MANANTIAL

Este deseo, esta necesidad
de retornar mil veces
a donde está la luz.
No a donde estuvo y se apagó muy pronto,
sino al lugar radiante del que siempre
sigue y sigue manando.
Respirarla, beberla
cuando a ese sitio nuestros pasos vuelven,
es completar la vida, lo que entonces
apenas fue o no vimos
que en nuestro transcurrir se demorara.
Regresar a ese limpio manantial:
cuánta misericordia inagotable.
Ningún daño se encuentra allí al acecho:
allí el amor no se termina nunca.

 




Eloy Sánchez Rosillo (2008) Oír la luz. Barcelona: Tusquets

domingo, 24 de julio de 2011

Iris Murdoch: La negra noche


Confieso que saqué La negra noche de la biblioteca pública sin ninguna expectativa en especial, sólo con el deseo de leer algo de Iris Murdoch, de la que sólo sabía que era considerada una buena novelista, que cuando murió estaba enferma de Alzheimer y que hay una película sobre su vida. El prólogo de Álvaro Pombo me resultó sugerente, me animó a leer y a intentar descubrir aspectos que él apunta.
Hoy he terminado la novela. Decir que me ha gustado no sería exacto: me ha interesado, que es distinto. Se trata de una obra que no deja indiferente, sorprende, da pie a reflexiones a medida que se va leyendo, incluso me formulaba a veces esta pregunta: ¿realmente me gusta la novela? Sí, si gustar es dejarse cautivar por los personajes, por sus actos, sus problemas, por su vida interior, por sus relaciones y por sus vidas, imperfectas y contradictorias. Hay, además, fragmentos de gran belleza y profundidad.
Los personajes de La negra noche viven en Londres, forman parte de un entramado familiar y de amigos en torno a Louise y sus tres hijas, Sefton, Aleph y Moy. Un acontecimiento un tanto extraño, el supuesto asesinato de Peter Mir por parte de Lucas Graffe, otorga a la novela un cierto aire de relato policíaco, pero sólo en apariencia. Peter Mir, que no muere realmente,  aparece de forma misteriosa para entrar a formar parte de la vida de estas personas a quienes desea conocer y tratar: Louise y sus hijas, Bellamy, Clement, Joan, Harvey. En principio parece moverle el deseo de venganza contra su fallido asesino, quien, según el propio Peter, deseaba en el fondo matar a su hermano Clement. Esta línea argumental es el pretexto, no el núcleo de la novela. La aparición de Peter, que al principio conmociona a todos, constituye un catalizador gracias al cual los personajes van moviéndose entre ellos en una especie de concierto instrumental, como un coro de voces que unas veces canta al unísono y otras calla para dejar oír una sola voz.
El relato en tercera persona se alterna con diálogos, cartas y con fragmentos de monólogo interior que nos permiten entrever la interioridad de los personajes. Son textos llenos de matices que expresan la profunda humanidad de los seres a cuyas vidas asistimos en lo que dura la lectura de la novela. En La negra noche, más que de argumento en sentido clásico, debemos hablar de un fragmento de vida: seres humanos que ya vivían antes de empezar a leer y que seguirán viviendo cuando llegamos al final de la obra. Evidentemente, la novela termina. Las múltiples tramas tejidas en torno a las vidas de los personajes van teniendo todas ellas su desenlace más o menos perfilado, y no obstante siempre intuimos que la vida sigue, que aquello es sólo un alto en el camino a modo de instantánea.
Y bien, ¿qué es lo que convierte La negra noche en una novela valiosa e interesante? En mi opinión, por una parte, la construcción literaria –estética- de los personajes y la forma en que éstos se manejan con los asuntos que les preocupan; por otra, el simbolismo clásico, mitológico y literario que impregna toda la narración unido a un fondo moral y ético que mueve la conducta de todos ellos. Este es, para mí, el esquema estructural de la novela, que articula una temática múltiple y compleja desde una aparente sencillez.
Las inseguridades y temores que padecen Louise, Clement, Sefton, Moy y Harvey se alimentan de una profunda preocupación por el bien de los otros, por el temor a causar daño sin querer o por las propias insuficiencias. El miedo a hacer daño se extiende incluso a las relaciones amorosas. Hay diversos triángulos: Joan desea a Clement, Clement ama a Louise, pero cree que Moy está enamorada de él. Sefton está enamorada de Harvey, pero cree que él y Aleph se aman desde siempre, por poner dos ejemplos. Estas falsas percepciones son fuente de dolor y de malentendidos. En el fondo late el deseo de hacer el bien unido al miedo a causar daño a las personas queridas. En otro sentido, Bellamy, deseoso de hacer el bien y  tan preocupado por sus problemas religiosos, descuida un asunto clave: la coherencia. Su supuesta fe, tan teñida de vago y desesperado misticismo, no es otra cosa falta de valor para actuar con el coraje que requiere vivir de acuerdo con un principio moral. Bellamy busca siempre su salvación en otra persona, sin ver que sólo depende de sí mismo.
El temor a causar daño y el deseo de hacer el bien adquieren una dimensión casi cósmica en la figura de la entrañable Moy. La menor de las tres hijas de Louise posee un marcado espíritu creativo y artístico, a la vez que, con su carácter serio, reflexivo y sensible, se siente unida al mundo natural, a los animales y a las piedras. Su sensibilidad la lleva a intentar salvar a cualquier ser vivo que se encuentre en peligro de perder la vida, incluso arriesgando la propia, como en el caso de la aventura del cisne. Junto a Moy encontramos a Anax, el perro de Bellamy, que tiene en esta historia un importante papel.
La profunda conciencia de sí mismos de estos personajes contrasta con la extravagancia y el desapego de otros como Lucas Graffe, el excéntrico profesor de historia, o Peter Mir, que une en sí las cualidades del mago y del farsante. Los golpes de efecto no son raros en La negra noche.
El título original de la novela es The Green Knight. En ella aparece mencionado el caballero verde en diversas ocasiones. Con ello la autora alude al personaje de una antigua novela medieval anónima, relacionado con Gawain y el rey Arturo en una situación de prueba. No he leído directamente esta historia, sólo conozco el argumento superficialmente, pero tengo la impresión de que puede establecerse un paralelismo entre el Caballero Verde y Peter Mir. De hecho, seguro que una relectura a la luz de ciertas claves interpretativas puede resultar francamente rica y sugerente.

miércoles, 20 de julio de 2011

E. Annie Proulx: Atando cabos

Tras el título Atando cabos, traducción española de The Shipping News, se encuentra una bella historia que capta la atención del lector y la mantiene hasta el final. Me ha parecido una novela rica, simbólica, llena de vida, vinculada al concepto de regeneración. La vida y la muerte, no siempre física, con el mar glacial del norte como fondo.
Quoyle, un hombre de treinta y cinco años, poco agraciado físicamente, periodista de poca categoría, a quien la vida no ha tratado demasiado bien y nunca se ha sentido apreciado ni valorado, es abandonado por su mujer, de la que estaba profunda y dolorosamente enamorado. Petal se va con otro hombre llevándose a sus dos hijas Bunny y Sunshine. En la carretera, un accidente de tráfico acaba con la vida de Petal y Quoyle recobra a las niñas. En este momento de profundo dolor y desesperanza su tía le propone irse todos juntos a Killick-Claw, ciudad de Newfoundland, en Terranova, la tierra de sus antepasados. Partridge, un amigo de Quoyle relacionado con el mundo editorial, le busca un trabajo de reportero en El Pájaro Charlatán, el  periódico de la ciudad. Así que Quoyle, sus hijas, su tía y Warren, la perra, abandonan Nueva York y emprenden un viaje que cambiará sus vidas.
El viaje de Nueva York a Terranova es el tránsito de la vida urbana y civilizada, -pero no por eso más humana- a la vida en un entorno duro y hostil, gobernado por las fuerzas de una naturaleza que en todo momento impone su ley: frío, nieve, hielo, tormentas, una costa abrupta y salvaje, un mar tempestuoso que es a la vez fuente de subsistencia y tumba de muchos habitantes de la zona. En Killick-Claw la tía se encuentra con la sorpresa de que la vieja casa familiar sigue en pie después de cuarenta años de permanecer deshabitada. Deciden arreglarla y vivir en ella. Quoyle empieza a trabajar como reportero en el periódico local. Rápidamente entablan relación con las gentes de la zona, multitud de personajes que pueblan la novela y ayudan al despliegue del carácter y a la evolución de Quoyle y sus hijas. La dureza del clima y del entorno impide a la familia Quoyle vivir todo el año en la casa y durante el invierno se ven obligados a trasladarse a la población y hospedarse en casa de los Buggit, centro neurálgico de la vida de Quoyle, junto con la redacción de El Pájaro Charlatán.
Destacan los personajes masculinos. Quoyle en primer lugar, como protagonista de la novela. El viaje a Terranova es un viaje de regeneración y de construcción personal. Abrirse y entregarse a las circunstancias de la vida en un entorno nada fácil, pero poblado de seres verdaderamente humanos le hace desarrollarse como persona, superar carencias y temores, tener amigos, tener amor. Pasa de ser un hombre solitario, triste y apocado a encontrar su lugar en el mundo y construirse una identidad más sólida y compleja. Los demás hombres, Jack Buggit, pescador-editor de El Pájaro Charlatán, Ted Card, Nutbeem, Billy Pretty,  Dennys Buggit, Diddy Shovel…  de profesiones diversas pero siempre relacionadas con el mar, se perfilan como individualidades poseedoras de vida propia e historias en las que la relación con el mar y la pesca y sus peligros y azares les confieren identidad y marcan sus relaciones con Quoyle.
Entre las mujeres, Agnis Hamm, tía de Quoyle, y Wavey Prowse, la mujer alta y callada, viuda, madre de Herry, un niño con síndrome de Down. Agnis Hamm es una mujer fuerte y valiente, apoyo familiar y personal para Quoyle y fuente de recursos ante los problemas del día a día. Representa la continuidad de las raíces familiares entre los Quoyle. Mujer independiente, se dedica a la tapicería de barcos y en un momento dado de la novela se independiza totalmente y desaparece de la escena principal. Wavey Prouse, seria y cálida, entrará lentamente en la vida de Quoyle y ambos resurgirán renovados de las dolorosas circunstancias del pasado.
La novela se abre con un texto de agradecimientos en el que E. Annie Proulx deja constancia de que la verdadera inspiración para su novela procede del libro de Clifford W. Ashley, El libro de los nudos de Ashley. Así, desde el principio cada capítulo lleva un título, la ilustración de un nudo y una cita del libro de Ashley en su mayor parte y en algunos casos del Diccionario del Marinero o de Quipus y nudos de las brujas. Estas citas, me parece a mí, expresan la relación simbólica del contenido del capítulo con la clase de nudo descrita en ella. Dicha relación no siempre queda clara, es preciso releer. Resulta curioso el hecho de que la autora extrajo las citas de obras que no forman parte de los géneros literarios clásicos, sino que se trata de libros de género didáctico de tipo práctico. El interés radica en la carga simbólica que adquieren tanto la cita como el nudo en relación con lo relatado en el capítulo. Una idea queda bien clara al final de la novela con una cita que remite a la primera, anterior al primer capítulo: la gran variedad de nudos existentes y de nudos posibles.
¿Qué representan los nudos? ¿Cuál es su función a lo largo de la novela? El nudo es un importante símbolo universal. Según el Diccionario de los símbolos de J. Chevalier y A. Gheerbrant, el nudo tiene significados diversos y ambivalentes, “el nudo es coerción, complicación, complejo, enredo; pero los nudos, mediante la cuerda, están atados entre ellos y ligados a su principio. Los nudos también pueden materializar los embrollos de la fatalidad. En la literatura y en el arte religioso simbolizan la potencia que liga y desliga. También pueden simbolizar la unión de dos seres o un vínculo social, o incluso también un lazo cósmico con la vida primordial.” Así que los nudos vienen a representar la gran variedad y la versatilidad de la experiencia humana en los diversos ámbitos de la vida, tal como van sucediendo los momentos de la vida de Quoyle y su familia en Killick-Claw.
La muerte es un tema presente: la muerte física de algunos personajes, el relato de algunas muertes en el mar y la muerte simbólica representada por las situaciones que marcan el final de una etapa vivida por ciertos personajes, aquello que muere para que algo nuevo pueda nacer. Cuando la casa desaparece en medio de la tempestad, muere el pasado familiar. El mar se lleva el lastre de generaciones anteriores de los Quoyle y surge la oportunidad de una vida realmente nueva.
Otros temas van surgiendo al leer Atando cabos: la lucha por la supervivencia del ser humano en un medio hostil, las consecuencias del cambio económico y social sobre una zona dedicada tradicionalmente a la pesca, el estilo de vida de los habitantes de la zona de Newfoundland, el peso de las raíces familiares, la amistad, la solidaridad, algunos conceptos del amor  y otros muchos que me dejo en el teclado. Me ha parecido una novela cargada de sentido,  hermosa, llena de fe en la capacidad humana de sobrevivir y renacer en medio de las dificultades.

viernes, 8 de julio de 2011

Gumersind Riera: Vull que m'enterrin ací


De entre todos los poemas que he leído del poeta menorquín Gumersind Riera (Fornells, 1909-1990) el que prefiero es éste:

VULL QUE M’ENTERRIN ACÍ

Vull que m’enterrin ací,
de cara a la tramuntana,
vora aquesta arena groga,
sota aquestes aigües blaves.

Vindré amb les dues mans buides
—nua l’ànima—.
Vull confondre’m
amb les aigües
com una espurna de llum
o un esquitx d’escuma blanca.


Me parece un poema rotundo y preciso: breve y sencillo, esencial y elemental. En él se resume mi sueño de eternidad cada vez que me sumerjo en el mar de Menorca. Junto a él y en él vivo y he vivido. En él deseo permanecer para siempre cuando lleguen mi día y mi hora. Amo la vida y amo el mar, que en sí lo contiene todo.

domingo, 3 de julio de 2011

Poema del mes. Julio: Constantino Kavafis

¡Hay tantos poetas que me gustan! Constatino P. Kavafis (Alejandría, 1863-1933) es uno de ellos. Es un poeta especial e inconfundible, tiene una voz propia y una temática que hacen que cuando se le ha leído una vez resulte para siempre inolvidable. No es para leerlo con prisas. Hay que buscar un rincón de silencio y soledad, donde nadie moleste, y entonces sumergirse en sus poemas. Hojear el libro, revisar el índice, escoger los poemas un poco al azar, dejándose llevar por los títulos y después, en una segunda lectura, entrar de verdad en la lectura de Kavafis.

Es cierto que hay poemas que ya son clásicos, como "Ítaca", o "El dios abandona a Antonio", pero hay muchos otros que sin ser tan famosos son también bellísimos y llenos de contenido, como este que presento hoy traducido por Pedro Bárdenas de la Peña:

IDUS DE MARZO
(1911)
Teme, alma mía, la grandeza.
Y si no puedes vencer tus ambiciones,
con cautela y precaución secúndalas.
Cuanto más adelante vayas,

estate más atenta y avisada.

Y cuando llegado hayas a tu cénit, un César ya,
cuando de un hombre afamado tengas porte,
entonces, en especial cuando salgas a la calle,
ilustre señor con tu cortejo,
si por ventura de entre la gente se te acerca
algún Artemidoro con un escrito en la mano
y aprisa dice: "Lee esto de inmediato,
es un asunto de importancia que te atañe",
no dejes de detenerte. No dejes de aplazar
cualquier charla o trabajo. No dejes de alejarte
de cuantos por saludarte se arrodillan
(más tarde los verás); que aguarde incluso
el mismísimo Senado y conoce al punto
el grave escrito de Artemidoro.

Tengo dos libros sobre Kavafis que recomiendo a cualquiera que se interese por conocer la obra de este gran poeta helenístico: Carne y tiempo (Lecturas e inquisiciones sobre Constantino Kavafis) de Luis Antonio de Villena, editado por Planeta, y Cavafis,  número de  la revista Litoral dedicado al escritor. De esta última publicación extraigo un breve texto de W. H. Auden sobre aquello que hace tan especial a Constantino Kavafis.

“¿Qué es pues lo que de los poemas de Cavafis sobrevive a su traducción y nos conmueve? Algo que sólo se me ocurre llamar, con la mayor inadecuación, un tono de voz, un discurso personal. He leído traducciones de Cavafis de muchas manos distintas, pero cualquiera de ellas era inmediatamente reconocible como un poema de Cavafis; nadie más que él podría haberlo escrito. Al leer cualquiera de sus poemas tiene uno la impresión de que lo leído revela a una persona con una perspectiva única del universo. Aun cuando no deje de parecerme muy sorprendente, tengo la certeza de que el lenguaje de la autorrevelación es traducible. Mi conclusión a ese propósito es que la sola cualidad común a todos los seres humanos sin excepción es su singularidad: cualquier característica que en un individuo pueda considerarse compartida con otro, como ser pelirrojo o hablar inglés, supones la existencia de otras cualidades individuales que la clasificación fundada en aquella característica excluye. Por consiguiente, en tanto que producto de una cultura determinada, un poema es difícil de verter en los moldes de otra cultura; sin embargo, en la medida en que sea expresión de un ser humano único, su apreciación resulta tan fácil o tan difícil para una persona de una cultura ajena coo para una persona del grupo cultural al que el poeta pueda pertenecer.
Si la importancia de la poesía de Cavafis reside en la singularidad de su tono de voz, nada tiene el crítico que decir, porque la crítica sólo puede hacer comparaciones. Un tono de voz único no puede ser descrito; puede ser sólo imitado, es decir, parodiado o citado.”