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miércoles, 23 de noviembre de 2011

La belleza de la humilde cebolla: entre Renoir y Neruda

Las odas de Pablo Neruda expresan la belleza de las cosas humildes, de los seres corrientes, de los objetos gastados por el uso, algunos tan amados. La humilde cebolla, ese manjar, que junto con el pan es el futuro alimento de jóvenes amantes que no tienen otra cosa que su amor, esa delicia de la cocina popular o de la más sofisticada, es cantada por Neruda en su "Oda a la cebolla". Cuando el año pasado fui al Museo del Prado a ver la exposición dedicada a Renoir, me encantaron los bodegones, pero muy especialmente "Cebollas".


Tanto el poema como el cuadro me enseñaron a ver las cebollas con otros ojos. Antes eran simplemente ingredientes de una ensalada o de la preparación de cualquier plato. No tenían para mí otra entidad. Desde que contemplé la pintura de Renoir en vivo y en directo, aprecio y valoro las cebollas por su belleza: su delicado color, la crujiente ligereza de sus capas, su suave brillo... La oda de Neruda, por su parte, es una auténtica explosión de bellas metáforas en torno a la cebolla:
Cebolla
luminosa redoma,
pétalo a pétalo
se formó tu hermosura,
escamas de cristal te acrecentaron
y en el secreto de la tierra oscura
se redondeó tu vientre de rocío.

Bajo la tierra
fue el milagro
y cuando apareció
tu torpe tallo verde,
y nacieron
tus hojas como espadas en el huerto,
la tierra acumuló su poderío
mostrando tu desnuda transparencia,
y como en Afrodita el mar remoto
duplicó la magnolia
levantando sus senos,
la tierra
así te hizo,
cebolla,
clara como un planeta,
y destinada
a relucir,
constelación constante,
redonda rosa de agua,
sobre
la mesa
de las pobres gentes.

Generosa
deshaces
tu globo de frescura
en la consumación
ferviente de la olla,
y el jirón de cristal
al calor encendido del aceite
se transforma en rizada pluma de oro.

También recordaré cómo fecunda
tu influencia el amor de la ensalada
y parece que el cielo contribuye
dándote fina forma de granizo
a celebrar tu claridad picada
sobre los hemisferios de un tomate.

Pero al alcance
de las manos del pueblo,
regada con aceite,
espolvoreada
con un poco de sal,
matas el hambre
del jornalero en el duro camino.
Estrella de los pobres,
hada madrina
envuelta en delicado
papel, sales del suelo,
eterna, intacta, pura
como semilla de astro,
y al cortarte
el cuchillo en la cocina
sube la única lágrima
sin pena.
Nos hiciste llorar sin afligirnos.

Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
eres para mis ojos
globo celeste, copa de platino,
baile inmóvil
de anémona nevada
y vive la fragancia de la tierra
en tu naturaleza cristalina.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Rupa Bajwa: El vendedor de saris

No conozco para nada la literatura india. Este libro es el primero que he leído, por tanto no tengo referencias de ningún tipo, no puedo comparar. Desconozco tendencias, temas, estilos, épocas: no sé nada. Mi hija y mi amiga Juana leyeron la novela antes que yo y ya me dijeron que les había gustado, pero que la encontraban triste. Y esta ha sido también mi impresión. Una novela interesante, de fácil y agradable lectura, bien construida, pero muy triste.
 Ramchand es un joven de veintiséis años que trabaja de dependiente en una tienda de saris en la localidad de Amritsar. Su vida es mísera, rutinaria y monótona. Es como si estuviera  aplastado y alienado por la rutina. Lleva años haciendo lo mismo. Vive solo en un cuartucho alquilado, sus padres murieron cuando era niño y quedó al cuidado de sus parientes, que se quedaron con las pertenencias de sus padres que le habrían correspondido a él. Sus relaciones sociales se limitan a los compañeros de trabajo, a su jefe y a las clientas de la tienda. Ramchand pasa por la vida como un espectador, pues todo cuanto vamos descubriendo acerca de la vida y de la sociedad de la India moderna es a través de sus ojos y de sus percepciones.
Para Ramchand cualquier novedad supone un transtorno, una alteración de su estado de ánimo temeroso, tímido y apocado. Los acontecimientos importantes de su vida se concentran en visitar a algunas clientas ricas que tienen bodas en perspectiva para mostrarles los saris y facilitarles las compras. Fuera de la tienda, se siente fascinado por la mujer de su casero, a la que observa desde su casa, maravillado por las actividades domésticas que la joven realiza durante el día. El casero y su familia tienen lo que en el fondo de su corazón Ramchand  ansía: vida y afecto.
Un día su jefe le envía a casa de Chander, otro dependiente que no ha acudido al trabajo. Al llegar a casa de su compañero se encuentra con un panorama desolador: su amigo está muy alterado y en un rincón ve a su mujer tirada, con señales de haber sido golpeada. Esta escena le produce una viva impresión. A partir de este momento aumenta la tensión narrativa. Kamla, la esposa de Chander, pasa a ocupar un lugar destacado como personaje de gran carga dramática hasta el final de la novela.
El vendedor de saris es un relato sorprendente. La autora adopta el punto de vista de su personaje. El estilo narrativo es simple, de tono aparentemente inocente. De buenas a primeras tiene un cierto de aire de novela de tesis. Todo está contado de una forma muy sencilla, con bastantes simplificaciones, de modo que mientras leía me preguntaba en qué pararía todo, tanta sencillez resultaba sospechosa. Ramchand no se cuestiona nada, no se rebela contra nada ni contra nadie, es un chico bastante timorato. Pero  tampoco lo hacen otros personajes de su mismo nivel social.
A lo largo de la novela la autora contrasta continuamente ricos y poderosos con pobres y  miserables, lujo y pobreza. Destacan las diferencias entre hombres y mujeres, y sobre todo, las diferencias entre las mujeres pobres y las ricas o acomodadas, aunque todas dependen de los maridos. La única mujer mayor independiente es la señora Sachsdeva, profesora de la universidad y la única joven independiente es Rina, hija de un hombre rico, que ha cursado estudios superiores y se ha casado por amor. Rupa Bajwa ofrece un panorama de la India moderna poco alentador. Es ciertamente una visión crítica en la que la simplicidad de los personajes resulta engañosa.
Algunos planteamientos de corte naturalista, como los orígenes de Ramchand  y los de Kamla, marcados por la muerte de los padres,  por el abandono y la falta de afecto, que anulan su capacidad de reacción constructiva y de salir de la triste situación en que se encuentran, van más allá de lo meramente argumental para apuntar un mensaje desesperanzador: en la India de hoy, todo progreso y toda riqueza son aparentes, pues los más desfavorecidos son los más castigados, incluso por los de su propia clase social, paralizada por cientos de años de arcaica tradición que no ha hecho otra cosa que perpetuar las desigualdades, la negación de derechos y la crueldad.
Al acabar la lectura me invadieron el desaliento y la tristeza, pero me pareció una novela buena, bien pensada, coherente, con un enfoque basado en poner de relieve todo tipo de contrastes. La inocencia de Ramchand no le salva de la cobardía y de la bajeza, de la connivencia acomodaticia con quienes se portan cruelmente. No se entrevé la esperanza del cambio hacia una sociedad más igualitaria y más justa, porque estos valores no han arraigado en el corazón de las personas a la vez que las modas occidentales.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Literatura comparada: una carta de Pedro Salinas

La idealización de la realidad -tema que Pedro Salinas analiza a fondo en su estudio sobre la poesía de Garcilaso de la Vega, poeta con el que sentía una gran afinidad-, se  materializa de una forma deliciosamente divertida en la carta que escribió a Katherine Whitmore  desde Santander el 30 de enero de 1933. Evidentemente, se trata de la carta de un hombre  para quien literatura y vida no tienen fronteras, son una misma cosa. En ella, la expresión de su amor y admiración por la belleza de la mujer que ama queda envuelta en los ecos del amor idealizado que don Quijote sentía por Dulcinea, “la sin par Dulcinea”. Cuando leí esta carta me vino a la mente  el capítulo cuarto de la primera parte de Don Quijote de la Mancha, donde dice así don Quijote:
“- Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y será don Quijote de la Mancha.”
Momentos después se enfrenta con unos mercaderes exigiéndoles el reconocimiento de la belleza de su dama:
“- Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la Emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.”
Lo más de lo más. Lo que Katherine Whitmore fue también para el poeta. En su carta le comenta la sensación que le producen algunas de sus obligaciones profesionales, cuya importancia e interés quedan relegados a un segundo plano, porque para él lo más valioso y esencial es ella. Es en la expresión de esa esencialidad donde podemos reconocer esos ecos cervantinos, en los títulos que medio en broma y medio en serio otorga a su dama. Así como Dulcinea es Emperatriz de la Mancha, lugar real para don Quijote, Salinas concede a Katherine Whitmore títulos de importancia parecida, que aluden a lugares significativos en su biografía amorosa.
“[…] Estaré todo el día entre ese elemento odioso llamado las autoridades y que denota lo fácil que es gobernar un país cuando se deja regir por semejantes idiotas. De lejos le parece a uno, al cándido vulgo, que su gobernador, su alcalde, son seres infinitamente sabios y capaces, alumbrados de todas las virtudes. De cerca se ve que son pobres gentes mediocres abrumadas por un nombre. No es mi género. Prefiero cien veces la gente del pueblo, no adulterara, ignorante, espontánea, si tiene finura natural, a estos pseudo-todo: pseudo intelectuales, pseudo educados, pseudo gobernantes. Nunca escogeré mis amigos ni mis compañías por el lugar social ni por el renombre. No colecciono tipos del Who’s Who. Yo tengo el mío. Mi almanaque Gotha. Y en la primera página está el retrato de Her Mayesty Katherine Reding, con una larga serie de títulos [con] que yo la he discernido: Emperatriz del Atlántico, Presidenta de la República de Northampton, Gran Duquesa de Kansas, Princesa de Monte Esquinza, fundadora de Toledo, de Alicante, de Tarragona y Barcelona, restauradora de Madrid, Papisa, in partis infidelibus, de Santander, Sirena Mayor del Mediterráneo, descubridora del Peñón, monarca de las Amazonas mecánicas (vulgo automovilista), benefactora de Smith College y otras instituciones de enseñanza que ha honrado con su presencia, estrella fugaz del curso de Madrid, representante auténtica de la Mitología y la Fábula en el mundo de hoy, marquesa de Bremen, condesa de Majestic, baronesa de Aquitania, poseedora en exclusiva a perpetuidad con patente para América y España de los ojos más bonitos, de la boca más bonita, del cuerpo más bonito, del alma más bonita, y del hombre más tonto (que suscribe y se honra con este título) del mundo. ¿Qué te parece la primera página de mi Who’s Who? Aún queda más. Y luego, dejo cien páginas en blanco para guardar la debida distancia entre tú, los demás, y aislar a tan gran dama de toda proximidad o cercanía con lo humano lateral. ¡Pero qué de bobadas te estoy diciendo, darling mía! Qué modo de empezar un día oficial. ¡Si lo supieran todos estos tipos que se creen importantes y que me tendrán por un señor formal! No saben que tengo mi alegría nueva, mi gozo oculto, mi vacación interior, mi juego, mi divino juego, el más serio de todos y el más jubiloso de todos, mi amor a ti, todo, tu 
                                                                                                                                                                  Pedro"
[Pedro Salinas, Cartas a Katherine Whitmore. Tusquets. Barcelona, 2002. Edición y prólogo de Enric Bou.]

sábado, 5 de noviembre de 2011

Poema del mes: Antonio Colinas

Este lluvioso sábado de otoño, con sus nubes grises blanquecinas u oscuras, con el aire quieto y húmedo sin llegar a ser frío, conecta bien con este poema de Antonio Colinas (1946), "Noviembre en Inglaterra", perteneciente al libro Sepulcro en Tarquinia (1976). Texto evocador, apunta directamente a estos sueños y deseos de otras tierras y otros paisajes que a veces nos invaden. Más que un paisaje en sí, se busca lo que este evoca en el fondo de cada uno.
"Noviembre en Inglaterra" invita a la relectura. El poema tiene su propio ritmo y el lector interesado debe hallarlo sin el apoyo de una puntuación convencional. El sentido y el ritmo de las frases se crean mutuamente.
NOVIEMBRE EN INGLATERRA 
                               Happy is England
                                         Yet do I sometimes feel a languishment
                                         For skies Italian.
                                                                                 JOHN KEATS

yo sé que ahora es noviembre allá en Inglaterra
son azules las noches y copiosas en astros,
cosa extraña pues ya la nieve va cayendo
en los montes de Escocia, voraz consume el fuego
las ramas del espino, cuelan desnudas ramas
el sol que filtran tristes las cortinas y deja
su oro viejo en los libros de vuestras bibliotecas,
aún se puede apreciar, en el fondo de prado
con escarcha, las luces de los invernaderos,
es ésta la estación más pura, ni la música,
ni el arte, ni los besos, la corrompen, sólo hay
como una expectativa inmensa sin los pájaros,
un silencio de lunas y de soles muy fríos
que sin embargo dicen al corazón que sueña
otras tierras: escúchate, aquí termina el mundo,
sublime apoteosis del respeto y las rosas,
no bajes hacia el mar que, tenebroso y húmedo,
alberga toda muerte.