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martes, 31 de julio de 2012

El combate interior: un tema artístico y literario

No sé muy bien por qué, pero ayer me acordé de la visita que hice al parque de Vigeland, en Oslo, hace siete años. Me impresionaron tanto la fuerza y la plasticidad de las esculturas como los temas que estas expresan. Contemplarlas de cerca emociona. El conjunto escultórico recorre todos los momentos del ciclo de la vida humana, incluso hay bellos detalles referidos a los sentimientos que unen a los miembros de una misma familia, la pasión amorosa, la complicidad, la solidaridad entre la pareja… en fin, todo lo relativo a la vida.

Hay, sin embargo, cuatro esculturas en las esquinas del puente en las que se representa a una persona y un lagarto o dragón. Tres personas luchan con la fiera y en la cuarta escultura una mujer se deja abrazar por el dragón. El combate del ser humano, hombre o mujer, con la fiera es algo que siempre me llama la atención, porque apunta a algo común en el ser humano: la lucha con su sombra o con sus miedos, la lucha con esa parte oscura de nosotros mismos, como si fuera un dragón o una fiera que puede presentar rostros diversos, pero siempre es el tormento que nos infligimos a nosotros mismos. Puede ser el enemigo que cada cual lleva dentro de sí y que a veces parece triunfar sobre nuestra racionalidad y sentido común. Puede ser algo que nos negamos a ver en nosotros mismos y que aflora a pesar nuestro. Puede ser cualquier cosa con la que uno lucha en su interior a solas y sin ayuda. Algo que necesitamos saber acerca de nosotros mismos y aceptar y reconducir, como la mujer que se deja abrazar por el dragón.


El tema de la lucha interior aparece también en la literatura. Antonio Machado en "Proverbios y cantares", parte del libro Campos de Castilla, nos dice:

XXIII
No extrañéis, dulces amigos,
que esté mi frente arrugada.
Yo vivo en paz con los hombres
y en guerra con mis entrañas.

Es la postura del hombre contenido y respetuoso, dialogante con los otros, que sin embargo mantiene una lucha a muerte con una parte de sí mismo. Como tantas personas, cuya zona oscura entabla combate con la luz de su razón.
Don Quijote, al final de la novela, en el capítulo LXXII de la segunda parte, cuando regresa con Sancho a su tierra, este alude a los combates que el hidalgo ha tenido que librar consigo mismo, enemigo más poderoso que cuantos se le hayan presentado en los muchos lances que ha vivido:
“Con estos pensamientos y deseos, subieron una cuesta arriba, desde la cual descubrieron su aldea, la cual vista de Sancho, se hincó de rodillas y dijo:
—Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza tu hijo, si no muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también tu hijo don Quijote, que, si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo, que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede. Dineros llevo, porque si buenos azotes me daban, bien caballero me iba.
—Déjate desas sandeces —dijo don Quijote—, y vamos con pie derecho a entrar en nuestro lugar, donde daremos vado a nuestras imaginaciones, y la traza que en la pastoral vida pensamos ejercitar.
Con esto, bajaron de la cuesta y se fueron a su pueblo.”
Cervantes recoge aquí el tòpico clásico de origen estoico, la victoria de sí mismo, que conduce a la serenidad espiritual.
Aunque quizá es el poeta Miguel Hernández quien con más fuerza y dramatismo presenta en El rayo que no cesa ese desgarro con que el ser humano vive en su interior esa feroz guerra consigo mismo:
¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de fraguas coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará esta terca estalactita
de cultivar sus duras cabelleras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grita?

Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
de sus lluviosos rayos destructores.

Existe algo en el corazón humano, o más precisamente, en la mente humana, que nos lleva a entablar angustioso combate contra nosotros mismos, como si lleváramos dentro un poderoso enemigo que a veces logra doblegarnos. Puede ser, tal vez, el miedo. O los temores ciegos que en ciertas situaciones nos dominan y pueden llevarnos a la destrucción.

martes, 24 de julio de 2012

Irène Némirovsky: El vino de la soledad

Cuando ya se conoce un poco de la vida de Irène Némirovsky y se han leído algunas de sus obras, además de Suite francesa, uno se da cuenta de que esta brillante novelista escribió una y otra vez la misma historia. En otras palabras, tomó una y otra vez el mismo tema bajo distintos enfoques argumentales: la niña o la joven judía  de familia rica que no es querida por su madre y cuyo padre, dedicado siempre a los negocios, a ganar mucho dinero, está casi siempre fuera de casa, ausente del papel que debería desempeñar en la vida de su hija y en la familia.
Este y no otro es el tema que surge directa y descarnadamente de las circunstancias de la vida de Irène Némirovsky, tal como se expone en el prólogo de Myriam Anissimov a Suite francesa. Su padre, León Némirovsky, fue uno de los banqueros más ricos de Rusia. “Irène, confiada a los buenos cuidados de su aya, recibió las enseñanzas de excelentes preceptores. Como sus padres sentían escaso interés por su hogar, fue una niña extremadamente desdichada y solitaria. Su padre, a quien adoraba y admiraba, pasaba la mayor parte del tiempo ocupado en sus negocios, de viaje o jugándose fortunas en el casino. Su madre, que se hacía llamar Fanny (de nombre hebreo Faïga), la había traído al mundo con el mero propósito de complacer a su acaudalado esposo. Sin embargo, vivió el nacimiento de su hija como una primera señal del declive de su feminidad, y la abandonó a los cuidados de su nodriza. Fanny Némirovsky (Odessa, 1887-París, 1989) experimentaba una especie de aversión hacia su hija, que jamás recibió de ella el menor gesto de amor. Se pasaba las horas frente al espejo acechando la aparición de arrugas, maquillándose, recibiendo masajes, y el resto del tiempo fuera de casa, en busca de aventuras extraconyugales. Muy envanecida de su belleza, veía con horror cómo sus rasgos se marchitaban y la convertían en una mujer que pronto tendría que recurrir a gigolós. No obstante, para demostrarse que todavía era joven se negó a ver en Irène, ya adolescente, otra cosa que una niña, y durante mucho tiempo la obligó a vestirse y peinarse como una pequeña colegiala.
Irène, abandonada a su suerte durante las vacaciones de su aya, se refugió en la lectura, empezó a escribir y resistió la desesperación desarrollando a su vez un odio feroz contra su madre. Esta violencia, las relaciones contra natura entre madre e hija, ocupa un lugar capital en su obra.”
La venganza de Irène contra su madre se lleva a cabo en el campo de la literatura. El baile (1930) es el germen de El vino de la soledad (1935). En El baile, novela brevísma, que se lee en una hora, aparecen el tema y los motivos que se desarrollaran ampliamente en El vino de la soledad, cuyo argumento es como sigue:
Elena, una niña inteligente y sensible, sufre cruelmente la falta de atención y de cariño de su madre, Bella, que nunca tiene para ella una palabra amable, sino todo lo contrario, menosprecio y comentarios desabridos. La madre vive solo pendiente de sí misma, de sus caprichos y del vano deseo de una vida más emocionante que la que le brinda su familia. Boris Karol, el padre, quiere tiernamente a su hija, que le adora, pero es un hombre conformista y tolerante con respecto a su mujer, de quien está muy enamorado, y para no perderla hace la vista gorda con Max, amante de Bella. Elena es educada por Mademoiselle Rose, institutriz francesa, que la trata con cariño y benevolencia .
El padre de Elena cambia de trabajo y comienza una época de gran enriquecimiento, pero también de alejamiento de su familia. Boris Karol deja solas durante largas temporadas a su mujer, que disfruta libremente de la compañía de su amante, y a su hija, que sufre amargamente por la falta de cariño y comprensión de su madre.
Elena va incubando día a día la rabia y el resentimiento contra su madre y contra Max. Su mirada es la de una niña mucho más madura para su edad. El constante sufrimiento, la reflexión, la atenta vigilancia y observación de su madre y de Max la han hecho madurar y crecer por dentro mucho más rápidamente de lo habitual para su edad: es como una vieja escéptica en el cuerpo de una adolescente. Cuando pierde a Mademoiselle Rose siente que ya no tiene nada que perder y, consciente de que se está convirtiendo en una joven atractiva, planea su venganza contra su madre y contra Max.
El trasfondo en el que se desarrolla esta historia es la Europa de los primeros veinte años del siglo XX: la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre, la emigración de muchos judíos ricos desde Rusia hacia Francia, como fue el caso de la familia de Irène Némirovsky, el asentamiento definitivo en Francia… todo esto aparece mencionado sin entrar en detalles, pero de forma inequívoca. Es el contexto en el que se mueven la familia de la autora de la novela y los personajes de El vino de la soledad.
Además del asunto de la relación con la madre, aparece otro tema recurrente en la narrativa de Némirosky: el hombre de negocios judío que solo vive para ganar dinero, que se enriquece desmesuradamente, pero no disfruta realmente de la riqueza, pues toda su actividad y su energía están encaminadas hacia el negocio. La esposa, en cambio, disfruta y dilapida el dinero, que nunca es suficiente.
En la novelística de Irène Némirovsky la figura del hombre de negocios tiene a veces tintes trágicos, pues no es verdaderamente amado, sino simplemente soportado en tanto que proveedor de los recursos necesarios para llevar una vida de lujo y despilfarro. Así ocurre con Boris Karol, igual que con David Golder, personaje protagonista de la novela con la que Némirovsky se dio a conocer en Francia.
El hombre dominado por el afán de dinero y riquezas, cuyo logro acaba siendo su razón de ser aparece también en El maestro de almas. Esos personajes masculinos son también jugadores, capaces de ganar y perder rápidamente grandes sumas de dinero. Hombres ricos sujetos a reveses de fortuna no solo a causa de su afición al juego, sino por la repercusión de las circunstancias políticas y económicas de su época, que siempre aparecen entrevistas, dibujadas por la autora en rápidos apuntes perfectamente claros que sitúan al lector en el contexto.
El vino de la soledad es una novela intimista e introspectiva, pues todo está relatado o bien por Elena, la protagonista, o desde su punto de vista principalmente. Pero no es el único personaje cuya interioridad se nos revela. Bella, su madre, se nos muestra de forma descarnada, con toda su miseria y su debilidad, con una dureza de corazón que ya desde el principio aparta al lector de cualquier tipo de identificación con ella. Arrastrada y dominada por la pasión, por lo que ella llama amor, incapaz de amar a su hija, resulta un personaje patético. Max, su amante, un hombre débil e inseguro, cuya insustancialidad e inconsistencia moral le hacen ser duro y despectivo con Elena.
Para mí, lo más interesante de esta novela es lo que nos dice de su autora. A través de sus personajes podemos hacernos una idea cabal de la amargura que dominó su infancia y su adolescencia. La frialdad de su madre y la falta de cariño durante tantos años fueron una herida abierta en su corazón. La literatura le sirvió quizá de liberación y de catarsis.

martes, 17 de julio de 2012

Kate Morton: El jardín olvidado (II). Los símbolos

Cuando publiqué la reseña de El jardín olvidado ya mencioné que se trata de una novela cargada de simbolismo, hecho que la dota de profundidad y belleza literaria. Hoy comentaré los símbolos que me parecen más directamente relacionados con el argumento y con el título de la novela. He utilizado el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant y voy a exponer los significados que en él se  atribuyen a determinados símbolos. Dejaré a juicio del lector la interpretación concreta de cada uno en relación con el argumento.

El símbolo es un signo que evoca otra realidad, que contiene un sentido oculto y misterioso que apela al fondo irracional del inconsciente, del sentimiento y la emoción. Funciona de manera global, como un todo significativo. El análisis y la descomposición de los elementos y significados del símbolo siempre se dan a posteriori, una vez ha realizado su función. Cuanto más universal es un símbolo, más riqueza y variedad de significados posee, a veces incluso contradictorios. 

El tema central de El jardín olvidado es el de la búsqueda de la identidad personal: la de Nell y la de Cassandra, nieta de Nell. Esa  temática se desarrolla a través del doble viaje emprendido por Cassandra: el viaje desde Australia a Inglaterra y el viaje hacia el pasado para descubrir la verdad acerca del origen familiar de su abuela.

El título de El jardín olvidado alude a un núcleo argumental de carácter simbólico en torno a estos elementos: el jardín, el laberinto, el árbol, el manzano, y el viaje. Como se aprecia leyendo esta historia, el viaje y el jardín son los símbolos primordiales, quedando los otros tres en un nivel secundario, aunque profundamente relacionados en un todo significativo.

Voy a partir de un texto del capítulo 35 (págs. 345-352), cuya acción transcurre en Cornualles, en 2005, cuando Cassandra va a cenar a casa de Julia y le explica el hallazgo de un jardín al fondo de la cabaña que heredó de su abuela: “Es un jardín oculto, un jardín amurallado al fondo de la cabaña. No creo que nadie haya estado dentro en décadas, y no me extraña, los muros son muy altos, completamente cubiertos por setos. Jamás sospecharías que está allí.” Es un jardín descuidado, pero no muerto, pues en él han sobrevivido las plantas y la estructura esencial. Destaca un árbol especial: “Deberías ver el manzano, debe de ser centenario”.

Después,  lee una anotación del cuaderno de recortes de Rose, donde esta cuenta cómo Eliza la llevó por el laberinto porque quería enseñarle algo:  

Con gran floritura, Eliza sacó una llave del bolsillo de su falda y antes de que tuviera tiempo de preguntarle de dónde había sacado semejante objeto, la puso en la cerradura. La hizo girar y empujó haciendo que la puerta se abriera lentamente.

Dentro, un jardín. Similar y sin embargo diferente a nuestros otros jardines. Para empezar, está completamente amurallado. Los muros de piedra lo rodean por los cuatro costados, interrumpidos sólo por dos puertas metálicas opuestas entre sí, una sobre la pared norte, y otra en la sur… […]

El jardín estaba bien cuidado y con pocas plantas. Tenía el aspecto de un campo en barbecho, esperando ser plantado cuando pasaran los meses invernales. En su centro, un ornado banco metálico junto a un bebedero de piedra para aves, y en el suelo había varios cajones de madera cargados con pequeñas plantas. […]

Va a ser nuestro, Rose, tuyo y mío. Un lugar secreto en donde poder estar juntas, sólo nosotras dos, tal como lo imaginamos cuando éramos pequeñas. Cuatro muros, puertas cerradas, nuestro paraíso. Incluso cuando no estés bien podrás venir aquí, Rose. Los muros lo protegen de los fuertes vientos del mar, así que podrás escuchar el cantar de los pájaros, oler las flores y sentir el sol en el rostro.

A continuación, Eliza invita a Rose a realizar una ceremonia especial: plantar el manzano.

-¿Qué clase de árbol es? –pregunté.
-Un manzano.
Debía haberlo sabido. Eliza siempre tenía el ojo atento al simbolismo, y las manzanas son, después de todo, las primeras frutas.

Al final de la novela reaparecen el laberinto y el jardín vinculados al desenlace de la acción.

En los antiguos jardines era frecuente la existencia de un laberinto, costumbre que sigue vigente en la actualidad. Según el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant, el laberinto “conduce también al interior de sí mismo, hacia una suerte de santuario interior y oculto donde reside lo más misterioso de la persona humana”. En él se puede encontrar “la perdida unidad del ser”.  Otro de los significados dice que “la llegada al centro del laberinto, como al término de una iniciación, introduce en una logia invisible que los artistas de los laberintos han dejado siempre en el misterio, o, mejor, que cada uno puede llenar según la propia intuición o las afinidades personales". En cuanto al laberinto como proceso de transformación personal, “la transformación del yo que se opera en el centro del laberinto y que se afirma a plena luz al fin del viaje de retorno al término de este pasaje de las tinieblas a la luz, marca la victoria de lo espiritual sobre lo material y, al mismo tiempo, de lo eterno sobre lo perecedero, la inteligencia sobre el instinto, el saber sobre la violencia ciega.”

El jardín es “un símbolo del paraíso terrenal, del cosmos que lo tiene como centro, del paraíso celestial y de los estados espirituales que corresponden a las estancias paradisíacas.” Puede considerarse también un símbolo del orden frente al caos, de cultura frente a la naturaleza salvaje y de conciencia ante lo inconsciente. En la literatura puede aparecer asociado al locus amoenus por su carácter de oasis de paz, sombra, frescor o refugio. El jardín suele ser a veces un espacio cerrado, el hortus conclusus, lugar protegido por tapias o muros, que se convierten entonces en protecciones simbólicas.

Según el diccionario de Símbolos y alegorías, de Matilde Battistini, “el cercado representa la acción ordenadora del hombre sobre la naturaleza y de la razón sobre los impulsos inconscientes. El cercado subraya el valor iniciático del jardín, como territorio fronterizo entre el mundo de la naturaleza y el de la cultura. En la tradición cristiana el hortus conclusus es el símbolo de la Virgen María y del Paraíso Terrenal.” Según Chevalier y Gheerbrant, desde el punto de vista psicológico viene a ser una alegoría del sí mismo cuando en el centro se halla un gran árbol o una fuente.


El árboles un símbolo de la vida en perpetua evolución, […] sirve también para simbolizar el carácter cíclico de la evolución cósmica: muerte y regeneración”. Comunica los tres niveles del cosmos: el celestial, el terrenal y los infiernos. Reúne también los cuatro elementos: aire, agua, tierra, fuego. Es un símbolo de las relaciones entre el cielo y la tierra. Según las tradiciones judías y cristianas, el árbol simboliza la vida del espíritu y es también un símbolo femenino, pues surge de la tierra madre y da frutos. Modernamente, se considera al árbol símbolo de la vida a todos los niveles.  Se asimila a la madre, al manantial y al agua primordial. En el centro del  Jardín del Edén estaban el árbol de la vida y el del conocimiento del bien y del mal.


El manzano y su fruto se relacionan con el conocimiento y con la inmortalidad. Tiene la categoría de árbol sagrado en la tradición gala y en las tradiciones celtas la manzana es una fruta de ciencia, de magia y de revelación.

El viaje posee un rico y amplio simbolismo que se resume “en la búsqueda de la verdad, de la paz, de la inmortalidad, en la busca y el descubrimiento de un centro espiritual.” Está asociado a la peregrinación, a la superación de pruebas y a la progresión espiritual. Es una aventura y una búsqueda, pues expresa un profundo deseo de cambio interior y una necesidad de experiencias nuevas.

Creo que para los lectores que hayan disfrutado leyendo El jardín olvidado resultará agradable elaborar su propia interpretación del sentido de los elementos simbólicos a la luz del argumento de la novela. Esas notas que os dejo son fruto de mi interés por conocer el significado de los símbolos en la literatura y en el arte. Es una afición en la que encuentro un gran placer y diversión.

viernes, 6 de julio de 2012

Françoise Sagan: Buenos días, tristeza

Aquel verano yo tenía  diecisiete años y era feliz del todo.” Así comienza Buenos días, tristeza después de un breve preámbulo referido a ese sentimiento. Después de muchísimos años he releído la primera novela de la escritora francesa Françoise Sagan (1935-2004). La leí por primera vez cuando tenía probablemente la misma edad de la protagonista, a los diecisiete o dieciocho años. Me gustó, encontré que era una novela interesante en la que una chica de mi edad vivía situaciones que aquí, en la España de principios de los años 70, cuando aún vivía el general  Franco, eran impensables totalmente. Recuerdo bien que una señora  mayor  a quien también agradaba la lectura, me puso reparos a esta novela, vino a decir que era un poco inmoral y que no había que hacerle mucho caso.

La publicación de Buenos días, tristeza en 1954, cuando Françoise Sagan tenía dieciocho años,  la lanzó a la fama literaria, pues se convirtió en un auténtico best seller. El director de cine Otto Preminger llevó la novela al cine, en una película protagonizada por David Niven, Jean Seberg y Deborah Kerr. Buenos días, tristeza fue una pequeña revolución en el panorama literario francés de la época. Recibió muchos ataques y condenas a causa de la temática y de la juventud de la autora, pero también muchas críticas elogiosas. Con ella, Françoise Sagan inició una larga carrera literaria, en la que destacan obras como ¿Le gusta Brahms? y Una cierta sonrisa.

El título procede de unos versos de un poema de Paul Éluard que ya comenté en la entrada anterior, y que comienza así: “Adiós tristeza/ Buenos días tristeza”. La alusión a la tristeza abre y cierra el relato tiñéndolo de suave melancolía. Es la tristeza que impregna la evocación de un momento decisivo del pasado.

En Buenos días, tristeza Françoise Sagan retrata la burguesía acomodada que se halla inmersa en el hedonismo y el hastío de una vida disipada, sin un rumbo claro, sin más proyecto que la diversión y la falta de complicaciones. Si repasamos la biografía de la escritora, veremos que hay en la novela elementos autobiográficos que se reflejan en Cecilia, la joven protagonista y narradora. La biografía de Françoise Sagan proyecta una alargada sombra sobre su producción literaria. Es fácil darse cuenta por poco que se indague entre algunos textos sobre Sagan que pueden encontrarse en la red. En algunos se concede más peso a la peripecia vital marcada por el alcohol y las drogas que a su producción literaria. A mí me parece que hay que valorar las creaciones literarias  independientemente del juicio que merezcan las vidas de los escritores.

Cecilia, joven de diecisiete años, huérfana de madre desde muy pequeña, relata sus recuerdos de un verano pasado en el sur de Francia con su padre y Elsa, la amante de este. Ella y su padre, hombre amable, ligero e inmaduro, forman un tándem indestructible y existe entre ellos una sólida complicidad. La llegada de Ana, antigua amiga de su madre, altera la vida cómoda y despreocupada en la que están felizmente instalados los tres. La forma de ser de Ana, sus criterios y su escala de valores chocan frontalmente con el tipo de vida y con la libertad a la que está habituada Cecilia. Cuando su padre anuncia que va a casarse con Ana, Cecilia se asusta solo de pensar en que la seria y sensata Ana dirigirá sus vidas, siente peligrar lo más preciado: su libertad. Entonces, traza un plan.

Buenos días, tristeza relata la toma de conciencia de sí misma de una joven en el deseo por disfrutar del amor, sin tener una certeza de qué puede ser este sentimiento que anda tan íntimamente unido al placer, a la diversión y al sexo. Es también la consciencia de la libertad personal de acuerdo con una escala de valores que en su momento chocó con las normas imperantes en Francia a mediados de los 50 y, cómo no, también en España al ser publicada la traducción.

“- Tú no piensas esas cosas –dijo Ana con una leve sonrisa de compasión-. Piensas poco en el mañana, ¿no? Es el privilegio de la juventud.
-Te lo ruego –le dije-, no me eches así en cara mi juventud. Me sirvo de ella tan poco como puedo; nunca he creído que me dé derecho a todos los privilegios y que por ella se me tenga que perdonar todo. No doy importancia a ser joven.
-¿A qué das importancia? ¿A tu tranquilidad, a tu independencia?
Me asustaban esas conversaciones, sobre todo con Ana.
-A nada –le dije-. Tú sabes que reflexiono poco.
-Me chocáis tu padre y tú. No pensáis las cosas, no servís para casi nada, no sabéis nada… ¿Os gusta ser así?
-Yo no me gusto. No tengo amor propio ni deseo tenerlo. Eres tú la que te obstinas en complicarme la vida y no pienses que te lo agradezca.

Algo destacable en Buenos días, tristeza es la coherencia, la lucidez que demuestra la autora siendo tan joven. El relato de Cecilia nos revela, por una parte, la ligereza juvenil, y por otra, una mente calculadora y manipuladora. En este sentido es importante descubrir la madurez de la autora en el despliegue del personaje principal. Cecilia parte de un buen conocimiento de sí misma, relata sus maquinaciones, nos muestra su conocimiento de la psicología de las personas que la rodean y la conciencia de estar manejando a la gente para alcanzar sus fines. La defensa del estilo de vida que llevan ella y su padre recorre la historia. Es precioso y entrañable el retrato que nos hace de este personaje tan querido:

“A nadie he querido como a él, y, de todos mis sentimientos de esa época, los que inspiraba mi padre eran los más estables, los más hondos, los que yo apreciaba más. Le conozco demasiado para hablar de él sin cierto reparo y me siento demasiado cerca de él. Sin embargo, para que su conducta parezca aceptable, he de hablar más de él que de los otros. No era un hombre vano ni un hombre egoísta. Era ligero, de una ligereza incurable. No puedo hablar de él como de un hombre incapaz de sentimientos profundos, como de un  irresponsable. En su amor por mí no había la menor ligereza, ni lo consideraba una simple costumbre de padre. Podía sufrir por mí más que por otro cualquiera. Y yo, recuerdo la desesperación que me entró la vez que él tuvo conmigo un gesto de indiferencia, y que su mirada se apartó de mí abandonándome. Nunca ponía sus pasiones antes que yo. Algunas noches, para llevarme a casa, había tenido que dejar perder lo que Webb llamaba “ocasiones magníficas”. Pero no puedo negar que, todo esto aparte, se entregaba al mejor placer, a la inconstancia y a la facilidad. No reflexionaba, o reflexionaba poco. Trataba de dar de todo una explicación fisiológica que le pareciera racional. “¿Te encuentras deshecha? Pues duerme más y bebe menos.” Cuando sentía el deseo violento de una mujer, nunca trataba de superarlo o de convertirlo en otro sentimiento más elevado. Era materialista, pero delicado, comprensivo y bueno.

Casi cuarenta años después de la primera lectura, me ha parecido una novelita preciosa y encantadora que ha resistido el paso del tiempo. Y esto significa algo ¿o no?

lunes, 2 de julio de 2012

Poema del mes. Julio: Paul Éluard

Estoy leyendo Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan. La leí siendo adolescente y al abrir el libro y encontrarme con el poema de Paul Éluard, que no había vuelto a leer, me ha producido la misma sensación agridulce y melancólica de entonces. Me parece un poema precioso. Tiene un ritmo muy especial, supongo que se debe a la ausencia de puntuación. En estos casos es la frase la que marca la entonación y el lector la crea en la lectura. Me ha parecido adecuado, además, para el mes de julio, pues los hechos relatados en la novela suceden en este mes.

El poema se titula “Desfigurada apenas” y pertenece al libro La vida inmediata (1932). En la edición de Buenos días, tristeza que yo tengo, el poema dice así:

Adiós tristeza
Buenos días tristeza
Inscrita estás en las rayas del techo
Inscrita estás en los ojos amados
No eres la miseria exactamente
Pues los labios más tristes te anuncian
Con una sonrisa
Buenos días tristeza
Amor de los cuerpos amables
Poder del amor
Cuya amabilidad surge
Como un monstruo sin cuerpo
Cabeza decepcionada
Tristeza rostro bello.

Y este es el poema en francés:

Adieu tristesse
Bonjour tristesse
Tu es inscrite dans les lignes du plafond
Tu es inscrite dans les yeux que j'aime
Tu n'es pas tout à fait la misère
Car les lèvres les plus pauvres te dénoncent
Par un sourire
Bonjour tristesse
Amour des corps aimables
Puissance de l'amour
Dont l'amabilité surgit
Comme un monstre sans corps
Tête désappointée
Tristesse beau visage.

He leído otras versiones en español que difieren en la traducción de los versos  “Car les lèvres les plus pauvres te dénoncent/Par un sourire”.  Sustancialmente, no cambia apenas nada. En cualquier caso, el lector interesado puede indagar y descubrir qué versión es más acertada.

Paul Éluard (1895-1952) es el pseudónimo de Eugène Grindel. Formó parte de los ambientes vanguardistas del dadaísmo y contribuyó  posteriormente a la creación del movimiento surrealista, participando activamente en los proyectos del grupo, entre los cuales estaba la revista Littérature. Aun siendo un poeta vanguardista, se le considera el más lírico de los surrealistas franceses. Es un poeta muy personal en su estilo y en los temas, y se aprecia en su obra un cierto aire clásico. Su obra literaria es muy amplia y refleja su evolución personal e ideológica.

Su compromiso con el partido comunista antes de la Segunda Guerra Mundial y después en la Resistencia le llevó a cultivar una poesía de un estilo más directo, que exalta los sentimientos sencillos, el amor, la libertad, la esperanza.