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sábado, 21 de septiembre de 2013

Haruki Murakami: De qué hablo cuando hablo de correr

                                                                               
A mi hijo Pedro, que me prestó este libro.

He disfrutado muchísimo con esta obra de Haruki Murakami, cuyo título encontré sorprendente en un autor de quien desconocía su afición por la carrera de fondo. De qué hablo cuando hablo de correr es un texto autobiográfico, un libro de reflexiones acerca de lo que para el autor significa correr y de lo que esta afición le aporta en lo personal y en lo literario. No pensemos, pues, que esa faceta de la personalidad del novelista japonés se opone a su oficio de creador. Al revés. El corredor y el escritor se nutren mutuamente y se complementan formando un todo inseparable, ese que hemos ido conociendo a medida que se iban publicando sus libros.

Murakami nos explica por qué prefiere esta actividad frente a otras y lo atribuye a un rasgo de su forma de ser: su preferencia por la soledad y por aquellas actividades que pueden llevarse a cabo en solitario y no de forma colaborativa o competitiva. Al correr compite solo contra sí mismo o, en cualquier caso, siente que se esfuerza por superarse y ello le aporta una sensación de gran bienestar.

Escribir sobre el hecho de correr da pie a hermosos comentarios o descripciones, como por ejemplo la del río Charles,  o a comparar la carrera de fondo con su actividad como escritor.

“Los ríos, a no ser que sufran cambios trascendentales, no varían mucho con el paso de los años, pero me pareció que el río Charles estaba especialmente igual que siempre. Había transcurrido el tiempo, los estudiantes eran otros, yo tenía diez años más, y por debajo del puente había corrido, literalmente, mucha agua. Con todo, el río en sí no había cambiado ni un ápice y seguía mostrando su apariencia de antaño. El caudaloso curso de agua fluía silencioso hacia la bahía de Boston. Remojando las orillas, haciendo brotar las verdes plantas estivales, alimentando a las aves acuáticas, pasando bajo el viejo puente de piedra, reflejando las nubes en verano (o llevando a flote cascos de hielo en invierno), sin prisa, pero sin pausa, como esas ideas inmutables que han conseguido sobrevivir a numerosas revisiones, el río simplemente seguía, silencioso, su camino hacia el mar.” (pág. 27)

La reflexión sobre el hecho de correr articula el análisis sobre sí mismo, sobre su manera de entender la vida y el hecho de escribir. Vuelve otra vez la imagen del río, tópico universal,  como un eco clasicista en el que se entreteje esa conciencia del autor de ser únicamente rival de sí mismo:

“Mientras corro pienso, de improviso, que tampoco pasa nada si no consigo mejorar mis marcas. He envejecido y el tiempo se va cobrando sus cuotas. Nadie tiene la culpa. Son las reglas del juego. Es igual que los ríos que fluyen hacia el mar. Sólo puedes aceptar esa imagen tuya tal como es, como una parte más del paisaje natural.” (pág. 38)

Haruki Murakami, de forma ágil y amena, a través de una prosa sencilla y precisa, nos relata momentos clave de su biografía: a qué se dedicaba antes de convertirse en escritor, de qué forma decidió dar un cambio a su vida y entregarse a la literatura, sus viajes, su participación en muchas carreras en diversas partes del mundo… Un recorrido vital presidido por la pasión por la carrera de fondo y por el oficio de escribir. Ilustran el libro varias fotografías de Murakami tomando parte en algunas carreras con otros muchos corredores o bien corriendo en solitario, como en la carrera de Maratón, en Grecia.

A lo largo del libro se acentúa el paralelismo constante entr correr y escribir. Murakami analiza las cualidades que requiere un buen escritor. La premisa es el talento, que serviría de poco si no fuera acompañada de otras dos: la concentración y la constancia. Así, carrera de fondo y creación literaria van a la par: “En mi caso, la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada día.

Anécdotas personales, comentarios sobre el tipo de música que le gusta escuchar mientras corre, visiones del paisaje y del entorno de cada carrera, valoraciones de su técnica como corredor y de las formas de potenciar su forma física hacen de este libro una obra entretenida, en la que destaca especialmente el factor humano. El propio Murakami nos brinda la ocasión de conocerle mejor y valorarle aún más como escritor. La sencillez y la brevedad del texto no deben hacernos olvidar que nos hallamos ante uno de los más brillantes autores japoneses actuales. 


De qué hablo cuando hablo de correr gustará, sin duda, tanto a los lectores que ya conocen a Haruki Murakami y disfrutan con sus libros, como a aquellos que son aficionados a correr y quizá se sientan atraídos por la temática de la obra.


sábado, 14 de septiembre de 2013

Poema del mes. Septiembre: Pablo Neruda

En el precioso libro Navegaciones y regresos (1959) he hallado un poema dedicado al mes de septiembre: Oda a las alas de septiembre. ¿Qué tiene de especial? Pues que para quienes vivimos en el hemisferio norte septiembre es la antesala del otoño. Resume el dorado final del verano y anticipa con sus nubes cargadas de lluvia, con sus atardeceres suaves, el otoño que se prolongará hasta el solsticio de invierno. En cambio, para quienes viven en el hemisferio sur ocurre todo lo contrario: septiembre marca la entrada de la primavera.

Pablo Neruda canta en este poema a estas primaverales criaturas aladas que son las bellas golondrinas. Como siempre, nuestro querido poeta, convierte la metáfora en luz que ilumina aspectos peculiares de los seres. La metáfora dota a las golondrinas de una nueva y poética entidad y nos recuerda que la poesía es también una forma de conocimiento.

ODA A LAS ALAS DE SEPTIEMBRE

He visto entrar a todos los tejados
las tijeras del cielo:
van y vienen y cortan transparencia:
nadie se quedará sin golondrinas.

Aquí era todo
ropa, el aire espeso
como frazada y un vapor del sal
nos empapó el otoño
y nos acurrucó contra la leña.

En la costa del Valparaíso,
hacía el sur de la Planta Ballenera:
allí todo el invierno se sostuvo
intransferible con su cielo amargo.

Hasta que hoy al salir
volaba el vuelo,
no paré mientes al principio, anduve
aún entumido, con dolor de frío,
y allí estaba volando,
allí volvía
la primavera a repartir el cielo.

Golondrinas de agosto y de la costa,
tajantes, disparadas
en el primer azul,
saetas de aroma:
de pronto respiré la acrobacias
y comprendí que aquello
era la luz que volvía a la tierra,
las proezas del polen en el vuelo,
y la velocidad volvía a mi sangre.
Volví a ser piedra de la primavera.

Buenos días, señores golondrinas
o señoritas o alas o tijeras,
buenos días al vuelo del cielo
que volvió a mi tejado:
he comprendido al fin
que las primeras flores
son plumas de septiembre.