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lunes, 26 de enero de 2015

Virginia Woolf: Las olas

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Plantearse un comentario sobre Las olas de  Virginia Woolf es algo que impone respeto. Soy una apasionada de la literatura,  pero eso no implica que mis juicios estén  a la altura de tan excelsa novelista.  Así que considérese esta modesta reseña como un acto de devoción a una de las grandes autoras de la literatura universal.

 Virginia Woolf (1882–1941) es una figura central en la narrativa modernista anglosajona y muy representativa de esta corriente literaria.  Personajes cuyo perfil se diluye; relevancia de los pequeños hechos y detalles de la vida cotidiana y tramas argumentales débiles; importancia del espacio mental de los personajes y del tiempo; un lenguaje rico en símbolos y metáforas, además de otros recursos literarios que suelen ser más propios de la poesía; abandono de las técnicas narrativas propias del Realismo en favor de unas nuevas formas proyectadas para intentar representar toda la complejidad de la experiencia humana son algunos de los rasgos que caracterizan sus novelas.

Las olas (1931) se considera una de sus obras maestras y un clásico de la literatura universal del siglo XX. Responde a la necesidad de encontrar una  forma literaria que permita la representación de una nueva manera de entender el ser humano y de expresar la complejidad de la vida. En Las olas el narrador prácticamente desaparece. Queda reducido a los verbos de dicción que introducen las reflexiones de los personajes y  a las descripciones  paisajísticas que  las preceden. Sin ese vestigio de narrador, no sería fácil reconocer  las voces de Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny y Louis, quienes van dando cuenta de las percepciones, sentimientos y sensaciones que les deparan  las etapas de toda una vida, desde su infancia hasta la vejez.  

La estructura de la novela es sencilla, aunque muy innovadora en su época. Cada momento decisivo de la vida de los personajes –siempre en función de lo que a ellos les impresiona y les inquieta más- es introducido por un texto descriptivo de los efectos de la luz del sol sobre el mar y el paisaje en diversos instantes del día,  desde el amanecer hasta el ocaso. A continuación, se van alternando los monólogos interiores de los personajes hasta que otro texto descriptivo corta los discursos para introducirnos en una nueva etapa del ciclo de la vida, como si fuera un juego de luces sobre un escenario.  

Si para Stendhal la novela es un espejo que refleja la realidad, en el caso de Las olas la vemos reflejada a través de las mentes de los personajes. Cada uno nos muestra un reflejo, una visión, de eso que hemos convenido en llamar “realidad”. ¿Qué es la realidad? ¿Podemos hablar de ella en términos objetivos? ¿Existe la realidad fuera de nosotros? Son cuestiones filosóficas esenciales que  Virginia Woolf recoge en su obra, permeable a la influencia que sobre la narrativa modernista anglosajona tuvieron pensadores como Bergson, William James y Freud.

En La señora Dalloway esos interrogantes aparecían reiteradamente, y en Las olas yo diría que ya no son preguntas, sino que la idea que va ganando terreno a medida que se lee es que eso que llamamos “realidad” no existe objetivamente. Solo existen percepciones e impresiones subjetivas del mundo que nos rodea. Esta es sin duda la clave de la novela y la razón de ser de la técnica narrativa empleada por la autora.

De ahí que Las olas sea considerada una novela lírica en su más puro sentido por ser la expresión del mundo interior de los personajes. Todo lo vivido se tiñe de emoción, de sentimiento, de sensorialidad. El  yo de cada uno de ellos es la medida y el sentido de todo cuanto ocurre exteriormente, de modo que la trama argumental, en la que resulta decisiva la muerte del joven Percival, personaje que no interviene, se va definiendo mediante el discurso interior o fluir de la conciencia.

Un lenguaje altamente poético y lírico hace de la lectura de Las olas un verdadero placer, si uno tiene la paciencia de seguir con atención el discurso de los personajes. Digo paciencia, porque sin ser una obra difícil, Las olas  plantea al lector una exigencia: la de olvidarse de la trama para adentrarse en un discurso lento y entrecortado por la alternancia de los seis personajes y para dejarse seducir por la belleza del estilo y de las imágenes. Solo así puede conocer y comprender algo de ellos, asistiendo a sus vivencias y  atendiendo a las impresiones que les producen  las pequeñas y las grandes cosas de la vida a lo largo de los años.  Algunos fragmentos son como poemas en prosa con recursos de repetición propios de la poesía.

Las olas es, además, una novela construida sobre un mapa de símbolos universales que hunden sus raíces en ese ancestral fondo común a la humanidad. El mar, las olas, la carrera del sol, la luz, el paisaje son elementos del mundo natural que se entretejen al convertirse en metáfora del ciclo de la vida. La naturaleza es punto de referencia para el desarrollo de la vida de los personajes y para la expresión de sensaciones, sentimientos y estados de ánimo. Lo que en un relato clásico serían tal vez  las descripciones hechas por el narrador omnisciente, en Las olas son los personajes quienes van dando cuenta del mundo que les rodea a través de las percepciones que tienen de él en cada momento.

 “La gente sigue pasando”, dijo Louis. “Pasa incesantemente ente el cristal de esta casa de comidas. Automóviles, camiones y autobuses. Y más autobuses, camiones y automóviles, pasan ante el cristal. Al fondo percibo tiendas y casas, y también ñas grises agujas de una iglesia ciudadana. En primer término, están las repisas de vidrio con bandejas de bollos y de bocadillos de jamón. Todo queda un tanto oscurecido por el vapor de la tetera. Un cárnico y vaporoso olor a buey, cordero, salchichas y patatas majadas, está suspendido como una húmeda red a media altura aquí, en la casa de comidas. Tengo el libro apoyado en la botella de salsa Worcester y procuro aparentar ser como los demás.” (pág. 83)

El sol en el cenit marca un punto de inflexión. Percival muere a los veinticinco años a causa de una caída del caballo. Su muerte llena de dolor y estupefacción  los corazones de sus amigos.

“El sol había llegado al más alto punto de su trayecto”. […]
[…] “Las olas rompían y deslizaban rápidamente sus aguas sobre la arena. Una tras otra se alzaban y caían. El agua pulverizada saltaba hacia atrás impulsada por la fuerza de la caída. Las olas eran de profundo azul, con la sola excepción del dibujo de luz sembrada de diamantes en sus lomos que se contraían y distendían como los musculosos lomos de grandes caballos al avanzar. Las olas caían. Se retiraban y volvían a caer, con el sordo sonido del patear de una gran bestia.”

“Ha muerto”, dijo Neville. “Cayó. Su caballo tropezó y lo arrojó al suelo. Las naves del mundo han girado bruscamente y me han golpeado la cabeza. Todo ha terminado. Las luces del mundo se han apagado. Ahí está el árbol ante el que no puedo pasar.” (pág. 134)

 “Tan incomprensible es la combinación de las cosas”, dijo Bernard, “tal es su complejidad, que ahora, al bajar la escalera, no puedo distinguir la pena de la alegría.  Ha nacido mi hijo. Ha muerto Percival. Columnas me sostienen, oleadas de desnudas emociones me golpean los costados, pero ¿cuál de ellas es pena y cuál es alegría? Me lo pregunto y no encuentro respuesta. Sólo sé que necesito silencio, estar solo, irme y dedicar una hora a considerar lo que ha ocurrido en mi mundo, lo que la muerte ha hecho a mi mundo.” (pág. 136)

Con el nacimiento del hijo de Bernard, la muerte de Percival queda insertada en el ciclo de la vida, presidida por la antítesis nacimiento-muerte. Desde este instante, el sol va en su lenta carrera hacia el ocaso, empiezan a apuntar las sombras, la juventud va abandonando poco a poco a los personajes. La evocación de Percival, la punzada por la pérdida del amigo en plena juventud, les acompañará el resto de su vida.

Finalmente, en la última parte, en el descenso de las sombras sobre el mundo, Bernard hace balance de todo. Es el personaje que, a mi juicio, posee una consciencia más lúcida sobre sí mismo y sobre los demás. Su intervención es la más extensa de la novela. Es el cierre, la conclusión que pone el  broche de oro a una obra redonda, completa, inigualable, donde la autora demuestra su maestría al retomar los puntos principales de la novela a través de los pensamientos de Bernard. Los símbolos de los que se nutre Las olas  adquieren pleno significado en el discurso de Bernard.

Las olas ha sido para mí una experiencia enriquecedora. Os invito a leerla, si no lo habéis hecho aún. Una novela así es un tesoro que invita a nuevas y más detenidas lecturas, y proyecta un rayo de luz sobre la complejidad del ser humano y de la vida.