Translate

martes, 25 de diciembre de 2012

Sobre el buey y la mula


Frontal d'Avià
Me ha parecido muy gracioso el revuelo armado en la prensa en torno a la mula y el buey del tradicional belén navideño. A partir de un comentario de Joseph Ratzinger en su libro sobre la infancia de Jesús de Nazaret, donde dice que en los evangelios de Lucas y Mateo  -únicos textos canónicos que describen el nacimiento de Jesús-  no aparecen estos dos animales, se ha desatado una curiosa polémica acerca de si deben o no seguir figurando en los belenes. El propio Ratzinger considera que debe mantenerse la tradición.

Algunos villancicos muy conocidos, como  ¡Ay del Chiquirritín, del que cito un fragmento,  recogen la imagen de esta escena tan popular: el Niño Jesús entre los dos animales.

Ay del Chiquirritín,
Chiquirriquitín,
metidito entre pajas;
ay, del del Chiquirritín,
Chiquirriquitín,
queridín queridito del alma.

Por debajo del arco del portalito,
se descubre a María, José y el Níño.

Ay, del Chiquitín...

Entre un buey y una mula Dios ha nacido,
y en un pobre pesebre le han recogido.

Ay, del Chiquitín...

A propósito de las figuras del buey y la mula, he leído hoy dos textos que recomiendo vivamente a todos quienes se interesen por temas de iconografía y mitología. El primero es una entrada de Margarida Muñoz, del blog Medievalistes en bloc, que explica detalladamente y de forma muy documentada el origen de la presencia de estos animales en los pesebres;  el otro es un texto del libro de Joseph Cambell Imagen del mito, en el cual este autor ofrece una interpretación del significado del buey y la mula.

A la entrada titulada “…un bou i un ase el van adorar” podéis acceder mediante el enlace. El texto de Campbell lo reproduzco a continuación, pues no es muy largo. En mi opinión, ambos textos se complementan e ilustran tan simpático tema.


“La presencia en los relatos del Cristo Salvador de muchos de los temas más apreciados de las antiguas mitologías paganas constituye una reconocida y reiterada característica de los primeros siglos de la era cristiana. Por ejemplo, el significado del asno y el buey en la escena de la Natividad debió de ser perfectamente obvio para todo el mundo en el siglo IV d.C., puesto que tales eran los animales con los que se representaba en esa época la rivalidad entre los hermanos Seth y Osiris. Su inclusión en la nueva escena habría significado, en primer lugar, la reconciliación  de los opuestos en la persona de Cristo: “Más yo os digo: amad a vuestros enemigos” (Mateo 5, 44); y, en segundo lugar, que en el nacimiento, muerte y resurrección del nuevo Salvador se cumplían, histórica y realmente, las promesas sólo prefiguradas como simples mitos en los cultos de los dioses paganos: “Porque”, como leemos en un texto del siglo II, la llamada Segunda Epístola de Pedro, “cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro señor Jesucristo, no seguimos sutiles mitos, sino que fuimos testigos directos de su grandeza” (II Pedro I,16).


De manera semejante, la imagen de los magos […] con el gorro frigio asociado por aquel entonces con el dios salvador persa Mitra, debió de ser una clara indicación de que incluso los seguidores de ese poderoso rival del cristianismo habían reconocido y adoraban ahora al recién nacido rey. De este modo, las promesas y aspiraciones de todos los misterios de la Antigüedad se mostraban reunidas en el evangelio de esta sola encarnación histórica del único y verdadero Dios.


La noche del 25 de diciembre, fecha en la cual se estableció finalmente el nacimiento de Cristo, era exactamente la de la celebración del nacimiento del salvador persa Mitra, quien, como encarnación de la luz eterna, nacía a la medianoche del solsticio de invierno (entonces datado el 25 de diciembre), en el momento del año en que empezaban a predominar las horas de luz sobre las de oscuridad.”

                                         Joseph Cambell, Imagen del mito. Atalanta. Girona: 2012 (págs. 57- 58)

A mí me encanta leer sobre estos temas. Si habéis llegado hasta aquí, gracias por seguirme, deseo que los textos os hayan gustado. ¡Hasta pronto!

lunes, 24 de diciembre de 2012

Nochebuena

Un beso a todos los que me leéis. Gracias por vuestros comentarios, por dedicarme unos minutos de vuestro tiempo. Nos une el amor a la literatura.

Para esta noche, mis mejores deseos a todos. Que el sol de la esperanza brille siempre en nuestros corazones.

El poeta León Felipe dijo:

Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.

Camí de Tornaltí de'n Vigo (Maó)


sábado, 22 de diciembre de 2012

Isak Dinesen: Cuentos de invierno


 Isak Dinesen, pseudónimo de Karen Blixen, es una autora mundialmente conocida y su libro de relatos Cuentos de invierno, un clásico de la literatura universal contemporánea. Después de muchos años, en los que mi admiración por esta escritora no ha hecho sino crecer, he releído los bellos relatos que componen el libro. Me han emocionado como la primera vez y me han interesado doblemente. Ante una obra tan conocida, y sin la pretensión de aportar nada sustancialmente nuevo, me centraré en el comentario de algunos puntos que, personalmente, me parecen significativos y me han interesado a lo largo de la lectura.

Isak Dinesen escribió Cuentos de invierno durante la ocupación alemana de Dinamarca. La obra fue publicada en 1942. A diferencia de Siete cuentos góticos, la mayoría de historias transcurren en Dinamarca total o parcialmente. Once cuentos componen el libro: El joven del clavel, El acre del dolor, La heroína, Cuento del joven marinero, Las perlas, Los invencibles dueños de esclavos, El niño soñador, Alkmene, El pez, Peter y Rosa y Un cuento consolador.

Las historias narradas se sitúan siempre en el pasado, nunca en la época de la autora: de algunas nos dice la narradora que ocurrieron en el siglo XIX; de otras,  en un pasado lejano sin precisar. No hay argumentos o personajes contemporáneos. Probablemente, esta característica los sitúa en una dimensión intemporal, donde lo que realmente cuenta es el conflicto ante el que se encuentran los personajes y la forma en que lo experimentan.

Varios temas destacan en la colección de cuentos: el destino, el niño de origen incierto que es adoptado y se desarrolla en una nueva familia, el artista y su esencia, los sueños, la antítesis entre la tierra y el mar y el anhelo por seguir el propio camino.

El tema del destino, el de cada ser humano, es uno de los más poderosos y recurrentes en la obra de Isak Dinesen. Destino no significa fatalidad, algo que marca y condiciona previamente a los personajes, sino algo con lo que uno se encuentra en un momento decisivo de la vida. Algo que sin duda es la propia verdad, aquello ante lo que hay que responder si uno no quiere traicionarse. Así, en El acre del dolor, el joven  a través del cual conocemos el sacrificio que realiza una madre para salvar a su hijo se siente partícipe de una circunstancia que le impresiona profundamente:

 “Si las cosas hubiesen sucedido de manera diferente, si su primo no hubiese muerto, y los acontecimientos consiguientes a su muerte no le hubiesen traído a él a Dinamarca, su búsqueda de la comprensión y la armonía podía haberle empujado hacia América, y haber encontrado ambas cosas allí, en las selvas vírgenes de un mundo nuevo. En cambio, se le habían revelado hoy en el lugar donde había jugado de pequeño. Del mismo modo que la canción se aúna con la meta, el mismo modo que los amantes se funden en un abrazo, así el hombre se aúna con su destino, y lo amará como a sí mismo.”

En el momento en que los personajes conocen el rostro de su destino y lo aceptan, se someten a algo más grande que ellos mismos. Es el caso, por ejemplo, de Peter y Rosa, los protagonistas de uno de los cuentos más bonitos.

En Peter y Rosa, en El niño soñador y en Alkmene nos encontramos con el tema del niño abandonado o perdido que encuentra un hogar en el que crece y es educado, pero que no es su verdadero lugar en el mundo. El niño soñador es un cuento que compendia varios temas: el del niño perdido que intuye sus orígenes y la vida le hace el regalo de devolverle supuestamente a su sitio y a su familia; el del amor apasionado oculto bajo la apariencia de serenidad y contención; y el tema de la muerte,  una vez que se logra aquello  tan ansiado. El protagonista del cuento es un poeta, nos dice la narradora. Tiene una sensibilidad especial. ¿Quién es el poeta, desde la perspectiva de este cuento? Es el niño, que sabe comunicar la verdad, la belleza, el encanto, y todos en su casa se han encariñado con él, y él les ha cambiado la vida. El niño soñador, el poeta,  pues, posee un don: comunica  la belleza total.

Cuento del joven marinero, por su parte, contiene todos los ingredientes del cuento maravilloso. Probablemente se halle inspirado en algún cuento popular danés. Es un relato absorbente, que desde el primer momento sumerge al lector en un ambiente y en una atmósfera intensos y de gran plasticidad y belleza.

Peter, de Peter y Rosa,  y el protagonista de Cuento del joven marinero sienten una poderosa atracción por el mar. Para ellos representa su verdad y su libertad. Es lo que les vincula con la esencia de  la verdadera vida, opuesta a la vida en tierra, entre los campesinos. Incluso las pescaderas son la antítesis de las campesinas:

Estas pescaderas pertenecían a una raza vigorosa y activa: recorrían veinte millas, cargadas como mulas, hiciera el tiempo que hiciese, y regresaban a casa a guisar para el marido y una docena de críos. Eran listas y chismosas, se sentían a sus anchas en todas las casas, y preferían  su profesión ambulante a la de la campesina, atada al establo o a la mantequera, y a la de la mujer del párroco.

Otra particularidad de estos Cuentos de invierno es que los protagonistas de los relatos o bien son niños, o son jóvenes. Sin embargo, hay en ellos algo que les hace sentirse extraños en el ambiente en el que se mueven o en el que están creciendo. Ni la joven de Las perlas, ni Alkmene, ni el príncipe de Un cuento consolador, por ejemplo, se sienten en el lugar que les corresponde. Buscan algo más, o buscan algo de acuerdo con sus sueños.

Los relatos de Cuentos de invierno son cuentos morales y ejemplares en el sentido cervantino, con una dimensión ética respecto al propio individuo, en los que hallamos personajes que reflexionan sobre los misterios de la vida y del destino humano, que se plantean y se cuestionan su manera de actuar y de estar en la vida. Algunos se encuentran cara a cara con situaciones en las que se les revela su destino y poseen la limpieza de alma necesaria para aceptarlo y disolverse en su verdad. 

Karen Blixen fue una narradora nata. Con sus historias disfrutamos del placer de que nos cuenten y de conocer personajes que a su vez cuentan otras historias y con ellos nos adentramos en relatos llenos de meandros y sinuosidades, donde lo principal es el gusto por la historia y por el disfrute de una  prosa bella y sugerente. Como muestra del estilo de la escritora, valga este texto  de una hermosa descripción en El niño soñador:

Habían llegado al final del bosque. Desde la entrada dominaban una gran perspectiva de paisaje despejado. Después de la oscuridad verdosa de la floresta, el mundo exterior  parecía increíblemente claro, y como blanqueado por la luminosa borrosidad del mediodía. Pero al cabo de un rato, los colores del campo, de los prados y de los grupos dispersos de árboles se definieron a sus ojos uno tras otro. Había un azul desvaído en el firmamento, con débiles cúmulos blancos y nubes sonrosadas a lo largo del horizonte. El centeno verde estaba a punto de espigar; donde el dedo de la brisa lo tocaba, corrían largas, suaves olas a lo largo del suelo. Las casitas con techumbre de paja de los campesinos emergían de la tierra ondulante como pequeños islotes cuadrados y encalados; alrededor de ellas, los setos de lias sostenían su follaje claro y, en lo alto, racimos de flores pálidas. Oyeron el rodar de un carruaje a lo lejos, y por encima de sus cabezas, el canto incesante de innumerables alondras.

Karen Blixen es una autora que merece la pena conocer. Quedarse solamente con la anécdota que proprociona la película Memorias de África, aunque sea bonita, resulta algo pobre, pues supone conformarse con la imagen tópica que el cine nos ha dejado de ella. Es preciso leerla. Solo así podemos conocer algo de esa magnífica escritora y mujer excepcional.

sábado, 15 de diciembre de 2012

Poema del mes. Diciembre: José Agustín Goystisolo


Durante el mes de diciembre el ángel se convierte en una figura navideña debido a su papel de mensajero que anunció a los pastores el nacimiento de Jesús en Belén. El resto del año ese entrañable personaje se retira a la esfera de lo privado, pero no por eso abandona su intensa y polifacética actividad. Acompañar al ser humano es su principal función y de ahí se derivan muchas otras. El poeta Rafael Alberti conocía bien a estos seres celestiales  y  dio cumplida cuenta de su variedad y de sus complicadas tareas en su bellísima obra Sobre los ángeles.

Sócrates, por su parte, se refirió alguna vez a su daimon, ese ser interior que todos llevamos dentro, esa voz interna que nunca miente, que nos avisa antes de un mal paso y que nos habla con claridad meridiana siempre que estemos dispuestos a escucharle.


Hoy me encontrado con un bonito poema de José Agustín Goytisolo (Barcelona, 1928-1999), perteneciente al libro El ángel verde y otros poemas encontrados (1993).

EL ÁNGEL VERDE

El ángel era extraordinario
y tenía las plumas verdes.
Se sentó junto a mí en un banco
del Turó Park. No dijo nada
pero sopló sobre mi frente.
 Yo creí que era un ser alado
que se ocupaba solamente
de vigilar el colorido
de los olmos y los laureles.
¿Quién eres? Dije ¿un ángel puro?
¿Te pintó Rafael Alberti?
Una sombra se acercó al punto:
 era el guarda. ¿Qué le sucede?
A mí nada. ¿Por qué lo dice?
Porque habla solo. No, señor:
yo preguntaba al ángel éste.
Mejor se vuelva usted a la casa
la insolación es mala siempre.
Me levanté y salí del parque.
Conmigo vive el ángel verde.

Poema ligero, con un punto de ironía y humor, que nos presenta un ángel fuera de lo común por el color de sus plumas. Pero es un ángel de la vida, pues le sopla al poeta sobre la frente. El soplo o aliento es un elemento simbólico con el sentido de un principio de vida. El alma, por otra parte, es concebida a veces como un soplo, que, por supuesto, siempre es vital.  

Las alas y las plumas, propias de las criaturas del aire, son el atributo de muchos seres espirituales. El simbolismo de las alas, de las plumas y del vuelo hace referencia a la noción de ligereza espiritual y elevación de la tierra al cielo. El diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant dice así: “En la tradición cristiana las alas significan el movimiento aéreo, ligero y simbolizan el pneuma, el espíritu. En la Biblia son un símbolo constante de la espiritualidad o de la espiritualización , de los seres que están provistos de ellas. […] Poseer alas es pues dejar lo terrenal para acceder a lo celestial.

El verde, el color de los árboles y de las plantas, es un color de rico y amplio simbolismo,  tranquilizador y refrescante, que cada primavera reaparece en la naturaleza después del sueño del invierno. Es también el color de la esperanza, de la fuerza, de la longevidad y de la inmortalidad.

El ángel verde del poema de José A. Goytisolo, en mi opinión, es el símbolo de la vida y de la verdad interior. En este sentido, el final me parece claro: “Conmigo vive el ángel verde”, pues el ángel, como el daimon socrático no es sino el yo interior, espiritual y secreto, de cada persona, en este caso del poeta. 

Es, creo yo, esa vida interior que jamás puede sernos arrebatada, pues es parte de nosotros. Lo que pasa a veces es que nosotros mismos no dejamos respirar al ángel verde que habita en nuestro corazón, e incluso llegamos a tenerlo tan marginado y silenciado, que el pobre está a punto de marchitarse y morir, como una planta que no ve la luz.

  

lunes, 19 de noviembre de 2012

Yasunari Kawabata: La casa de las bellas durmientes


Tenía pendiente esta lectura, pues compré el libro hace un par de años, cuando me puse a leer autores japoneses durante una temporada. Eso era antes de empezar el blog. Leí casi todas obras de Yukio Mishima. Fue a través de Mishima que supe de Yasunari Kawabata. Disfruté con la lectura de  País de nieve, novela preciosa, que me animó a leer esta que comentaré hoy y que es un clásico de la literatura japonesa contemporánea. Yasunari Kawabata (1899-1972) recibió el premio Nobel de Literatura en 1968. Fue el primer autor japonés en ser galardonado con este premio.

La casa de las bellas durmientes es una novela corta que sumerge al lector en una atmósfera  extraña y un tanto asfixiante. Eguchi, un hombre de sesenta y siete años, acude a una especie de fonda, donde, previo pago, hombres ancianos pueden acostarse con hermosas jóvenes profundamente dormidas.  Han sido narcotizadas para que pasen toda la noche sumidas en un sueño profundo y no se enteren de nada de cuanto ocurre a su alrededor.

La novela se divide en cinco capítulos, que corresponden a las cinco visitas que Eguchi realiza a la casa, donde es recibido por una mujer que ejerce de patrona. La mujer le conduce a la habitación, donde una hermosa joven duerme profundamente. La casa tiene sus reglas, que no dejan de ser curiosas y ambiguas. No se puede despertar a las jóvenes, pues ellas no deben saber  con quién han pasado la noche y no deben realizarse acciones inconvenientes. Eguchi encuentra cada noche junto a su cama unas píldoras para dormir, que no son del mismo narcótico que se administra a las jóvenes. Cada noche se acuesta con una chica distinta, excepto la última, en que son dos.

El argumento es bien especial: ancianos que se meten en la cama con bellas jovencitas a las que no pueden despertar. ¿Para qué? ¿Por qué? Antes de empezar a leer la novela, supongo que es normal pensar que se tratará de una obra un tanto escabrosa, y la imagen de un viejo en la cama con una joven dormida que no despertará en toda la noche resulta bien poco agradable. Nada de eso. Es un hermoso relato que nos va entregando su secreto poco a poco. Su final abierto nos conduce inevitablemente hacia la reflexión. Es un final que no cierra una historia, sino que abre interrogantes de esos que carecen de respuesta definitiva y clara, pues penetran en el territorio cenagoso de lo humano, que nunca es de un color concreto, que nunca es blanco o negro, ni totalmente definido.

La casa de las bellas durmientes se articula, en mi opinión,  en torno a dos líneas temáticas formadas por dos parejas de conceptos opuestos: vejez-decadencia/juventud-belleza y dormir-inconsciencia/despertar-consciencia.

El hecho de hallarse en una situación de íntima proximidad con las  bellas jóvenes inconscientes le va provocando a Eguchi recuerdos del pasado y de su juventud, a modo de flashes. Con cada chica los recuerdos son distintos. La contemplación y el contacto con cada una de las bellas durmientes hace surgir en él recuerdos que afloran a la conciencia de repente, como si todo cuanto permanecía dormido en su interior despertara.

Las bellas durmientes son descritas en su sueño, en su forma de dormir, en sus posturas, por el olor que desprenden. La única forma de conocerlas en su individualidad es observando su cuerpo. Cada una de ellas es descrita por Eguchi bajo su condición de durmiente.La comunicación que se establece entre Eguchi y ellas es la que surge de la vista, el tacto y el olfato, principalmente. Las jóvenes dormidas no son conscientes de las percepciones, sensaciones y recuerdos que provocan en él. Son en realidad un estímulo, pues no participan ni interactúan conscientemente.

La novela es una reflexión constante sobre la vejez, sobre el temor y la desolación que causa la perspectiva de la decrepitud. Eguchi no es el más anciano de cuantos visitan la casa de las bellas durmientes, pero sabe con certeza que el camino que le queda por recorrer es el de la decadencia física. Cada bella joven dormida hace surgir en Eguchi el pensamiento de que es un viejo y piensa en lo que debe de suponer para un viejo aún mayor que él yacer en la cama junto a una joven tan hermosa. Es como una especie de vampirismo, como si los viejos sorbieran  de las jóvenes la juventud y las fuerzas que les faltan.

 El tema de la vejez va unido, por contraste, al de la belleza. En este sentido, La casa de les bellas durmientes  es también una reflexión sobre la  belleza y sobre el recuerdo de la belleza. ¿Qué se recuerda de lo bello que se ha vivido y de los momentos en que algo muy hermoso ha calado tan hondamente en la memoria que los retazos que se recuerdan evocan un todo?

La casa de les bellas durmientes es un hermoso texto, escrito con una prosa cuidada y bella, llena de sensibilidad por los detalles y por la forma en que se generan los recuerdos en la mente de un ser humano. Asistimos sin darnos cuenta al paso de lo vivido a lo recordado y sobre todo, a un momento de la vida del narrador, que es el propio Eguchi. El final abierto, creo yo, hace pensar  que la vida no responde a esquemas narrativos y que toda persona lleva en sí, dormida, una carga hecha de vivencias y de recuerdos de cosas que pasaron y que quedaron aparentemente sumidas en el olvido.

 En mi opinión, se trata de una novela que deja en el lector un eco que impulsa a volver sobre el texto y saborear la bella prosa de Yasunari Kawabata.

martes, 13 de noviembre de 2012

Poema del mes. Noviembre: Miguel Labordeta

Estaba leyendo un ratito después de comer y en la Antología comentada de la poesía lírica española, publicada por Cátedra, he encontrado este hermoso poema de Miguel Labordeta (Zaragoza, 1921-1969). Me doy cuenta por las fechas de que murió joven, relativamente, según se mire. A mi me parece que morir a los cuarenta y ocho años es morir joven. Quizá las dudas que le asaltan en el poema y la inquietud por saber qué fue de tantos sueños juveniles tan solo comenzaban a apuntar. Cuando alguien muere joven, uno siempre se pregunta qué habría sido o qué habría hecho si hubiera vivido más, si hubiera alcanzado, por ejemplo, los setenta años.

Quizá esta pregunta sea tonta y cada uno de nosotros tiene un recorrido ya marcado, que por suerte ignoramos, de manera que al llegar a la edad en que uno muere, aunque sea temprana, es porque ya se completó el ciclo individual. ¡Vete a saber! Quizá es tan solo el azar quien nos gobierna.

Querer saber quiénes somos, reconocer en qué nos hemos convertido en el transcurso de los años, descubrir qué ha pasado con nuestros sueños y nuestras ilusiones más queridas es emprender un pequeño viaje interior forjado por  preguntas cuyas respuestas quizá nos asusten o nos decepcionen. En cualquier caso, creo que hay más preguntas que respuestas. Es muy posible que la respuesta esté en el viento.      

     RETROSPECTIVO EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
Este bello poema teñido de melancolía recrea dos de los tópicos literarios más conocidos: el ubi sunt y el fugit irreparabile tempus. Los tópicos literarios tienen tanta vida y tanta fuerza, porque apuntan a lo esencial del ser humano, a lo que no cambia nunca. Por esa razón  traspasan siglos y culturas y logran conservar el esquema de dicción que les identifica.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Literatura comparada: Giacomo Leopardi y Gustavo A. Bécquer



Cada uno es hijo de su tiempo. Los artistas y los  escritores son quizá los seres más sensibles al clima que se respira en cada momento histórico. Son como espejos que reflejan todo un mundo. Esto que llamamos tendencias  y movimientos literarios, estas etiquetas con que clasificamos el vivir humano entre unas fechas más o menos concretas, es siempre algo a posteriori. Cuando todo ha pasado, se observa, se lee, se estudia  y se somete a un proceso de abstracción del que resulta una caracterización de los períodos artísticos o literarios.

El Romanticismo, este movimiento que ha sido seguramente uno de los más influyentes en la cultura occidental y cuyo eco nos sigue alcanzando aún, cuenta con escritores y artistas que se caracterizaron por ser personas inquietas,  que vivieron siempre buscando otra cosa distinta de lo que les había tocado vivir, algo muchas veces inefable,  incomunicable, si no era a través de la expresión artística. Ciertos poemas y pinturas de la época romántica, obras como las de Giacomo Leopardi o Bécquer en el ámbito literario y las de Caspar David Friedrich  en el artístico, expresan un profundo sentimiento ante la experiencia trascendente de la fusión  con la naturaleza. 

C.D Friedrich, Monje junto al mar
En los inicios del movimiento romántico empieza a producirse un trasvase de los poderes de la divinidad desde lo sagrado a lo profano. La naturaleza y el paisaje adquieren valor de símbolos de lo divino. El hombre romántico, en su búsqueda de trascendencia, encuentra en la experiencia de la contemplación del paisaje la vivencia de lo sagrado. La naturaleza será en el Romanticismo un importante motivo de inspiración por su condición de símbolo. Carl Gustav Carus, un discípulo del pintor alemán C.D. Friedrich (1774-1840), escribió lo siguiente, según cita de Robert Roseblum en su obra La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico, en una de sus cartas sobre el paisaje: 

“… Cuando el hombre, percibiendo la inmensa magnificencia de la naturaleza, nota su propia insignificancia y, sintiéndose a sí mismo en Dios, penetra en ese infinito y abandona su existencia individual, entonces su rendición es una ganancia más que una pérdida. Lo que de otra manera sólo ven los ojos del espíritu, aquí se hace casi literalmente visible: la unidad con el infinito del Universo…

El deseo de anegarse o de perderse en algo más grande que uno mismo, en la maravilla o en lo sobrecogedor que a veces puede contener la naturaleza, el deseo de trascendencia y la búsqueda de lo absoluto lo expresan en momentos distintos los poetas Giacomo Leopardi y Gustavo Adolfo Bécquer, pues aunque ambos pertenecen al movimiento romántico, por las fechas de nacimiento y muerte,  vemos que les separan muchos años. 

Giacomo Leopardi (1798- 1837), poeta italiano del Romanticismo, es autor de un breve poema titulado "El infinito", que transcribo a continuación, junto con el texto original en italiano. El infinito expresa la vivencia del poder sobrenatural y misterioso de la naturaleza y el deseo del poeta de  perderse en su inmensidad, como quien perece en un naufragio. Esa destrucción del yo no es sentida como algo negativo o trágico, sino muy dulce y agradable, tanto, que adquiere tintes de experiencia mística.



EL INFINITO
 Siempre caro me fue este collado
yermo y este seto, que de tanta parte
del último horizonte la vista excluye.
Mas sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquellos, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma
en mi mente imagino;  tanto, que casi el
corazón se me estremece. Y si del viento
oigo el susurro entre estas plantas, yo aquel
infinito silencio y esta voz
voy comparando; y acuérdome de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y su sonido. Así, en esta
inmensidad mi pensamiento anega,
y el naufragar me es dulce en este océano.

 L’INFINITO
«Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quïete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare»
(Giacomo Leopardi)

Gustvavo A. Bécquer (1836-1870), poeta español del Romanticismo tardío, cultiva en sus Rimas este mismo tema, al que incorpora un nuevo enfoque, pues detalla de forma más directa que Leopardi esa experiencia de lo sobrenatural.  En la rima VIII el poeta expresa su deseo de disolverse en la niebla y anegarse en la luz de las estrellas, afán que en él aparece unido a la conciencia de llevar algo divino en su interior. Desde este punto de vista, la divinidad se hallaría en todo cuanto compone el Universo: el ser humano disuelto en el Cosmos con la sensación de llevar en si algo de la naturaleza divina.


¡Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto;
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho!

Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego;
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.

En el mar en la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.

En ambos poemas se borran las fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, entre el yo y la naturaleza.