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viernes, 16 de diciembre de 2011

Irène Némirovsky: Los perros y los lobos

Irène Némirovsky es actualmente una autora muy  leída y comentada debido al gran éxito de Suite francesa y a las circunstancias de su vida y de su muerte. No he leído aún Suite francesa, es algo que tengo pendiente, y que sin duda pronto haré. Conocí a esta autora porque Niní, una compañera del club de lectura, me prestó Nieve en otoño y la obra que hoy comentaré. La primera edición en español de Los perros y los lobos es de abril de 2011, pero fue publicada por primera vez en 1940. Es la última obra que la autora publicó en vida, dos años antes de ser deportada a Auschwitz.

La prosa de Irène Némirovsky es concisa, nada sobra, todo es esencial. Con su estilo limpio y claro en las 221 páginas de la novela nos proporciona los elementos  básicos, como líneas bien definidas en un esbozo, de un asunto clave en la historia europea de la primera mitad del siglo XX: el antisemitismo. El desarrollo del tema corre paralelo a  la historia de amor que funciona  como  hilo conductor de la novela. Los hechos narrados tienen lugar durante la primera mitad del siglo XX, antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Los perros y los lobos es una novela que trata un asunto de actualidad en su época. En mi opinión, el antisemitismo es el tema central de la novela, que la autora nos presenta envuelto en dos líneas argumentales: la peripecia vital de la familia Sinner, judíos de Ucrania, como ella misma, y la forma en que la condición de judíos marca de forma indeleble las vidas de los personajes a través de sus relaciones económicas, sociales, familiares y amorosas.
Ada Sinner, personaje principal, pertenece a la rama pobre de los Sinner. Ada y su padre  viven en una ciudad de Ucrania, en la ciudad baja, zona habitada por los pobres, por “la chusma, los judíos desharrapados, los pequeños artesanos, los arrendatarios  de sórdidas tiendas, los vagabundos y una horda de chiquillos que se revolcaban en el barro, sólo hablaban yidis y llevaban camisas andrajosas, enormes gorras sobre los delgados cuellos y largos tirabuzones negros”.  Ada es huérfana de madre. Su padre se gana la vida como intermediario comercial. Viven pobremente. Un día llega su tía Rhaisa para cuidar de ellos acompañada de sus dos hijos Ben y Lilla. La vida de Ada cambia, pues va entablando una estrecha y particular relación con su primo Ben.
Un día tiene lugar un pogromo. Violencia, saqueos, destrozos. Los niños son obligados a esconderse. Al día siguiente, cuando son conducidos a una casa donde estarán a salvo, Ada contempla estremecida su calle después del saqueo:
“¿Era aquella su calle de siempre? No la reconocían. Parecía otra, extraña y amenazadora. Los edificios de tres o cuatro pisos apenas habían sufrido daños –algunos cristales rotos-, pero las casitas, numerosas en el barrio pobre, los tenderetes, las carnicerías tradicionales, los talleres compuestos de una planta, un desván y un mísero tejado, parecían haber sido arrancados del suelo y arrojados unos sobre otros como al paso de un ciclón o una inundación; otras casas, sin puertas ni ventanas, ennegrecidas por el humo y destripadas, parecían ciegas y despavoridas. El suelo estaba cubierto de un extraordinario revoltijo de chatarra, cristales, fragmentos de hierro colado, vigas, ladrillos, restos indescriptibles entre los que se distinguía una bota, los pedazos de un tiesto, el mango de un cazo…”.
Se produce un violento ataque de los cosacos y los dos niños huyen en busca de refugio. Ada decide que deben ir a casa de sus primos ricos. Este es un hecho que será decisivo, pues el viejo Sinner les ayuda y ofrece un trabajo a Israel Sinner, el padre de Ada. Ella, por su parte ve a Harry, el niño de la familia, que vive protegido entre algodones, ignorante de cualquier penalidad. A partir de este instante, Ada vivirá pensando en conocer personalmente a Harry. La inesperada visita de Ada y Ben a casa de los Sinner ricos pone de manifiesto que  su condición de judíos les une en una cierta solidaridad familiar y en el destino común de perseguidos y emigrados, pero no es suficiente para borrar las insalvables diferencias de clase entre judíos ricos y judíos pobres.
Los Sinner ricos se han librado momentáneamente del pogromo en Ucrania por el hecho de ser ricos, de vivir en la ciudad alta, adonde no llega el ruido de la violencia sufrida por los pobres de la ciudad baja, pero no se libran posteriormente del exilio. Años después les encontramos a todos en París: Ada y Ben se han marchado con su tía y su prima en busca de un futuro mejor y más seguro, influidos por las expectativas que despierta en ellos la fantasía de Madame Mimí. Ada empieza a dedicarse a la pintura. Se casa con Ben, pero de quien está realmente enamorada es de Harry, que  también vive en París, enamorado de Laurence, una chica perteneciente a la alta burguesía parisiense, con la que se casa después de que esta  logre vencer la resistencia de su familia ante el matrimonio con un judío. A raíz de este casamiento  asistimos al rechazo a los judíos por parte de la buena sociedad francesa. Ser rico no es suficiente para ser aceptado, pesa más la condición de judío.
Ser judío, en el contexto descrito de forma magistral –no hay otro calificativo- por la autora, va unido a la actividad económica, a los negocios, a la banca, en el caso de los Sinner. Participan tanto del auge como de las miserias del capitalismo más corrupto. Es lo que ocurrirá con actividad desarrollada por Ben en su trabajo en el  banco de Harry Sinner, quien es poco más que una figura decorativa, pues son sus tíos quienes llevan el control de todo. Harry, el niño demasiado protegido se convierte en un adulto que dimite de sus responsabilidades profesionales en el banco. No lucha contra el poder de sus tíos, que le tienen arrinconado. Se limita a la vida fácil de joven rico. El escándalo producido por los audaces manejos económicos de Ben implica directamente a Harry, cuyo matrimonio peligra debido a su relación amorosa con Ada.  La claudicación de Harry supone el triunfo del  interés y de la sumisión a unos patrones sociales y económicos. que representan su salvación.  La renuncia de Ada es presentada en la novela como un acto de amor y de coherencia personal.
La única auténtica heroína de la novela es Ada. Su amor por Harry y su dedicación a la pintura marcan su vida de mujer adulta. Son precisamente dos cuadros suyos lo que despierta el interés de Harry y gracias a ellos se encontrarán y vivirán un amor apasionado y entregado. Los cuadros de Ada  poseen el don de hacer que Harry se reconozca en ellos y se encuentre consigo mismo. A partir de este instante, la relación entre ellos será cálida, fácil y fluida. No así la relación entre Harry y Laurence, que empeora día a día. Laurence y Ada se revelan como personajes antagónicos, como figuras femeninas antitéticas. Ada es el personaje con más fuerza de toda la novela, quizá el único personaje coherente y puro en su autenticidad, en la fidelidad a sí misma. Ni traiciona ni se traiciona a sí misma.
Me ha encantado esta novela y me admira la forma en que la autora, con su estilo depurado, y en un relato de tan sólo 221 páginas, sabe tratar tantos temas relacionados que se desarrollan a la par que las vidas de los personajes. Dice mucho, muchísimo, con gran economía de medios, entre los que destaca la viveza y la concisión de los diálogos. Irène Némirovsky domina el arte de la palabra esencial. No en vano fue gran admiradora de Chéjov.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Poema del mes. Diciembre: Poesía a la carta y Gioconda Belli

Antes de presentar el poema del mes –una forma totalmente personal y subjetiva de destacar un poema o un autor-, quiero referirme a un ameno y bellísimo libro, o libro-revista, como se prefiera: Poesía a la carta. La gastronomía en el arte y la literatura, número 241 de la revista Litoral. Es un regalo que me hice, me di el capricho de un lujo.
Lo esencial de la gastronomía en su sentido más puro y más placentero aparece tratado a través de textos literarios en los que la poesía ocupa un lugar preferente. Interesantes comentarios y artículos sobre el arte y el placer de comer abren este número de la revista y el apetito para seguir leyendo y disfrutando de las hermosas y bien escogidas imágenes que ilustran los temas tratados.
Poesía a la carta recoge en primer lugar una larga serie de temas generales sobre la gastronomía y pasa a continuación a presentar los alimentos más básicos vistos desde la poesía y el arte: el pan, el queso, el café, los huevos, la sopa, la verdura, la patata… No faltan tampoco momentos especiales como los desayunos, las cenas y los banquetes. Y, cómo no, las bebidas. Lope de Vega, Manuel Vázquez Montalbán, Neruda, Luis Alberto de Cuenca, Gioconda Belli, Luis Mateo Díez entre muchos otros nos evocan manjares y delicias, nos incitan a paladear y a contemplar desde la poesía, la sensualidad o el humor platos y productos tan familiares y conocidos que si no fuera por ellos, tal vez nunca habríamos reparado en lo que tienen de exquisito o de especial.
Cuando me entretengo leyendo y mirando tan hermoso libro, yendo un poco al azar muchas veces, no puedo dejar de recordar una película que vi hace años, Comer, beber, amar, de la que me gusta tanto el título como el argumento. Comer, beber, amar, esto es de lo que trata Poesía a la carta, pues erotismo y sensualidad andan a la par con sabores, texturas, colores, metáforas… Lorenzo Saval en el Editorial destaca que “Este número de Litoral es una invitación al paladar, un banquete para todos los sentidos”.
De entre todos los pasteles y dulces, mi preferido es el chocolate, el buen chocolate, intenso, suave, sensual, como el de este poema de Gioconda Belli, poetisa nicaragüense, que aparece en la sección "Pasteles y dulces" de Poesía a la carta:
PLACER DEL CHOCOLATE
Un cuadrado oscuro de chocolate
tiene para los dientes
el mismo efecto sensual
que el lodo en los pies traviesos de la niñez.
En la lengua, la densa materia oscura
suelta salivas en rojos cauces.
El chocolate se disuelve en dulce espeso fango
cuando lentamente se acarician los bordes
hasta que la tableta en la cavidad cálida
suelta aromas, recuerdos y flores
en las distendidas papilas.
Ríos de chocolate
atraviesan encías e resquicios dentales
y el placer - que uno sabe fugaz -
da sus vueltas atrapado en la boca.
Devoro chocolate ahora que no te tengo
para, lí­citamente y sin culpas,
abandonarme al erotismo.

Comiendo chocolate pienso en tu piel a mordiscos
pienso en tus piernas
tus pies
pienso en los manjares suculentos
de la vida.

¡Cuántos buenos momentos pasamos con un pedacito de chocolate! Después de comer, o después de cenar, o en la cama con un buen libro.