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lunes, 19 de noviembre de 2012

Yasunari Kawabata: La casa de las bellas durmientes


Tenía pendiente esta lectura, pues compré el libro hace un par de años, cuando me puse a leer autores japoneses durante una temporada. Eso era antes de empezar el blog. Leí casi todas obras de Yukio Mishima. Fue a través de Mishima que supe de Yasunari Kawabata. Disfruté con la lectura de  País de nieve, novela preciosa, que me animó a leer esta que comentaré hoy y que es un clásico de la literatura japonesa contemporánea. Yasunari Kawabata (1899-1972) recibió el premio Nobel de Literatura en 1968. Fue el primer autor japonés en ser galardonado con este premio.

La casa de las bellas durmientes es una novela corta que sumerge al lector en una atmósfera  extraña y un tanto asfixiante. Eguchi, un hombre de sesenta y siete años, acude a una especie de fonda, donde, previo pago, hombres ancianos pueden acostarse con hermosas jóvenes profundamente dormidas.  Han sido narcotizadas para que pasen toda la noche sumidas en un sueño profundo y no se enteren de nada de cuanto ocurre a su alrededor.

La novela se divide en cinco capítulos, que corresponden a las cinco visitas que Eguchi realiza a la casa, donde es recibido por una mujer que ejerce de patrona. La mujer le conduce a la habitación, donde una hermosa joven duerme profundamente. La casa tiene sus reglas, que no dejan de ser curiosas y ambiguas. No se puede despertar a las jóvenes, pues ellas no deben saber  con quién han pasado la noche y no deben realizarse acciones inconvenientes. Eguchi encuentra cada noche junto a su cama unas píldoras para dormir, que no son del mismo narcótico que se administra a las jóvenes. Cada noche se acuesta con una chica distinta, excepto la última, en que son dos.

El argumento es bien especial: ancianos que se meten en la cama con bellas jovencitas a las que no pueden despertar. ¿Para qué? ¿Por qué? Antes de empezar a leer la novela, supongo que es normal pensar que se tratará de una obra un tanto escabrosa, y la imagen de un viejo en la cama con una joven dormida que no despertará en toda la noche resulta bien poco agradable. Nada de eso. Es un hermoso relato que nos va entregando su secreto poco a poco. Su final abierto nos conduce inevitablemente hacia la reflexión. Es un final que no cierra una historia, sino que abre interrogantes de esos que carecen de respuesta definitiva y clara, pues penetran en el territorio cenagoso de lo humano, que nunca es de un color concreto, que nunca es blanco o negro, ni totalmente definido.

La casa de las bellas durmientes se articula, en mi opinión,  en torno a dos líneas temáticas formadas por dos parejas de conceptos opuestos: vejez-decadencia/juventud-belleza y dormir-inconsciencia/despertar-consciencia.

El hecho de hallarse en una situación de íntima proximidad con las  bellas jóvenes inconscientes le va provocando a Eguchi recuerdos del pasado y de su juventud, a modo de flashes. Con cada chica los recuerdos son distintos. La contemplación y el contacto con cada una de las bellas durmientes hace surgir en él recuerdos que afloran a la conciencia de repente, como si todo cuanto permanecía dormido en su interior despertara.

Las bellas durmientes son descritas en su sueño, en su forma de dormir, en sus posturas, por el olor que desprenden. La única forma de conocerlas en su individualidad es observando su cuerpo. Cada una de ellas es descrita por Eguchi bajo su condición de durmiente.La comunicación que se establece entre Eguchi y ellas es la que surge de la vista, el tacto y el olfato, principalmente. Las jóvenes dormidas no son conscientes de las percepciones, sensaciones y recuerdos que provocan en él. Son en realidad un estímulo, pues no participan ni interactúan conscientemente.

La novela es una reflexión constante sobre la vejez, sobre el temor y la desolación que causa la perspectiva de la decrepitud. Eguchi no es el más anciano de cuantos visitan la casa de las bellas durmientes, pero sabe con certeza que el camino que le queda por recorrer es el de la decadencia física. Cada bella joven dormida hace surgir en Eguchi el pensamiento de que es un viejo y piensa en lo que debe de suponer para un viejo aún mayor que él yacer en la cama junto a una joven tan hermosa. Es como una especie de vampirismo, como si los viejos sorbieran  de las jóvenes la juventud y las fuerzas que les faltan.

 El tema de la vejez va unido, por contraste, al de la belleza. En este sentido, La casa de les bellas durmientes  es también una reflexión sobre la  belleza y sobre el recuerdo de la belleza. ¿Qué se recuerda de lo bello que se ha vivido y de los momentos en que algo muy hermoso ha calado tan hondamente en la memoria que los retazos que se recuerdan evocan un todo?

La casa de les bellas durmientes es un hermoso texto, escrito con una prosa cuidada y bella, llena de sensibilidad por los detalles y por la forma en que se generan los recuerdos en la mente de un ser humano. Asistimos sin darnos cuenta al paso de lo vivido a lo recordado y sobre todo, a un momento de la vida del narrador, que es el propio Eguchi. El final abierto, creo yo, hace pensar  que la vida no responde a esquemas narrativos y que toda persona lleva en sí, dormida, una carga hecha de vivencias y de recuerdos de cosas que pasaron y que quedaron aparentemente sumidas en el olvido.

 En mi opinión, se trata de una novela que deja en el lector un eco que impulsa a volver sobre el texto y saborear la bella prosa de Yasunari Kawabata.

martes, 13 de noviembre de 2012

Poema del mes. Noviembre: Miguel Labordeta

Estaba leyendo un ratito después de comer y en la Antología comentada de la poesía lírica española, publicada por Cátedra, he encontrado este hermoso poema de Miguel Labordeta (Zaragoza, 1921-1969). Me doy cuenta por las fechas de que murió joven, relativamente, según se mire. A mi me parece que morir a los cuarenta y ocho años es morir joven. Quizá las dudas que le asaltan en el poema y la inquietud por saber qué fue de tantos sueños juveniles tan solo comenzaban a apuntar. Cuando alguien muere joven, uno siempre se pregunta qué habría sido o qué habría hecho si hubiera vivido más, si hubiera alcanzado, por ejemplo, los setenta años.

Quizá esta pregunta sea tonta y cada uno de nosotros tiene un recorrido ya marcado, que por suerte ignoramos, de manera que al llegar a la edad en que uno muere, aunque sea temprana, es porque ya se completó el ciclo individual. ¡Vete a saber! Quizá es tan solo el azar quien nos gobierna.

Querer saber quiénes somos, reconocer en qué nos hemos convertido en el transcurso de los años, descubrir qué ha pasado con nuestros sueños y nuestras ilusiones más queridas es emprender un pequeño viaje interior forjado por  preguntas cuyas respuestas quizá nos asusten o nos decepcionen. En cualquier caso, creo que hay más preguntas que respuestas. Es muy posible que la respuesta esté en el viento.      

     RETROSPECTIVO EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
Este bello poema teñido de melancolía recrea dos de los tópicos literarios más conocidos: el ubi sunt y el fugit irreparabile tempus. Los tópicos literarios tienen tanta vida y tanta fuerza, porque apuntan a lo esencial del ser humano, a lo que no cambia nunca. Por esa razón  traspasan siglos y culturas y logran conservar el esquema de dicción que les identifica.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Literatura comparada: Giacomo Leopardi y Gustavo A. Bécquer



Cada uno es hijo de su tiempo. Los artistas y los  escritores son quizá los seres más sensibles al clima que se respira en cada momento histórico. Son como espejos que reflejan todo un mundo. Esto que llamamos tendencias  y movimientos literarios, estas etiquetas con que clasificamos el vivir humano entre unas fechas más o menos concretas, es siempre algo a posteriori. Cuando todo ha pasado, se observa, se lee, se estudia  y se somete a un proceso de abstracción del que resulta una caracterización de los períodos artísticos o literarios.

El Romanticismo, este movimiento que ha sido seguramente uno de los más influyentes en la cultura occidental y cuyo eco nos sigue alcanzando aún, cuenta con escritores y artistas que se caracterizaron por ser personas inquietas,  que vivieron siempre buscando otra cosa distinta de lo que les había tocado vivir, algo muchas veces inefable,  incomunicable, si no era a través de la expresión artística. Ciertos poemas y pinturas de la época romántica, obras como las de Giacomo Leopardi o Bécquer en el ámbito literario y las de Caspar David Friedrich  en el artístico, expresan un profundo sentimiento ante la experiencia trascendente de la fusión  con la naturaleza. 

C.D Friedrich, Monje junto al mar
En los inicios del movimiento romántico empieza a producirse un trasvase de los poderes de la divinidad desde lo sagrado a lo profano. La naturaleza y el paisaje adquieren valor de símbolos de lo divino. El hombre romántico, en su búsqueda de trascendencia, encuentra en la experiencia de la contemplación del paisaje la vivencia de lo sagrado. La naturaleza será en el Romanticismo un importante motivo de inspiración por su condición de símbolo. Carl Gustav Carus, un discípulo del pintor alemán C.D. Friedrich (1774-1840), escribió lo siguiente, según cita de Robert Roseblum en su obra La pintura moderna y la tradición del Romanticismo nórdico, en una de sus cartas sobre el paisaje: 

“… Cuando el hombre, percibiendo la inmensa magnificencia de la naturaleza, nota su propia insignificancia y, sintiéndose a sí mismo en Dios, penetra en ese infinito y abandona su existencia individual, entonces su rendición es una ganancia más que una pérdida. Lo que de otra manera sólo ven los ojos del espíritu, aquí se hace casi literalmente visible: la unidad con el infinito del Universo…

El deseo de anegarse o de perderse en algo más grande que uno mismo, en la maravilla o en lo sobrecogedor que a veces puede contener la naturaleza, el deseo de trascendencia y la búsqueda de lo absoluto lo expresan en momentos distintos los poetas Giacomo Leopardi y Gustavo Adolfo Bécquer, pues aunque ambos pertenecen al movimiento romántico, por las fechas de nacimiento y muerte,  vemos que les separan muchos años. 

Giacomo Leopardi (1798- 1837), poeta italiano del Romanticismo, es autor de un breve poema titulado "El infinito", que transcribo a continuación, junto con el texto original en italiano. El infinito expresa la vivencia del poder sobrenatural y misterioso de la naturaleza y el deseo del poeta de  perderse en su inmensidad, como quien perece en un naufragio. Esa destrucción del yo no es sentida como algo negativo o trágico, sino muy dulce y agradable, tanto, que adquiere tintes de experiencia mística.



EL INFINITO
 Siempre caro me fue este collado
yermo y este seto, que de tanta parte
del último horizonte la vista excluye.
Mas sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquellos, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma
en mi mente imagino;  tanto, que casi el
corazón se me estremece. Y si del viento
oigo el susurro entre estas plantas, yo aquel
infinito silencio y esta voz
voy comparando; y acuérdome de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y su sonido. Así, en esta
inmensidad mi pensamiento anega,
y el naufragar me es dulce en este océano.

 L’INFINITO
«Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quïete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare»
(Giacomo Leopardi)

Gustvavo A. Bécquer (1836-1870), poeta español del Romanticismo tardío, cultiva en sus Rimas este mismo tema, al que incorpora un nuevo enfoque, pues detalla de forma más directa que Leopardi esa experiencia de lo sobrenatural.  En la rima VIII el poeta expresa su deseo de disolverse en la niebla y anegarse en la luz de las estrellas, afán que en él aparece unido a la conciencia de llevar algo divino en su interior. Desde este punto de vista, la divinidad se hallaría en todo cuanto compone el Universo: el ser humano disuelto en el Cosmos con la sensación de llevar en si algo de la naturaleza divina.


¡Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto;
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho!

Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego;
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo,
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.

En el mar en la duda en que bogo
ni aún sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro.

En ambos poemas se borran las fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, entre el yo y la naturaleza.