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domingo, 19 de agosto de 2012

Rosa Montero: La loca de la casa

Nada más empezar a leer, ya me cautivó La loca de la casa (2003), de Rosa Montero. Se trata de un ensayo sobre el poder de la imaginación en el oficio de escribir, y también en la vida, por supuesto. A partir de la metáfora acuñada por Santa Teresa de Jesús, Rosa Montero va dando cuenta de la importancia de este requisito indispensable en todo escritor que se precie: la capacidad de fabulación, incluso hasta el delirio.

La obra se organiza en diecinueve capítulos de extensión variable. Cada uno trata un tema distinto sobre el que la autora reflexiona y se extiende a partir de anécdotas supuestamente autobiográficas o bien a partir de referencias a otros escritores, obras o temas literarios.

Rosa Montero presenta al escritor como alguien que vive otras vidas, que a partir de la observación de unas personas, de una frase que ha oído, de cualquier detalle que le llama la atención, empieza a tejer en aquel momento o en cualquier otro que sea propicio, la historia de aquellos personajes. Nos cuenta cómo en un instante es capaz de meterse en su piel y en su supuesto o imaginado  contexto e inventar un relato hasta en sus más mínimos detalles. O quizás aquello queda guardado en lo más profundo de la memoria, aparentemente olvidado, hasta que de pronto, un día, de allí brota una historia.

Para Rosa Montero, el escritor es una especie de médium, alguien a quien el personaje o la historia se le imponen y le utilizan como canal para manifestarse a los lectores. En este sentido,  es alguien que posee la capacidad de la “iluminación”, que según Carson McCullers consiste en “esos espasmos premonitorios de aquello que aún no sabes, pero que ya se agolpa en los bordes de tu conciencia”. El novelista extrae su material de una zona que se halla al otro lado de la consciencia, donde duermen los sueños más queridos, los miedos más terroríficos, los deseos inconfesados. En esa zona de más allá del umbral de la consciencia hay una vida paralela en un mundo alternativo, “porque las novelas, como los sueños, nacen de un territorio profundo y movedizo que está más allá de las palabras y en ese mundo saturnal y subterráneo reina la fantasía”.

Con hermosas metáforas y frases certeras recupera recuerdos y escenarios del pasado y de la actualidad. Por las reflexiones  de las que nos hace partícipes Rosa Montero desfilan multitud de escritores, clásicos ya muchos de ellos, que son el ejemplo o el pretexto para presentar la tarea del escritor desde diversas perspectivas.

Los novelistas son seres especiales, que con la magia de su imaginación y de su palabra nos hacen la vida más grata y más plena. Nos llenan de consuelo y de diversión. Con sus libros nos llega un tesoro inapreciable: el de una vida que sentimos a veces como más verdadera, más auténtica, que la que llevamos en nuestra cotidianidad. Una vida de la mente, en un espacio libre de ataduras, de corsés,  de miedos y de conveniencias. Una vida otra y maravillosa. Gracias a la imaginación de los buenos novelistas accedemos a la interioridad de otros seres humanos, a otros espacios y al pasado más remoto. Y es que el escritor es él y muchos otros a la vez.

Todos los temas tratados en este ensayo tienen su peso y su importancia. En conjunto, nos proporcionan una visión completa y equilibrada de los retos a los que se enfrenta un escritor a lo largo de su carrera. Así, capítulo a capítulo, Rosa Montero nos habla del miedo a escribir la verdad que algunos días atenaza al novelista, de la independencia del escritor y de sus relaciones con el poder, del miedo al fracaso, de la ambición, del ansia de reconocimiento, de la memoria, de la locura…

A la vez que va exponiendo sus ideas como novelista, recrea fragmentos de su vida y los presenta ante el lector en un marco pretendidamente autobiográfico. Digo “pretendidamente” porque esa cuestión es uno de los puntos importantes de La loca de la casa. ¿Hasta qué punto el relato autobiográfico desde el que se tejen muchas historias familiares y personales es verdad y no ficción literaria? Acerca de este asunto la autora nos va haciendo guiños continuamente. Hay tres momentos en la obra en los que Rosa Montero nos cuenta su historia de amor con M., una experiencia juvenil de ardiente pasión. Conviene no leer esos textos a la ligera, y más si tenemos en cuenta lo que nos dice al final del libro, en el capítulo diecinueve:

Lo que hace el novelista es desarrollar estas múltiples alteraciones, estas irisaciones de la realidad, de la misma manera que el músico compone diversas variaciones sobre la música original. El escritor toma un grumo auténtico de la existencia, un nombre, una cara, una pequeña anécdota, y comienza a modificarlo una y mil veces, reemplazando los ingredientes o dándoles otra forma, como si hubiera aplicado un caleidoscopio sobre su vida y estuviera haciendo rotar indefinidamente los mismos fragmentos para construir mil figuras distintas.”

La lectura de La loca de la casa ha sido para mí un auténtico placer y motivo de reflexión en muchísimos momentos. Leer es una de las pasiones de mi vida y sumergirme en este hermoso libro, rico en su lenguaje y en su contenido, ha sido la mejor experiencia literaria del verano. Me ha recordado a mi admirada Carmen Martín Gaite, por esa capacidad de extraerle a una idea toda la sustancia de forma amena y original, en un discurso fresco y lleno de gracia, que te entretiene tanto como te enseña. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Poema del mes. Agosto: Eloy Sánchez Rosillo

Esa luna llena del primero de agosto que hoy podíamos contemplar en el cielo suave del anochecer es esta misma que canta Eloy Sánchez Rosillo en el poema "Luna", que pertenece al libro La certeza (1996-2004).

Qué bonito y qué agradable es sentarse al caer el sol a contemplar el ascenso de la luna en el cielo veraniego, sin nubes, en calma, apagado ya el ardoroso calor del mediodía y de la tarde. Esa luna llena invita a la poesía, sin duda.



Eloy Sánchez Rosillo es un poeta especialmente sensible al encanto de los momentos vividos en conexión con la naturaleza. Las estaciones y los meses del año aparecen frecuentemente en sus poemas ligados indefectiblemente a su experiencia personal y a las reflexiones que surgen al hilo de esos instantes en que la naturaleza entra a formar parte de los recuerdos y de las vivencias del poeta.

LUNA
Luna llena que vas serenamente
haciendo tu camino por el cielo de agosto,
cuánto consuelo al corazón me traes,
qué alivio siento al contemplarte hoy
sobre este mar tan mío.
Me he sentado a mirarte; te estoy viendo
ascender en la noche
y trazar tus efímeros enigmas refulgentes
en las aguas que llegan a la arena
con un leve murmullo.
No hay nada semejante
a tu luz compasiva, esa luz que restaña
tan delicadamente las heridas
inevitables y hondas del vivir.
Con emoción te observo, y voy pensando
que acaso sólo tú logras unir a veces
los distintos momentos de mi vida
con un hilo de plata:
en ti se reconcilian y confluyen
los seres diferentes que en mí se sucedieron,
y el hombre que ahora soy, si tú lo quieres,
encuentra en el amor de tu semblante mágico
al niño que yo era y al muchacho que fui.
Déjame que te cante,
concédeme, señora, que mi voz te celebre
con palabras muy puras,
y no permitas nunca que mis versos traicionen
la verdad que tú eres.
Que tu fulgor me alumbre, que tu piedad me ampare.
y que cuando se acerque la hora final, mis ojos
te busquen y te encuentren, o te recuerden, mientras
va acabándose el tiempo y todo se termina.