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sábado, 8 de septiembre de 2012

Poema del mes. Septiembre: León Felipe

Como cada año, septiembre es el inicio de muchas cosas: un nuevo curso, el final de las vacaciones, el comienzo de nuevos proyectos después del verano… En estos tiempos duros que nos esperan, además de lo que ya estamos viviendo en España, creo que no debemos olvidar que hay cosas que jamás podrán sernos arrebatadas: la confianza de cada uno en sí mismo y la propia actitud ante la vida.

Cuando el viento sopla en contra y parece impedir todo avance, cuando a tanta gente se le cierran todas las puertas, cuando reina una atonía política monumental que por desgracia favorece el triunfo de la falta de transparencia y de la mediocridad, cuando quienes se han aprovechado de sus cargos para apropiarse de lo ajeno van por ahí sacando pecho, cuando… quizás este poema de León Felipe nos ayude a reflexionar y nos permita ver la vida de otro modo.

Ser libres, no aferrarnos a nada, es la propuesta ética del poema de León Felipe. Yo creo que quien se apega desesperadamente a algo, aparte de que se instala en una perspectiva única y alicorta, se convierte en prisionero de sí mismo y se cierra las puertas a la riqueza de experiencias que la vida puede llegar a darnos.

ROMERO SOLO

Ser en la vida romero,
romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero... sólo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo...
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán los rezos,
ni como el cómico viejo
digamos los versos.
La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el príncipe Hamlet, viendo
cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
No sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para enterrar a los muertos
como debemos
cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día todos sabemos
hacer justicia. Tan bien como el Rey hebreo
la hizo Sancho el escudero
y el villano Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo,
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros.

Este poema de León Felipe pertenece a la Nueva antología rota (1920-1967), publicada por Finisterre Editores (México, 1974). Forma parte de “Versos y oraciones de caminante” (Madrid, 1920). 

martes, 4 de septiembre de 2012

Irène Némirovsky: Jezabel

Dice Rosa Montero en La loca de la casa que según Isaiah Berlin “hay dos tipos de escritores: los erizos y los zorros. Los primeros se hacen una rosca y siempre le dan vueltas al mismo tema, mientras que las raposas son animalejos itinerantes que avanzan sin parar por asuntos distintos.”. A mí me parece que Irène Némirovsky responde claramente al modelo de escritor erizo: dedicó su carrera de novelista a escribir la misma historia desde diversos ángulos o a distintos niveles de profundización. Su historia personal -contada, como ya dije, en el prólogo de Suite francesa-, el mundo que conoció,  los ambientes en los que pasó su juventud y aquellos en los que vivieron sus padres , todo ello aparece una y otra vez en su novelística. Jezabel no es una excepción.

En Jezabel, publicada por primera vez en 1936, Irène Némirovsky nos presenta de nuevo el tema de la relación entre madre e hija, aunque en principio no parezca ser este el asunto principal. Se trata de una obra compleja a pesar de sus 190 páginas, con un argumento narrado con maestría y con gran penetración psicológica en el diseño de los personajes principales. Con unas pocas pinceladas descriptivas, con precisión y economía de medios, la autora dibuja el contexto social e histórico en el que se desarrolla la trama. Nada queda al azar, nada es gratuito, todo está al servicio de la acción novelesca en una estructura perfectamente trabada.

Gladys Eysenach, la protagonista, es una mujer madura, que ha sido y sigue siendo muy hermosa; no obsante está terriblemente obsesionada por conservar su belleza y su apariencia juvenil. El paso de los años le parece algo terrorífico debido al envejecimiento que inexorablemente produce. No soporta ver crecer a su hija y que se sepa la edad que tiene, pues esto representa que los demás puedan llegar a descubrir la suya. Oculta a toda costa y a cualquier precio su verdadera edad, creyendo así que puede ir conservando la frescura, la lozanía y el encanto de su juventud.

Gladys Eysenach además de hermosa ha sido una mujer muy seductora que dominaba las artes de la conquista amorosa. Sentir como los hombres caían en las redes de su encanto se convirtió en el objetivo de su vida. Ser  la más bella, la más joven, la más seductora, brillar siempre y en todo momento, es la forma de ejercer su poder, y ser amada así, en estas condiciones, es para ella lo único importante en la vida, hasta el punto de que lo sacrificará todo sin ningún escrúpulo en el altar del dios de la belleza juvenil.

El título alude sin duda a Jezabel,  personaje bíblico del libro de los Reyes. Jezabel fue una princesa fenicia que se casó con Acab, rey de Israel. La Biblia la presenta como una mujer tiránica, cruel, manipuladora e inmoral por su lascivia, que al final acaba siendo castigada con la muerte.

La novela Jezabel nos invita a aceptar el pequeño reto de descubrir quién fue la Jezabel bíblica y relacionarla con Gladys Eysenach. Si uno se toma la molestia de indagar un poco y de salvar las distancias, la protagonista de la novela de Irène Némirovsky queda perfectamente definida, dotada de complejos matices que la convierten en un personaje que no deja indiferente al lector. Jezabel no defrauda. Se lee con interés, rápidamente, pues mantiene en todo momento la tensión narrativa. Y aunque hay un punto de exageración y algo en el estilo de las descripciones y las caracterizaciones de ciertos personajes que roza el expresionismo, Némirovsky es certera y hábil en la selección de los elementos que le interesa destacar.  En resumen, una novela para disfrutar y para conocer un poco más a esta gran novelista.