Que nada nuevo hay bajo
el sol se encarga de recordárnoslo la lectura de los clásicos. La renuncia de
Joseph Ratzinger al papado, hecho insólito que nadie esperaba y gesto que le
honra como persona, ha destacado más aún,
por contraste, el clima de corrupción económica
y humana que domina en el Vaticano. Escandaloso, pero no nuevo, si nos atenemos
a uno de los relatos del Decamerón, libro delicioso donde los haya.
Me parece un buen momento para recordar a Giovanni
Boccaccio (1313-1375) y releer la narración segunda
de la primera jornada del Decamerón, en la cual “El judío Abraham, incitado por
Giannotto de Civigni, va a la Corte de Roma y, al ver la maldad de los
clérigos, vuelve a París y se hace cristiano.”
En este breve cuento,
Giannoto de Civigni, mercader de París, se lamentaba de que su amigo Abraham,
mercader también, no abriera los ojos, abandonara
la fe judaica se convirtiera al cristianismo. Tanto pudieron su insistencia y
su poder de persuasión, que, finalmente, Abraham le dijo:
“-Ea, Giannoto, pues a
ti te agrada que me haga cristiano,
dispuesto estoy a cumplirlo; y tanto, que quiero primero ir a Roma y ver allí
al que tú dices que es vicario de Dios en la tierra, para considerar sus
maneras y costumbres y las de los cardenales, sus hermanos. Y si ellas me parecen tales que yo
pueda, entre eso y tus palabras, comprender que vuestra fe es mejor que la mía,
según te has ingeniado en demostrarme, haré aquello que te he dicho. Mas, si no
fuese así, seguiré judío como hasta ahora.
Oyendo esto Giannotto,
sintióse sobremanera apenado y decíase para sí: “He perdido el trabajo que tan óptimamente
empleado me parecía, creyendo a éste haber convertido; porque si va a la Corte
de Roma y ve la vida depravada e impía de los eclesiásticos, no ya no se hará
cristiano, siendo judío, sino que, si cristiano fuese, judío de seguro que se
tornaría.”
El caso es que Abraham se da una vueltecita por Roma, conociendo
testimonios y viendo con sus propios ojos cómo:
“del mayor al menor todos allí pecaban con gran deshonestidad en
cosas de lujuria, y no sólo en la natural, sino en la sodomítica, sin freno alguno
de remordimiento o vergüenza […] conoció claramente que los que observaba eran
universalmente comilones, bebedores, ebrios y más servidores de su vientre,
como animales irracionales, y de la lujuria, que de ninguna otra cuestión. Y
ahondando más, tan avaros y ansiosos de dinero los vio, que tanto la humana
sangre, incluso la cristiana, como las cosas divinas, y lo a los sacrificios y
beneficios perteneciente, por dinero vendían y compraban, haciendo mayor
mercadería y más ganancias teniendo, que cuanto pudiera encontrarse en París,
con ventas de pañerías u otras cosas.”
Cuando el pobre judío
hubo visto bastante, regresó a París y comunicó a su amigo Giannoto de Civigni
que, a pesar de la vida de crápulas que
llevaban los clérigos, y a pesar de que se dedicaban con todas sus fuerzas a
exterminar la religión cristiana, cuando deberían ser sus más ardientes
defensores, “vuestra religión aumenta y más lúcida y clara se torna, con razón
me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más
santa y verdadera que otra. Por lo cual […] ahora abiertamente te digo que por
nada del mundo dejaré de hacerme cristiano.”
El cuento no tiene
desperdicio, pues, a través de la ironía y del fino humor de Giovanni Boccaccio,
se pone de manifiesto una actitud
crítica con la falsedad en la que vivían en el siglo XIV los prelados, cardenales y demás
clérigos de Roma. Uno de los rasgos del Renacimiento es precisamente la inquietud de
muchos espíritus cultivados y sensibles por lograr una religiosidad más
auténtica, una espiritualidad alejada del materialismo y la mentira. Los iluminados,
los erasmistas, y , por último, la Reforma protestante serán las consecuencias
de la conducta de quienes deberían haber sido un ejemplo y un modelo de
religiosidad.
Lo triste de este
asunto es que el relato de Boccaccio tiene plena vigencia. La situación vista y
descrita por el judío Abraham es más o menos la actual. Pone los pelos de punta
conocer los hechos relativos a la pederastia, la codicia, las traiciones, las
ansias de poder de algunos hombres de iglesia.