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lunes, 4 de marzo de 2013

El Vaticano visto por Boccaccio o la actualidad de un clásico


Que nada nuevo hay bajo el sol se encarga de recordárnoslo la lectura de los clásicos. La renuncia de Joseph Ratzinger al papado, hecho insólito que nadie esperaba y gesto que le honra como persona,  ha destacado más aún, por contraste,  el clima de corrupción económica y humana que domina en el Vaticano. Escandaloso, pero no nuevo, si nos atenemos a uno de los relatos del Decamerón, libro delicioso donde los haya.

Me parece  un buen momento para recordar a Giovanni Boccaccio (1313-1375) y releer  la narración segunda de la primera jornada del Decamerón, en la cual “El judío Abraham, incitado por Giannotto de Civigni, va a la Corte de Roma y, al ver la maldad de los clérigos, vuelve a París y se hace cristiano.”

En este breve cuento, Giannoto de Civigni, mercader de París, se lamentaba de que su amigo Abraham, mercader también, no abriera los ojos,  abandonara la fe judaica se convirtiera al cristianismo. Tanto pudieron su insistencia y su poder de persuasión, que, finalmente, Abraham le dijo:

-Ea, Giannoto, pues a ti te agrada que me haga  cristiano, dispuesto estoy a cumplirlo; y tanto, que quiero primero ir a Roma y ver allí al que tú dices que es vicario de Dios en la tierra, para considerar sus maneras y costumbres y las de los cardenales, sus  hermanos. Y si ellas me parecen tales que yo pueda, entre eso y tus palabras, comprender que vuestra fe es mejor que la mía, según te has ingeniado en demostrarme, haré aquello que te he dicho. Mas, si no fuese así, seguiré judío como hasta ahora.

Oyendo esto Giannotto, sintióse sobremanera apenado y decíase para sí: “He perdido el trabajo que tan óptimamente empleado me parecía, creyendo a éste haber convertido; porque si va a la Corte de Roma y ve la vida depravada e impía de los eclesiásticos, no ya no se hará cristiano, siendo judío, sino que, si cristiano fuese, judío de seguro que se tornaría.

El caso es que Abraham  se da una vueltecita por Roma, conociendo testimonios y viendo con sus propios ojos cómo:

 “del mayor al menor  todos allí pecaban con gran deshonestidad en cosas de lujuria, y no sólo en la natural, sino en la sodomítica, sin freno alguno de remordimiento o vergüenza […] conoció claramente que los que observaba eran universalmente comilones, bebedores, ebrios y más servidores de su vientre, como animales irracionales, y de la lujuria, que de ninguna otra cuestión. Y ahondando más, tan avaros y ansiosos de dinero los vio, que tanto la humana sangre, incluso la cristiana, como las cosas divinas, y lo a los sacrificios y beneficios perteneciente, por dinero vendían y compraban, haciendo mayor mercadería y más ganancias teniendo, que cuanto pudiera encontrarse en París, con ventas de pañerías u otras cosas.”

Cuando el pobre judío hubo visto bastante, regresó a París y comunicó a su amigo Giannoto de Civigni que,  a pesar de la vida de crápulas que llevaban los clérigos, y a pesar de que se dedicaban con todas sus fuerzas a exterminar la religión cristiana, cuando deberían ser sus más ardientes defensores, “vuestra religión aumenta y más lúcida y clara se torna, con razón me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más santa y verdadera que otra. Por lo cual […] ahora abiertamente te digo que por nada del mundo dejaré de hacerme cristiano.”

El cuento no tiene desperdicio, pues, a través de la ironía y del fino humor de Giovanni Boccaccio, se pone de manifiesto una  actitud crítica con la falsedad en la que vivían en el siglo XIV los prelados, cardenales y demás clérigos de Roma. Uno de los rasgos del  Renacimiento es precisamente la inquietud de muchos espíritus cultivados y sensibles por lograr una religiosidad más auténtica, una espiritualidad alejada del materialismo y la mentira. Los iluminados, los erasmistas, y , por último, la Reforma protestante serán las consecuencias de la conducta de quienes deberían haber sido un ejemplo y un modelo de religiosidad.

Lo triste de este asunto es que el relato de Boccaccio tiene plena vigencia. La situación vista y descrita por el judío Abraham es más o menos la actual. Pone los pelos de punta conocer los hechos relativos a la pederastia, la codicia, las traiciones, las ansias de poder de algunos hombres de iglesia.

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