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martes, 31 de enero de 2012

Joan Frigolé: Un etnólogo en el teatro. Ensayo antropológico sobre Federico García Lorca

Hace años, con motivo de la celebración del centenario de García Lorca, asistí a una conferencia de Joan Frigolé en la que analizaba la obra lorquiana desde una perspectiva antropológica. Me pareció tan interesante, que compré el libro que hoy comentaré. Joan Frigolé Reixach (1943) es catedrático de Antropología de la Universidad de Barcelona. Una de sus líneas de investigación es el estudio de la cultura y la organización de la sociedad rural en el sudeste peninsular en el contexto cultural mediterráneo, y en ella se sitúa la presente obra.
Estamos tan acostumbrados a enfocar los temas de la obra dramática de Federico García Lorca en términos de libertad-represión, realidad-deseo-frustración, que la mirada de Joan Frigolé sobre sus principales obras teatrales aporta una perspectiva distinta y sin duda muy enriquecedora, pues al ya tradicional análisis literario y temático de obras como Doña Rosita la soltera o La casa de Bernarda Alba, por ejemplo, se añade una visión etnográfica. En palabras del autor, se trata de “la interpretación del teatro lorquiano a partir de su contextualización  etnográfica.” En este sentido, la pregunta que se hace Frigolé es “¿Hasta qué punto el teatro de Lorca refleja la cultura andaluza?
Frigolé analiza Bodas de sangre, Yerma, Doña Rosita la soltera o El lenguaje de las flores y La casa de Bernarda Alba según un modelo interpretativo basado en los conceptos de estratificación social en relación con el sistema de clases andaluz vigente en los años 30, sistema de valores, reproducción social, entendida como aquellas actuaciones encaminadas a consolidar la posición  social, y modelo de procreación, considerado como el conjunto de creencias, costumbres y símbolos relacionados con la transmisión de la vida en el contexto cultural andaluz.
El teatro de Lorca concede un papel protagonista a la mujer. Sus principales obras son dramas o tragedias de mujeres marcadas por deseos y pasiones que nunca verán satisfechos y que las arrastran a la muerte o a la frustración. Joan Frigolé analiza con detalle el contexto social de cada una de las obras mencionadas y estudia el argumento a la luz del marco teórico indicado anteriormente, siempre sustentado en el conocimiento de la realidad social andaluza de la época de Lorca. En su estudio nos va mostrando la existencia de una estrecha relación entre el fracaso de mujeres como Adela o Yerma y la tremenda rigidez de un sistema de estratificación social y de reproducción que se impone al individuo. Al mismo tiempo, se alude a costumbres del ámbito rural referidas al matrimonio y  a la procreación que explican ciertos detalles y determinadas conductas de los personajes de obras como Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba.
Este estudio sobre el teatro de Federico García Lorca me parece un buen complemento para cualquier indagación sobre la temática tratada por este autor. No va en detrimento de la valoración literaria, alejándose de su centro de interés, sino que aporta al lector una nueva vía de interpretación y de conocimiento. Joan Frigolé en las conclusiones de su interesante trabajo nos aconseja alejarnos del etnocentrismo y evitar juzgar obras del pasado con escalas de valores actuales. Una buena recomendación, sin duda, pues no encerrarnos en lo que conocemos y en lo que creemos en nuestros días nos abre el espíritu para valorar más acertadamente cualquier obra literaria y muy especialmente la de este gran clásico de nuestra literatura contemporánea.
A mí, personalmente, me aportó una visión diferente de la obra de Lorca, que me encanta y de vez en cuando releo, pues me ayudó a comprender mejor este supuesto antropológico de que todo es cultura, y una obra literaria, independientemente de su valor estético, es también el espejo de creencias y valores de la sociedad de la que ha surgido. Creo que el libro de Joan Frigolé puede gustar tanto a los amantes de la literatura, como a los interesados en el campo de la etnografía y la antropología social.

jueves, 26 de enero de 2012

Kate Morton: El jardín olvidado (I)

Compré El jardín olvidado sin saber muy bien qué compraba. Soy del Círculo de lectores, como ya sabéis, y escogí guiándome por la sinopsis del libro sin tener la menor idea de que se trataba de una obra que ha alcanzado un gran éxito.  Nada más empezarla me cautivó, ya no pude dejar la novela. Ansiaba llegar a casa y ponerme a leer. Leía hasta altas horas de la noche, hasta que, rendida de sueño, los ojos se me cerraban. ¡Qué novela tan bonita!
No voy a resumir detalladamente la historia que se relata en El jardín olvidado. Sólo lo indispensable. No quisiera privar a nadie del inmenso placer de ir descubriendo misterios y secretos a medida que se avanza en la lectura. Así que me limitaré a lo indispensable.
En Londres, en  1913, una niña es abandonada en un barco con destino a Australia con una pequeña maleta que sólo contiene algo de ropa y un libro de cuentos de hadas. Una mujer le ha dicho que la espere allí, que se esconda y que no diga su nombre. El barco zarpa y la mujer no acude junto a la niña. En Australia, en 20 la anciana Nell, a punto de ya de morir a los noventa y cinco años, murmura antiguos recuerdos. Después de su muerte, su nieta Cassandra hereda una cabaña y un jardín en Cornualles. Una herencia envuelta en el misterio, que impulsa a la joven Cassandra a emprender el viaje a Inglaterra para tratar de descubrir los vínculos de su abuela con aquella propiedad. El viaje de Cassandra es un viaje en el espacio y en el tiempo que la lleva a descubrir el pasado de su abuela y a conocer secretos familiares que habían permanecido ocultos. Es también un viaje hacia sí misma, de descubrimiento y de regeneración.
Kate Morton se revela como una excelente narradora, con un gran dominio del arte de mantener hasta el final el interés y la tensión en el lector. Gran conocedora de la literatura inglesa de la época victoriana, sabe aprovechar este bagaje para crear una atmósfera muy especial  y un argumento bien trabado, con unos personajes cautivadores en lo bueno y en lo malo de su carácter y de su conducta. Al leer El jardín olvidado uno entra en ese espacio o dimensión mágica que sólo los cuentos de hadas son capaces de crear. De hecho, la propia autora afirma en una de las entrevistas que le hicieron en su visita a España que ha querido escribir un cuento de hadas para adultos.
El tema de los cuentos de hadas recorre la obra y alcanza el nivel de elemento estructural del contenido. Eliza Makepace, uno de los personajes principales de la novela, es escritora de cuentos de hadas. Los cuentos de Eliza, que se intercalan en diversos capítulos,  son parte integrante de la novela, pues están directamente relacionados con el argumento. Cada relato tiene su sentido y su función. Es literatura dentro de la literatura, que aporta a El jardín olvidado  simbolismo y significado. Es verdad que la propia novela es como un largo cuento de hadas, que absorbe y encanta. Como dice J. C. Cooper en Cuentos de hadas. Alegorías de los Mundos Internos:
“La fascinación que ejerce el cuento de hadas en todas las edades radica en que revela nuestra propia naturaleza interior, con infinitas posibilidades espirituales, psíquicas y morales. Es la búsqueda del significado de la vida. El argumento gira en torno al héroe o la bella afligida, que se enfrentan a poderes titánicos. Los sufrimientos, pruebas y tribulaciones son imprescindibles para la realización de la trama, la evolución de los individuos involucrados y la unificación final.”
En El jardín olvidado, no es que se fundan realidad y fantasía, -todo buen lector de una obra de ficción acepta las reglas del juego con la única condición de la cervantina “verdad poética”-. Es que  la realidad se sustenta en lo sobrecogedor de las historias de los personajes a lo largo de muchos años. La búsqueda de la propia identidad como tema es un poderoso hilo conductor que relaciona las vidas de Eliza, Nell y Cassandra.
Y ¿qué decir de los personajes? Bien construidos y caracterizados, seres con vida e identidad propia, con claroscuros, luces y sombras. Algunos de ellos, como la señora Swindell, parecen sacados de una obra de Dickens. Y es que en El jardín olvidado encontramos ecos de la mejor narrativa británica del siglo XIX, como si Jane Austen y las hermanas Brönte se hubieran deslizado en algunas páginas de la novela: Adeline, Rose, la propia Eliza, Mary… por citar las mujeres del pasado. La historia de Nell, a través de Cassandra, me parece a mí, no es sino el pretexto para la bella y emotiva historia de Eliza, la autora de bellísimos cuentos de hadas.
En cuanto a la estructura de la novela, distintos planos temporales se alternan en función de los personajes. El estilo literario cambia levemente también: los capítulos dedicados a Eliza están narrados en algunos momentos con el estilo propio de las novelas de misterio. Parte de la infancia de Eliza transcurre en ambientes que recuerdan algunas novelas de Dickens, como el hueco en donde viven Eliza y su hermano:
“Encima de la tienda del señor y la señora Swindell, en la estrecha casa junto al Támesis, había un pequeño cuarto, escasamente mayor que un armario. Era oscuro, húmedo y maloliente (consecuencia natural de malos desagües y una inexistente ventilación), con paredes descoloridas que se resquebrajaban durante el verano y chorreaban durante el invierno, y una chimenea cuyo tiro había sido bloqueado hacía ya tanto que parecía una grosería sugerir que debía ser de otra manera. Pero, a pesar de su miseria, el cuarto de encima de la tienda de los Swindell era el único hogar que Eliza Makepeace y su hermano mellizo, Sammy, habían conocido, y que les proporcionaba un mínimo de seguridad y protección del que carecían sus vidas.”
El título, El jardín olvidado, es, desde mi punto de vista, un anticipo de la importancia y del simbolismo del jardín en la novela. El jardín, avanzada ya la novela, va adquiriendo cada vez más peso en el relato y cobra nitidez su significado como símbolo. Es un lugar de paz, un refugio, el centro donde Eliza pude encontrarse a sí misma. El diccionario de los símbolos de Jean Chevalier lo define en primer lugar como “un símbolo del paraíso terrenal, del cosmos que lo tiene como centro, del paraíso  celestial y de los estados que corresponden a las estancias paradisíacas.” Algo en perfecta consonancia con el jardín cerrado creado y cuidado por Eliza.
El jardín olvidado gustará a todos aquellos lectores a quienes les encanta dejarse atrapar por buenas historias, por relatos bien contados, a quienes gustan del misterio, la intriga, los secretos. Gustará a todos los que muchas veces -como yo misma- leen como niños.

domingo, 15 de enero de 2012

Elogio y defensa del club de lectura


Pertenezco al club de lectura de la Biblioteca Pública desde que se creó hace ya cuatro años.  ¡Es de lo más gratificante! Me encanta leer los libros seleccionados para cada curso y sobre todo leerlos pensando en lo que me parece destacable, en las relaciones temáticas que van surgiendo a lo largo de la lectura y que después podremos comentar en la tertulia literaria. Leer para poder comentar hace que me fije más en todo, que lea con ojos más críticos, con una mirada más detenida. Así es posible establecer relaciones y asociaciones de ideas que tal vez en una lectura menos atenta no acudirían a mi mente.
Me parece precioso que cada cual pueda aportar ideas y análisis acerca de la obra leída, pues no se trata de comentarios academicistas, sino de la valoración que hace cada lector desde su perspectiva. De aquí surge una gran riqueza, pues al escuchar el punto de vista de otras personas uno se fija en aspectos en los que no había reparado antes, en enfoques nuevos y diversos.
Algunas veces, la lectura comentada incide sobre hechos o vivencias de los lectores: el contexto, las situaciones, los personajes, algunos fragmentos especialmente expresivos… ¡Es la relación entre la literatura y la vida! Son momentos deliciosos en los que se comparte  algo más que el amor a la lectura a partir precisamente de ese gusto por la literatura. Afloran recuerdos, anécdotas, sensaciones. Es el fruto de todo cuanto puede encerrarse en un libro gracias al poder de la palabra.
Cada año hemos contado con la presencia del Escritor del Año y con la de algún autor invitado para hablarnos de su obra literaria. Es un privilegio poder escucharles y dialogar con ellos. Reír con ellos también.  Son encuentros inolvidables. Además de libros de autores contemporáneos, hemos leído también algunos clásicos de la literatura universal: El Quijote (el curso pasado la primera parte y este la segunda), Los persas, de Esquilo, El jardín de los cerezos, de Chéjov, entre otros. Perderles el miedo a los clásicos es un buen objetivo para un club de lectura. Hay libros que si se han convertido en clásicos es porque hay mucha gente que los ha leído y los ha disfrutado, pues han sabido entablar un diálogo vital con cada lector y por eso perduran.
Participar en un club de lectura no sólo supone la oportunidad de conocer nuevos autores y obras, es también el placer de formar parte de un grupo de personas con un interés común en principio, que luego se transforma en amistad. Se intercambian libros, se comentan novedades, películas, temas de actualidad que a veces tienen relación con lo leído.
Os animo a participar en algún club de lectura, que nadie tema nunca no estar a la altura (de quién sabe qué o quién). No se trata de demostrar que se sabe mucho de literatura o que se tiene mucha cultura, no, se trata de pasarlo bien y de disfrutar leyendo y dialogando sobre los libros. ¡Todos podemos aportar algo y todos podemos aprender de los demás! 

lunes, 2 de enero de 2012

Poema del mes. Enero. Vicente Aleixandre

El inicio de un nuevo año siempre contiene para mí la semilla de algo nuevo y esperanzador. Está todo por hacer. Ante nosotros el calendario virgen de los doce meses que nos esperan con quién sabe que acontecimientos y sucesos, que siempre deseamos que sean ricos en experiencias y alegría. El año, visto desde los primeros días de enero, tiene así algo de paraíso anhelado. Es un instante en el que aún todo es posible: ilusiones, deseos, esperanzas, un trabajo, un amor, un buen momento, amigos, el mar, el campo… Por eso he pensado hoy en un poema de Vicente Aleixandre del libro Sombra del paraíso, publicado en 1944, en la etapa más oscura y más  dura de la posguerra, que contrasta con el tono y los temas de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, publicado también el mismo año.

Sombra del paraíso es para mí uno de los libros más bellos de Aleixandre. Lo escribe entre 1939 y 1943, una época de amarga sombra en la cual el poeta optó por el exilio interior. Sus poemas vienen a ser una evasión hacia la belleza y la inocencia del mundo y de los seres que lo habitan, o la evocación de figuras queridas como la de su padre en Padre mío. Impregna el libro un tono de luminosa melancolía, como diciéndonos que aunque la vida en aquella época fuera durísima, en algún lugar existía la belleza.

El poema es largo, leedlo despacio, disfrutad con tiempo de la belleza del lenguaje y de las hermosas imágenes.

Criaturas en la aurora

Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.

Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.
Bebisteis ese cristalino fulgor,
que con una mano purísima
dice adiós a los hombres detrás de la fantástica
                                                 presencia montañosa.
Bajo el azul naciente,
entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,
que vencían a fuerza de -candor a la noche,
amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi
                                                                        húmeda
se desgarraba virginalmente para amaros,
desnuda, pura, inviolada.


Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,
donde la hierba apacible ha recibido eternamente el
                                          beso instantáneo de la luna.
Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido
que se siente inefable más allá de su misma apariencia.

La música de los ríos, la quietud de las alas,
esas plumas que todavía con el recuerdo del día se
                     plegaron para el amor como para el sueño,
entonaban su quietísimo éxtasis
bajo el mágico soplo de la luz,
luna ferviente que aparecida en el cielo
parece ignorar su efímero destino transparente.

La melancólica inclinación de los montes
no significaba el arrepentimiento terreno
ante la inevitable mutación de las horas:
era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo
que ofrecía su curva como un seno hechizado.

Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,
la luz, el calor, el sondear lentísimo
de los rayos celestes que adivinaban las formas,
que palpaban tiernamente las laderas, los valles,
los ríos con su ya casi brillante espada solar,
acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez
                                                                        tan íntima,
la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.

Allí nacían cada mañana los pájaros,
sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.
Las lenguas de la inocencia
no decían palabras:
entre las ramas de los altos álamos blancos
sonaban casi también vegetales, como el soplo en las
                                                                         frondas.
¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían
estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!

Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del
                                                                            soto,
eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.
Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible
besaba vuestros pies, insensibles al beso.
¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas
brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.
Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos
                                             dorados, recientes, de la vida,
del sol, del amor, del silencio bellísimo.


No había lluvia, pero unos dulces brazos
parecían presidir a los aires,
y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,
mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba
                                                                magia de plumas.


No, no es ahora, cuando la noche va cayendo,
también con la misma dulzura pero con un levísimo vapor

           de ceniza,
cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.
Lejos están las inmarchitas horas matinales,
imagen feliz de la aurora impaciente,
tierno nacimiento de la dicha en los labios,
en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.


El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,
ni el turbio espesor de los bosques hendidos,
sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas
donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.

Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales
de un mundo virginal que diariamente se repetía
cuando la vida sonaba en las gargantas felices
de las aves, los ríos, los aires y los hombres.

domingo, 1 de enero de 2012

Vicente R. Gramaje: Cuando leas esta carta

 Soy socia de Círculo de Lectores y compré esta novela guiándome más por la sinopsis que por el hecho de haber recibido el Premio Círculo de Lectores de Novela 2011. No me ha decepcionado, al contrario, he disfrutado leyéndola y he aprendido también un poco de historia de España. El autor, Vicente R. Gramaje es valenciano,  médico rural en Godelleta, una pequeña población de Valencia. Esta es su primera novela y visto el resultado, sería deseable que siguiera escribiendo y publicando.

Víctor Monteoscuro, médico como el autor, ha perdido a su esposa, fallecida a causa de un cáncer. Deja la profesión durante un año, pues  cree que no supo detectar a tiempo la malignidad de la dolencia de su esposa y esto le provoca angustia e inseguridad ante la posibilidad de fallar en el diagnóstico de sus pacientes. Decide viajar por Marruecos, y al llegar a Monte Arruit, localidad próxima a Melilla, en la zona del Rif, se encuentra con unas obras en la calle, interrumpidas momentáneamente a causa del hallazgo de una fosa común. Todo el mundo sabe que aquellos huesos pertenecen a los soldados españoles que perdieron la vida en 1921 en el Desastre de Annual.  Curioseando por las obras, entre los montones de tierra, Víctor encuentra una insignia y una botella de cristal como la de las farmacias antiguas fuertemente cerrada. Al abrirla, aparece una carta escrita por el capitán Gimeno Trester a Noelia Clararmunt Pellicer.
El deseo de conocer los hechos históricos en torno a la guerra del Rif, un episodio de la historia del colonialismo español en el norte de África, le lleva a indagar por la zona de Melilla y despierta en Víctor Monteoscuro la necesidad de hacer todo cuanto esté en su mano para localizar a la familia de la destinataria y entregar la carta que quedó sepultada noventa años atrás. Aquí comienza la aventura de una búsqueda tenaz, con la ayuda de Claudia, capitana del ejército español, de un detective llamado Max y de otros personajes que van apareciendo a lo largo de la novela y aportando información esencial para poder seguir el rastro de Noelia Claramunt y su familia.
Lo más interesante, en mi opinión, no es la aventura personal de Víctor Monteoscuro, sino la historia de los soldados españoles que se vieron forzados –no existe otro término- a participar en una guerra colonial en el norte de África, cuyas motivaciones e intereses les eran totalmente ajenos y en la cual se dejaron la vida de forma dramática y cruel. Cuando leas esta carta nos lleva junto a los oficiales y reclutas que resisten hasta la extenuación  y la muerte en el puesto de Chemorra. La humanidad del capitán Gimeno Trester, autor de la carta, la dignidad, el valor y la solidaridad de los soldados que estaban a su cargo destacan sobre cualquier otra consideración.
La importancia de esta novela se debe tanto al riguroso trabajo de documentación llevado a cabo por Vicente R. Gramaje, como a su habilidad para  integrar la información histórica  con los elementos de la ficción novelesca. La capitana Claudia Navarro cumple en parte la función de relatar y explicar la historia de la guerra del Rif, sus causas, desarrollo y consecuencias a Víctor Monteoscuro, lego en la materia, sin caer en el didactismo. Otros personajes secundarios colaboran también en esa función explicativa y contextualizadora.
Si hay un tema que sobresale en este triste episodio de nuestra historia nacional y en la propia novela es la miseria, la falta de recursos, la carencia de lo más elemental para  la supervivencia de los soldados españoles en esta misión de trabajos forzados que fue esta guerra y que desembocó en la masacre conocida como el Desastre de Annual en 1921. Los soldados eran reclutas que no podían librarse de ir a la guerra por carecer de recursos, chicos de familias humildes que no habían recibido la menor instrucción militar. Ir a la guerra de África era para ellos ir hacia una muerte segura, como así fue.
En la obra se van alternando los capítulos protagonizados por Víctor Monteoscuro con los que  se centran en el capitán Gimeno Trester y que nos trasladan al pasado entre los oficiales y soldados sitiados en el puesto de Chemorra. Estos son los capítulos más interesantes. Acción, personajes y diálogos adquieren vida y verdad.
 Cuando leas esta carta es una novela amena desde el principio, que se lee bien, escrita con un estilo ágil, directo y claro. Es una pequeña lección de historia, la evocación de unos hechos que en la actualidad son poco conocidos, pues no hay nunca un público recuerdo para ellos, a diferencia del Desastre del  98, que se conmemoró durante todo un año con variados actos y exposiciones.  Aquellos miles de héroes anónimos merecen ser recordados, su sacrificio merece nuestro respeto.

Imagen: http://www.casadellibro.com/ebook-cuando-leas-esta-carta-ebook/9788415791515/2102672