Estoy
releyendo los libros de poemas de Eloy Sánchez Rosillo, el poeta con el que me
siento más identificada en esta época de mi vida. Siempre me ha gustado. Desde que hace ya algunos años compré la antología poética Confidencias, no he dejado
de leerle. En él hallo siempre un poema para cada momento, para cada estado de
ánimo y, en cualquier caso, un bello y trabajado lenguaje poético.

No
tienen ya el tamaño propio de la época de mayor floración, pero aún alegran y
colorean el jardín. Las flores son pequeñas, como más debilitadas y con la
textura propia del delicado papel de seda. La foto de estas flores tardías
sobre la portada de los libros de poemas de Eloy Sánchez Rosillo ilustra este
bonito poema que expresa el afán por captar la belleza de algo efímero antes de
que pase el momento y ya no sea posible recobrarla.
FLORES
DE BUGANVILIA
En el jarrón que hay
sobre esta mesa
he puesto hace un
momento unas ramas con flores
de buganvilia. No me
fue posible
resistir el impulso de
traerlas conmigo:
colgaban de la tapia de
una casa
y al doblar una esquina
me asaltaron los ojos.
No son apenas nada,
poca cosa,
Pero cuánto acompañan.
El color
que las flores ostentan
es un púrpura vivo,
y aún estando tan
frescas, al tocarlas,
tienen un tacto
quebradizo y seco.
Parecen mariposas de
papel
que se hubieran posado
en esas ramas
a descansar un poco.
Por si alzaran
súbitamente el vuelo y
luego se marchasen
de mi casa y mi vida
para siempre,
las anoto deprisa en mi
cuaderno.
El
último verso remite a otro del mismo autor ”y apunto emocionado en mi cuaderno” , del
poema “Acerca del jilguero” y, cómo no, a otro verso célebre de Antonio Machado
en el poema “A un olmo seco”: “olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de
tu rama verdecida”. Es el motivo literario del poeta siempre atento a tomar
nota de las cosas tocadas instantáneamente por la belleza y la magia, para que
la palabra escrita y el verso les permitan perdurar. El poeta se convierte
entonces en creador de imágenes que logran detener el tiempo.
Qué lindo, me trae recuerdos del árbol "papelillo" (acá le decimos así) que mi padre tanto defendía del fastidio que sentía mi mamá por la cantidad de flores secas que dejaba éste caer.
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