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lunes, 14 de mayo de 2012

Paul Auster: El Palacio de la Luna

Hace poco he terminado El Palacio de la Luna. He  disfrutado muchísimo con esta novela, porque es una cajita de sorpresas, el más genuino Auster.  Hay novelas ante las cuales el lector experimenta esa deliciosa sensación de sentirse inmerso en la magia del relato, algo muy especial, vinculado –creo yo- a ese gusto que sentimos desde niños por que nos cuenten historias. Con Paul Auster dejamos a un lado el realismo y entramos de lleno en el territorio de la verdad poética. Creo que  El Palacio de la Luna gustará a los lectores de Auster y a cualquier amante de las novelas que desee dejarse llevar por la fascinación de una historia bien contada. Es, además,  una novela cargada de simbolismo y de juegos literarios que atrapan al lector e introducen diversos temas que, en mi opinión, estructuran el contenido de la obra.

 Reproduzco la sinopsis que aparece en la contraportada del libro editado por Anagrama, porque es breve, clara y concisa. Eso me permitirá detenerme un poco en cuestiones interpretativas:   “Marco Stanley Fogg está a las puertas de la edad adulta cuando los astronautas ponen el pie en la luna. Hijo de padre desconocido, fue educado por el excéntrico tío Víctor, que tocaba el clarinete en orquestas de mala muerte. En los albores de la era lunar, muerto su tío, Marco va cayendo progresivamente en la indigencia, la soledad y una suerte de tranquila locura de matices dostoievskianos, hasta que la bella Kitty Wu lo rescata. Marco empieza entonces a trabajar para un viejo pintor paralítico y escribe su autobiografía, que éste quiere legar a su hijo, al que no llegó a conocer. Tras un largo periplo que lo lleva hasta el Oeste y bajo el influjo da omnipresente luna, Marco descubrirá los misterios de su origen y la identidad de su progenitor.

Después de la lectura, pensando en cómo enfocar este comentario, me ha parecido que Auster,  uno de los grandes novelistas norteamericanos actuales, es deudor de la tradición literaria europea, de Cervantes, en concreto. El tema de la identidad de los personajes, el de  la literatura y otros que se articulan  en la construcción de una ficción narrativa fundamentada en la verdad poética me parecen inspirados en esa tradición, al igual que el tema de la verdad.

 El tema de los libros y de la literatura recorre toda la obra, aunque con diferentes manifestaciones. Desde un principio, la literatura aparece vinculada a la vida del protagonista. Cuando el tío Víctor se va, le deja sus libros empaquetados, y al morir este, leerlos todos por el mismo orden en que estaban en las cajas es una forma de recobrar parte de la biografía de su tío y de penetrar en lo que era su ser, pues no en vano todo buen lector sabe por experiencia que uno es lo que ha leído:

 “Cada vez que abría una caja penetraba en un segmento nuevo de la vida de mi tío, un período determinado de días, semanas o meses,  y me consolaba pensar que estaba ocupando el mismo espacio mental que mi tío había ocupado antes, leyendo las mismas palabras, viviendo las mismas historias, quizá albergando los mismos pensamientos.

La muerte del tío Víctor transtorna su vida completamente, le sume en una profunda depresión marcada por el deseo de hundirse en  la nada. Su ruina económica y moral le conduce a vivir en Central Park y a llevar una vida totalmente marginal, separado de la sociedad. Muerto su tío, se produce una especie de muerte simbólica de Marco Stanley Fogg: ha ido dejando de ser el que era, y mientras vive en el parque como un indigente, lleva la vida propia  de quienes están en un espacio liminal, en el  umbral hacia una nueva etapa de la vida y se encuentran aún separados  del orden de una vida social en una especie de no-lugar. Los rincones de Central Park por donde sobrevive Marco son a veces espacios confusos y peligrosos, y no obstante, en un momento dado, Marco aprecia el parque como algo totalmente opuesto a la ciudad que le aporta bienestar y posibilidad de regeneración. Vivir en Central Park es ser el hombre natural, libre y no corrompido,  gracias a esa naturaleza inmersa en el espacio urbano que él rechaza y donde se siente rechazado. Parque y ciudad, hombre natural y hombre urbano se oponen:

“No hay duda de que el parque me hizo muchísimo bien. Me dio intimidad, pero más que eso, me permitió fingir que mi situación no era tan mala como era en realidad. La hierba y los árboles eran democráticos y mientras ganduleaba al sol de la tarde o trepaba a las rocas a última hora para buscar un sitio donde dormir, me sentía integrado en el medio, me parecía que hasta para una mirada experta podía pasar por uno más de los paseantes o ciudadanos que merendaban en la hierba. Las calles no daban lugar a tales confusiones. Siempre que caminaba entre la multitud, rápidamente me hacían avergonzarme y tomar conciencia de mí mismo. Me sentía una mancha, un vagabundo, una pústula de fracaso en la piel de la humanidad.

Pasada la experiencia de Central Park, empieza a trabajar para Effing, un viejo pintor paralítico y excéntrico. Con este personaje se introduce en la novela el tema de la identidad  unido al de la literatura, que adopta una nueva modulación. Marco tiene que escribir la biografía de Effing a partir de la información  oral que este le suministra. Por una parte, Marco es ya otro, superada su profunda crisis; por otra, Effing , a través del relato oral de su biografía, se revela como alguien que dejó de ser el que era y en un momento dado adopta una nueva identidad, que es la actual. Así pues, se introduce en El Palacio de la Luna ese juego literario de un narrador que pone por escrito la historia que otro le ha contado y en la que van apareciendo nuevos personajes con sus historias que resultan estar relacionadas con la principal, como el caso del hijo de Effing. Todo ello, como verá el lector, son elementos estructurales del argumento que no conviene desvelar.

En la verdadera historia de Effing  y en el episodio de la cueva hay algo mágico, que recuerda los cuentos maravillosos: el duro y largo camino plagado de dificultades y pruebas que parecen insuperables, la vida en la cueva como salvación y período de transición a otra vida, en la que dejará de ser el que fue y deberá adoptar otro nombre, otra identidad.

Hay también episodios divertidísimos, como el reparto de los 20.000 dólares, en que Marco, Effing  y el negro del paraguas parecen haberse convertido en personajes de cuento de hadas, todo ello aderezado por la buena intención moral de Effing.

Otro personaje escritor es Solomon Barber, profesor de historia . Autor de una novela escrita en su adolescencia, La sangre de Keppler, en la que vertía sus problemas psicológicos,  es otro de los personajes a través de los que se desarrolla el tema de la identidad. En este caso, el cuerpo y la apariencia física son los materiales con que se construye una imagen y una identidad. Es hacer de la necesidad virtud, pues se trata de un hombre muy gordo y alto, una figura descomunal. En relación con Solomon Barber, se introduce un nuevo tema, apropiado para el final: la anagnórisis o reconocimiento. En las antiguas novelas, también en algunas de las Novelas ejemplares de Cervantes, después de muchas peripecias, se pone en claro quién es cada cual y tienen lugar emotivas escenas de reconocimiento, con las que se restaura la armonía y cada uno ocupa su lugar. No doy detalles, porque no quiero privar a nadie del gusto de descubrir poco a poco los entresijos del argumento de El Palacio de la Luna.

En relación con el relato de la vida de Effing y la búsqueda de la cueva que emprenden Marco y Solomon Barber aparece el tema de la verdad. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es verdad y qué no? El episodio de la cueva, tan importante en la historia de Effing, adquiere tintes míticos, hasta tal punto que puede ser comparado con el episodio vivido por don Quijote en la Cueva de Montesinos:

“-Por supuesto que estaba diciendo la verdad –afirmó-. Puede que los hechos no fuesen siempre exactos, pero decía la verdad.
-Una respuesta muy profunda –dijo Barber-. Sin duda es la única que tiene sentido.
-Sospecho que sí –dije-. Aunque no hubiese una cueva real, existió la experiencia de una cueva. Todo depende de lo literalmente que quiera uno tomárselo.”

He dejado para el final el asunto del simbolismo de la Luna. La Luna es un personaje del telón de fondo que aparece y reaparece continuamente. A partir del nombre del restaurante a donde Marco va a cenar con Kitty y que da título a la novela, las alusiones a la luna son constantes y llegan hasta el final. En la simbólica de la Luna, esta se halla relacionada con los ciclos de la vida, con el misterio y con la noche, con las aguas, con las transformaciones... entre otras cosas. Al final de la novela, Marco es un hombre nuevo, como si acabara de renacer.

“Luego salió la luna por detrás de las de las colinas. Era una luna llena, tan redonda y amarilla como una piedra incandescente. No aparté mis ojos de ella mientras iba ascendiendo por el cielo nocturno y sólo me marché cuando encontró su sitio en la oscuridad.”

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