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sábado, 26 de diciembre de 2015

"Flores de buganvilia", un poema de Eloy Sánchez Rosillo

 Estoy releyendo los libros de poemas de Eloy Sánchez Rosillo, el poeta con el que me siento más identificada en esta época de mi vida. Siempre me ha gustado. Desde que hace ya algunos años compré la antología poética Confidencias, no he dejado de leerle. En él hallo siempre un poema para cada momento, para cada estado de ánimo y, en cualquier caso, un bello y trabajado lenguaje poético.

No diré ahora nada de los temas que aparecen de forma recurrente, y que constituyen el eje de su poesía. Citaré tan solo el poema “Flores de buganvilia”, que figura en el libro Oír la luz (2008). Me he topado con él y he cortado un ramito de mi enorme trepadora que este invierno que acaba de empezar, después de un otoño con unas temperaturas inusualmente altas, conserva muchas de sus esplendorosas y abundantes flores.

No tienen ya el tamaño propio de la época de mayor floración, pero aún alegran y colorean el jardín. Las flores son pequeñas, como más debilitadas y con la textura propia del delicado papel de seda. La foto de estas flores tardías sobre la portada de los libros de poemas de Eloy Sánchez Rosillo ilustra este bonito poema que expresa el afán por captar la belleza de algo efímero antes de que pase el momento y ya no sea posible recobrarla.


FLORES DE BUGANVILIA

En el jarrón que hay sobre esta mesa
he puesto hace un momento unas ramas con flores
de buganvilia. No me fue posible
resistir el impulso de traerlas conmigo:
colgaban de la tapia de una casa
y al doblar una esquina me asaltaron los ojos.
No son apenas nada, poca cosa,
Pero cuánto acompañan.
                                                El  color
que las flores ostentan es un púrpura vivo,
y aún estando tan frescas, al tocarlas,
tienen un tacto quebradizo y seco.
Parecen mariposas de papel
que se hubieran posado en esas ramas
a descansar un poco.
                                    Por si alzaran
súbitamente el vuelo y luego se marchasen
de mi casa y mi vida para siempre,
las anoto deprisa en mi cuaderno.

El último verso remite a otro del mismo autor  ”y apunto emocionado en mi cuaderno” , del poema “Acerca del jilguero” y, cómo no, a otro verso célebre de Antonio Machado en el poema “A un olmo seco”: “olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu rama verdecida”. Es el motivo literario del poeta siempre atento a tomar nota de las cosas tocadas instantáneamente por la belleza y la magia, para que la palabra escrita y el verso les permitan perdurar. El poeta se convierte entonces en creador de imágenes que logran detener el tiempo.

martes, 15 de diciembre de 2015

Simbolismo de la granada

Planté un granado en mi jardín hace ya un par de años. Es pequeño aún. Este año ha echado hermosas flores que se han convertido en granadas con una buena apariencia, pero que no han resultado buenos frutos, porque no han madurado bien, o porque yo no lo he sabido cuidar debidamente, que muy bien podría ser.

 Lo cierto es que ahora, en el momento de empezar este invierno que ya veremos si lo será, por las temperaturas tan inusualmente altas que tenemos, sus hojas se han vuelto de un amarillo luminoso. Durante unos días el arbolito desprendía luz al mirarlo y ahora esas hojas van cayendo, dejando sus ramas desnudas y un tapiz entre amarillo y ocre en el suelo. Cuando estaba en plena floración saqué unas fotos de aquellas flores divinas, de un rojo anaranjado intenso que brillaban entre el verdor de las ramas.

Siempre me ilusionó tener un granado, más que para comerme sus deliciosos frutos, para tener este árbol que me recuerda siempre a otro: el granado de mi abuela, que era enorme y producía unas granadas que eran una delicia. ¡Esas sí que maduraban bien! Mi abuela vivía en el campo y, como eran otros tiempos, no tenía electricidad. Lavaba la ropa a mano bajo el granado. Era otra vida, otro mundo muy distinto del de ahora. Todos los granados y todas las granadas llevan en sí la imagen y el recuerdo querido de mi abuela.



Pero, aparte de los recuerdos personales, el granado es importante por el simbolismo atribuido a su fruto,  tan bello en su forma y en su colorido.

"Granada" procede del latín, malum granatum o manzana o fruta con granos. Según el Diccionario de los símbolos, de Jean Chevalier y  Alain Gheerbrant, la granada es un símbolo de la fecundidad que tiene diversas y amplias manifestaciones en distintas culturas. En la Grecia antigua es un atributo de Hera y de Afrodita. Tiene, además, un importante protagonismo en el mito de Perséfone, quien por haberlo comido fue condenada a pasar un tercio del año en los infiernos y los otros dos en el mundo de los vivos por un favor de Zeus. Representa claramente el proceso de la semilla que germina en el seno de la tierra y florece y da su fruto en la superficie.

En Roma el tocado de las novias está hecho con ramas de granado. En Asia y en África encontramos también este mismo simbolismo en diversas leyendas y creencias populares.

En la literatura mística cristiana del siglo XVI, San Juan de la Cruz en el Cántico espiritual (Canciones entre el alma y el Esposo) pone en boca de la Esposa:

Gocémonos, amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte o al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.          175

  Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos.            180

En el comentario dice el propio San Juan de la Cruz acerca del significado del mosto de granada que “Las granadas significa aquí los misterios de Cristo y los juicios de la sabiduría de Dios y las virtudes  y atributos de Dios, que del conocimiento de estos misterios y juicios se  conocen en Dios, que son innumerables” basándose en la forma de la fruta y en la cantidad y disposición de los granos en su interior.

Así tenemos, pues, uno de los innumerables ejemplos de cómo el ser humano atribuye significados simbólicos y metafóricos a los elementos de la naturaleza. Para mí es simplemente la manifestación clara de que en el fondo nos sentimos parte de esta naturaleza y por esta razón la dotamos de significado como hacemos con todo lo que nos rodea y con todo cuanto creamos.

Y volviendo al principio: a ver si el próximo año tengo más suerte o más habilidad en el cuidado de mi granado y la fruta está más rica.


miércoles, 24 de junio de 2015

La mañana de San Juan en el Romancero: La misa de amor

Para la mañana de San Juan,  que es siempre maravillosa y encantadora, copio aquí este delicioso romance viejo, simpático y gracioso, que relata la entrada en la iglesia de una joven bien vestida y de tal belleza que el celebrante de la misa y el cantor se despistan y ya no saben ni lo que dicen al verla. El motivo de la dama de belleza tan deslumbrante que es capaz de alterar la ceremonia religiosa aparece en diversas baladas europeas y entre los romances que se han conservado entre los judíos de Oriente.

LA MISA DE AMOR

Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia
relumbrando como el sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan,
no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
decían amor, amor.

Este romance aparece en la obra de Ramón Menéndez Pidal Flor nueva de romances viejos. Existen en España diferentes versiones de este poema, como suele ser propio de los textos literarios de transmisión oral. Algunas no hacen ninguna referencia a la mañana de San Juan, como, por ejemplo, el titulado La bella en misa, recogido en la obra titulada Romancero, de la editorial Crítica, en la edición de Paloma Díaz-Mas, que tiene un comienzo distinto, pues comienza así:

En Sevilla está una ermita   cual dicen de San Simón
Adonde todas las damas    iban a hacer oración:
Allá va la mi señora,     sobre todas la mejor.

Y sigue después igual que en el de la edición de Menéndez Pidal.


¡Que disfrutéis con su lectura!

martes, 23 de junio de 2015

La fiesta de San Juan en Ciutadella vista por Josep Pla

La víspera de San Juan, la noche de San Juan, es la puerta de entrada al verano. Es la noche mágica del triunfo del día sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la noche de fiesta por excelencia en Menorca. La fiesta de San Juan en Ciutadella es el emblema y modelo para cualquiera de las demás fiestas veraniegas de la isla. Fiesta ancestral, tradicional, llena de rituales que se mantienen hoy religiosamente, a pesar de la masificación que se sufre año tras año en la población debido a la celebridad y a la difusión de que es objeto.


Hoy saco a relucir un texto de Josep Pla, autor de una de las primeras guías turísticas de las Islas Baleares –tal vez la primera- que se publicaron durante la posguerra. Se trata del libro Mallorca, Menorca e Ibiza, ilustrado con fotografías de F. Catalá Roca, publicado por Ediciones Destino, Barcelona en 1950 y reeditado en 1962, en la colección Guías de España

Tengamos en cuenta en primer lugar el contexto: la posguerra española; marginación cuando no prohibición del catalán; Josep Pla, autor, según tengo entendido, bien valorado por el régimen franquista. Así, pues, no debe extrañarnos que una obra de estas características, de 633 páginas, encuadernada en tela con sobrecubierta, ampliamente ilustrada con fotografías y unos mapas de las islas absolutamente inverosímiles, maravillosamente naïf, que sin duda debió de tener amplia difusión, se escribiera y publicara en castellano –aun siendo el catalán la lengua de las Baleares- y con el nombre del autor también castellanizado: José Pla.

Reproduzco a continuación el texto de Pla sobre la fiesta de San Juan en Ciutadella, pues describe de forma modélica y precisa la organización, actividades, protocolos y ritos que se mantienen hoy en día tal cual.

“Una de las efemérides anuales más curiosas de Ciudadela encaja perfectamente dentro de su carácter de ciudad tradicional. Me refiero a sus célebres fiestas de San Juan, que se introdujeron, según los historiadores locales, en época muy antigua, y cuyo carácter, al parecer, dimana de las justas y torneos que en los tiempos medievales estaban tan en boga en casi todos los países de Europa. Las fiestas tienen tres momentos: el Diumenge d’es Be, que se celebra el domingo anterior a San Juan; la víspera de dicho día y el de San Juan mismo. Los festejos los hace una cofradía inmemorial: la Junta de Cajeros de la Cofradía de San Juan, en la cual están representados los antiguos estamentos de la ciudad: el caixer senyor, que ha de ser un aristócrata de la nobleza ciudadelana, el caixer fadrí, el caixer menestral, los dos caixers pagesos y el caixer capellà o capellana, representante del clero.

El Día d’es Be es el de la invitación a la fiesta. Se forma una comitiva, precedida por un hombre cubierto con dos pieles, desnudos los pies y brazos, que van señalados con cruces encarnadas, con una especie de visera en la frente, en la que va bordado un Agnus Dei, y llevando a  cuestas un cordero vivo y muy adornado. Le siguen el pregonero, tocando el tamboril y el caramillo, el caixer fadrí, con una bandera con la cruz de Malta, el caixer menestral y los dos caixers pagesos, con dos bandejas de plata, cerrando la marcha el caixer senyor y la capellana, es decir, la aristocarcia y el clero. La comitiva visita las autoridades, propietarios y colonos del término, invitándolos a las fiestas.

A esta comitiva inicial se van sumando en la víspera de San Juan los cavallers, formándose entonces una gran cabalgata con muchos caballos y payeses montados en ellos. En la cabalgata toman parte los mejores caballos del país, ricamente enjaezados, montados por jóvenes y robustos payeses vestidos con calzón corto, una especie de levita y sombrero de puntas. El tocador de caramillo abre la marcha, montado en una borrica. Sigue luego la comitiva de la Junta dels Caixers ya descrita, cerrada por el caixer senyor y la capellana, que es un sacerdote vestido de caballero, pero con vestiduras negras, alzacuello y una capita. En otro tiempo, para que se comprenda la calidad y rudeza de la fiesta, hay que decirlo –era portador de los Santos Óleos. Cuando los ciudadelanos ven pasar la somereta del flabioler y escuchan el instrumento, el júbilo y el alborozo se desbordan por doquier.

La víspera de San Juan llega la cabalgata al Borne ante el inmenso gentío reunido en el lugar. El golpe de vista es magnífico. De pronto se hace un gran silencio, del cual emergen, en un momento determiando, los sones furiosamente metálicos  de una banda de instrumetnos de viento. Por los músculos de los caballos pasa entonces como una corriente eléctrica. De la muchedumbre reunida se levanta una vociferación , un griterío espantoso, frenético. Y entonces los caballos, aun los más alejados de la música y la explosión de gritos, empiezan a moverse, a saltar, a caracolear sobre sí mismos, a levantarse, como centauros, sobre sus patas traseras y en un instante se produce una indescriptible confusión. Los jinetes pueden apenas guardar la línea de la cabalgata, y el espectáculo de ver cuarenta o cincuenta caballos corriendo o saltando desaforadamente por la plaza azuzados por el delirio de la muchedumbre es realmente magnífico.

La cabalgata da en el Borne las tres vueltas que constituyen el caragol, y después se dirige al oratorio llamado Sant Joan de Missa, a pocos quilómetros de la ciudad, donde se cantan completas y se entrega a cada jinete una caña verde. A su regreso a la población, tras las corregudes a sa plaça, repite varias veces es caragol, pero no en el Borne, sino en el punto más céntrico de la ciudad y en los alrededores del convento de las clarisas. Jinetes y caballos penetran en las casas –fan entra- , solicitados por la gente moza que las llena y que hace ane cada caballo un derroche de agilidad, atrevimiento y buen humor.

El día de San Juan transcurre entre repetidos caragols y la missa dels caixers, que se celebra al mediodía en la Catedral, para llegar a la culminación de la fiesta por la tarde en Es Pla o paseo de San Juan.En un estrado levantado exprofeso, preside el Ayuntamiento, y el pueblo todo congregado en el coso y en los miradores escalonados de los huertos que, cual tribunas y graderíos de un anfiteatro, rodean Es Pla, sigue con interés, que se manifiesa con un continuo griterío, la suerte y desarrollo de los diversos juegos. Estos consisten principalmente en córrer s’ensortilla (ensartar con una pica, y llevando el caballo al galope una sortija pendiente ebn medio del coso), córrer carotes (romper a golpes de alcancías o a puñetazos unos escudos de madera con caras g rotescas, corriendo uno al lado del otro el jinete que sostiene el escudo y el que lo golpea), y finalmente, córrer abraçats (abrazarse y besarse dos jinetes sin dejar de galopar). 


Estas hazañas constituyen un digno final de las fiestas de San Juan: el pueblo, tan enraizado con esta festividad, reclama todavía la presencia de los caballeros, en las calles porticadas de la ciudad, para repetir las corregudes y caracolear hasta avanzada la noche”. (páginas 440 a 444)


domingo, 21 de junio de 2015

La Fageda d'en Jordà

Hace dos semanas fui con mi familia y unos amigos a La Fageda d’en Jordà, en el Parc Natural de la Zona Volcànica de la Garrotxa, en la provincia de Girona. Una excursión magnífica por un recorrido fácil y bien indicado. Era un sábado en que el sol de junio caía a plomo y sin embargo anduvimos siempre a la sombra del magnífico hayedo, cuya tranquila belleza elogió el poeta catalán Joan Maragall (1860-1911) en unos versos que recoge una placa conmemorativa junto al monolito que se encuentra en la entrada del parque.

Saps on és la fageda d'en Jordà?
Si vas pels volts d'Olot, amunt del pla,
trobaràs un indret verd i pregon
com mai més n'hagis trobat al món:
un verd com d'aigua endins, pregon i clar;
el verd de la fageda d'en Jordà.
El caminant, quan entra en aquest lloc,
comença a caminar-hi poc a poc;
compta els seus passos en la gran quietud
s'atura, i no sent res, i està perdut.
Li agafa un dolç oblit de tot el món
en el silenci d'aquell lloc pregon,
i no pensa en sortir o hi pensa en va:
és pres de la fageda d'en Jordà,
presoner del silenci i la verdor.
Oh companyia! Oh deslliurant presó!

Al entrar en el hayedo te envuelven el verdor y la paz. El caminante se siente entonces en un espacio mágico donde crecen los helechos y las hiedras trepan firmes por los altos troncos de las hayas. El suelo alfombrado de hojas caídas conforma un bello manto vegetal, protegido en muchas zonas a lo largo del camino para una más eficaz regeneración. El color terroso de las hojas secas contrasta con el verdor matizado y oscuro del musgo que crece fuerte y aterciopelado sobre las piedras volcánicas del camino.


Las raíces de los árboles sobresalen vigorosamente dibujando un suelo lleno de protuberancias y de fantásticas formas retorcidas que parecen tener una vida independiente de los árboles.  Multitud de plantas silvestres crecen en el hayedo, animando el camino con  sorpresas como unas preciosas y tiernas fresas salvajes.¡ De lo más bonito!



Uno cree hallarse en un mundo de cuento, de esos cuentos leídos en la infancia donde en bosques como este puede ocurrir cualquier cosa fuera de lo común. Esas imágenes  prenden en la imaginación de los niños de forma tal que jamás se olvidan y si uno ya de adulto puede disfrutar del privilegio de visitar un espacio natural como este, siente que la magia y la belleza del mundo de la fantasía tienen su razón de ser porque son parte de la realidad.





Aquí está la foto de un plano que se puede conseguir en la entrada del parque, donde se pueden dejar los coches con total comodidad. Además, entre los árboles, cerca de las taquillas y aseos hay una serie de mesas y bancos de picnic en un ambiente fresco y tranquilo de lo más agradable.


Como comentario final, para quien no sea conocedor de la zona, ¡ojo con lo que indica el GPS del coche! Es posible que por su cuenta y riesgo decida que la excursión debe durar un poco más. Pero tampoco pasa nada, pues el paisaje de la zona es divino y merece la pena.

sábado, 13 de junio de 2015

Emili Teixidor: La lectura i la vida

He leído y releído este precioso ensayo del escritor catalán Emili Teixidor, publicado en 2007. Lleva el subtítulo de “Com incitar els nens i els adolescents a la lectura: una guía per a pares i mestres”, pero en realidad es la expresión del fervor por la buena literatura y un apunte verdaderamente interesante acerca de cómo incitar a lectura a los niños y jóvenes. Lo descubrí en la Biblioteca Pública de Maó en una sección temporal dedicada a libros que tratan de libros.

La lectura i la vida consta de diez capítulos que fueron publicados de forma independiente o fueron en su momento conferencias del autor en diversos lugares. Estos textos tienen un tema común: la importancia de guiar adecuadamente a los jóvenes lectores hacia la lectura de los clásicos, de la buena literatura, de los libros bien escrito. ”Adecuadamente” significa sin imposiciones academicistas o políticamente correctas, lo que acaba ahuyentando de forma lamentable a los potenciales lectores.

En este sentido, Emili Teixidor nos hace muchas y muy interesantes propuestas, de fácil aplicación por parte de los profesores y de los padres. A mí me pilla un poco tarde, pues mis hijos son  muy mayores y como profesora me queda ya bien poquito, aunque sin duda algo aprovecharé. Pero no importa, porque este libro es un verdadero tesoro de reflexiones sobre el valor de los clásicos y de la estrecha relación entre la lectura y la vida, además de comentarios sugerentes sobre autores y obras.

Todo amante de la literatura disfrutará con este libro, aunque no sea padre ni profesor. Es además una obra que requiere relecturas, no por difícil o complicada, sino porque tira del lector que lo ha saboreado una vez para decirle algo nuevo en cada ocasión o para mostrarle detalles, frases o temas que de entrada pasaron tal vez desapercibidos.

Emili Teixidor cierra su libro con un capítulo  extra titulado “La “biblioteca ideal””, en el cual nos ofrece una relación de 70 obras elegidas por cien críticos convocados por la Fundación Gemán Sánchez Ruipérez en Madrid. Son libros destinados a niños y jóvenes, pero no solo a ellos, sino también al  lector de mente y gustos abiertos. La buena literatura, como el amor, no tiene edad.


domingo, 31 de mayo de 2015

Poema del mes. Mayo: Vicente Aleixandre

La obra de Vicente Aleixandre Sombra del paraíso es un caso especial en la poesía de los años 40, tan marcada por la dureza de la vida en España en aquella época. Aleixandre no sigue ninguna de las dos tendencias poéticas que destacan: la poesía arraigada, escrita por aquellos poetas que se sienten conformes con la vida y el mundo en que viven, y la poesía desarraigada, compuesta por quienes desplazan su profundo malestar social y personal hacia la expresión dramática y desgarrada de sus vivencia. 

Vicente Aleixandre se sumerge, y nos sumerge a todos sus lectores, en la belleza del paraíso con un lenguaje y unas imágenes espléndidas y evocadoras. Logra comunicarnos la gracia, el encanto y la inocencia de lo primigenio a través de los temas tratados en Sombra del paraíso. En este libro evoca también su infancia y su ciudad, Málaga, a la que convierte en "Ciudad del paraíso"

CIUDAD DEL PARAÍSO

Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria, 
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.

Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama, por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.

Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
merecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.

Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores en brillos.

Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida del tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la lucha eterna que instantánea transcurre.

Un soplo de eternidad pudo destruirte,
ciudad prodigiosa, momento que en la mente de un dios emergiste.
Los hombres por un sueño vivieron, no vivieron,
eternamente fúlgidos como un soplo divino.

Jardines, flores. Mar alentado como un brazo que anhela
a la ciudad voladora entre monte y abismo,
blanca en los aires, con calidad de pájaro suspenso
que nunca arriba. ¡Oh ciudad no en la tierra!

Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
 

Bahía de Málaga (Wikipedia)

lunes, 26 de enero de 2015

Virginia Woolf: Las olas

http://en.wikipedia.org
Plantearse un comentario sobre Las olas de  Virginia Woolf es algo que impone respeto. Soy una apasionada de la literatura,  pero eso no implica que mis juicios estén  a la altura de tan excelsa novelista.  Así que considérese esta modesta reseña como un acto de devoción a una de las grandes autoras de la literatura universal.

 Virginia Woolf (1882–1941) es una figura central en la narrativa modernista anglosajona y muy representativa de esta corriente literaria.  Personajes cuyo perfil se diluye; relevancia de los pequeños hechos y detalles de la vida cotidiana y tramas argumentales débiles; importancia del espacio mental de los personajes y del tiempo; un lenguaje rico en símbolos y metáforas, además de otros recursos literarios que suelen ser más propios de la poesía; abandono de las técnicas narrativas propias del Realismo en favor de unas nuevas formas proyectadas para intentar representar toda la complejidad de la experiencia humana son algunos de los rasgos que caracterizan sus novelas.

Las olas (1931) se considera una de sus obras maestras y un clásico de la literatura universal del siglo XX. Responde a la necesidad de encontrar una  forma literaria que permita la representación de una nueva manera de entender el ser humano y de expresar la complejidad de la vida. En Las olas el narrador prácticamente desaparece. Queda reducido a los verbos de dicción que introducen las reflexiones de los personajes y  a las descripciones  paisajísticas que  las preceden. Sin ese vestigio de narrador, no sería fácil reconocer  las voces de Bernard, Susan, Rhoda, Neville, Jinny y Louis, quienes van dando cuenta de las percepciones, sentimientos y sensaciones que les deparan  las etapas de toda una vida, desde su infancia hasta la vejez.  

La estructura de la novela es sencilla, aunque muy innovadora en su época. Cada momento decisivo de la vida de los personajes –siempre en función de lo que a ellos les impresiona y les inquieta más- es introducido por un texto descriptivo de los efectos de la luz del sol sobre el mar y el paisaje en diversos instantes del día,  desde el amanecer hasta el ocaso. A continuación, se van alternando los monólogos interiores de los personajes hasta que otro texto descriptivo corta los discursos para introducirnos en una nueva etapa del ciclo de la vida, como si fuera un juego de luces sobre un escenario.  

Si para Stendhal la novela es un espejo que refleja la realidad, en el caso de Las olas la vemos reflejada a través de las mentes de los personajes. Cada uno nos muestra un reflejo, una visión, de eso que hemos convenido en llamar “realidad”. ¿Qué es la realidad? ¿Podemos hablar de ella en términos objetivos? ¿Existe la realidad fuera de nosotros? Son cuestiones filosóficas esenciales que  Virginia Woolf recoge en su obra, permeable a la influencia que sobre la narrativa modernista anglosajona tuvieron pensadores como Bergson, William James y Freud.

En La señora Dalloway esos interrogantes aparecían reiteradamente, y en Las olas yo diría que ya no son preguntas, sino que la idea que va ganando terreno a medida que se lee es que eso que llamamos “realidad” no existe objetivamente. Solo existen percepciones e impresiones subjetivas del mundo que nos rodea. Esta es sin duda la clave de la novela y la razón de ser de la técnica narrativa empleada por la autora.

De ahí que Las olas sea considerada una novela lírica en su más puro sentido por ser la expresión del mundo interior de los personajes. Todo lo vivido se tiñe de emoción, de sentimiento, de sensorialidad. El  yo de cada uno de ellos es la medida y el sentido de todo cuanto ocurre exteriormente, de modo que la trama argumental, en la que resulta decisiva la muerte del joven Percival, personaje que no interviene, se va definiendo mediante el discurso interior o fluir de la conciencia.

Un lenguaje altamente poético y lírico hace de la lectura de Las olas un verdadero placer, si uno tiene la paciencia de seguir con atención el discurso de los personajes. Digo paciencia, porque sin ser una obra difícil, Las olas  plantea al lector una exigencia: la de olvidarse de la trama para adentrarse en un discurso lento y entrecortado por la alternancia de los seis personajes y para dejarse seducir por la belleza del estilo y de las imágenes. Solo así puede conocer y comprender algo de ellos, asistiendo a sus vivencias y  atendiendo a las impresiones que les producen  las pequeñas y las grandes cosas de la vida a lo largo de los años.  Algunos fragmentos son como poemas en prosa con recursos de repetición propios de la poesía.

Las olas es, además, una novela construida sobre un mapa de símbolos universales que hunden sus raíces en ese ancestral fondo común a la humanidad. El mar, las olas, la carrera del sol, la luz, el paisaje son elementos del mundo natural que se entretejen al convertirse en metáfora del ciclo de la vida. La naturaleza es punto de referencia para el desarrollo de la vida de los personajes y para la expresión de sensaciones, sentimientos y estados de ánimo. Lo que en un relato clásico serían tal vez  las descripciones hechas por el narrador omnisciente, en Las olas son los personajes quienes van dando cuenta del mundo que les rodea a través de las percepciones que tienen de él en cada momento.

 “La gente sigue pasando”, dijo Louis. “Pasa incesantemente ente el cristal de esta casa de comidas. Automóviles, camiones y autobuses. Y más autobuses, camiones y automóviles, pasan ante el cristal. Al fondo percibo tiendas y casas, y también ñas grises agujas de una iglesia ciudadana. En primer término, están las repisas de vidrio con bandejas de bollos y de bocadillos de jamón. Todo queda un tanto oscurecido por el vapor de la tetera. Un cárnico y vaporoso olor a buey, cordero, salchichas y patatas majadas, está suspendido como una húmeda red a media altura aquí, en la casa de comidas. Tengo el libro apoyado en la botella de salsa Worcester y procuro aparentar ser como los demás.” (pág. 83)

El sol en el cenit marca un punto de inflexión. Percival muere a los veinticinco años a causa de una caída del caballo. Su muerte llena de dolor y estupefacción  los corazones de sus amigos.

“El sol había llegado al más alto punto de su trayecto”. […]
[…] “Las olas rompían y deslizaban rápidamente sus aguas sobre la arena. Una tras otra se alzaban y caían. El agua pulverizada saltaba hacia atrás impulsada por la fuerza de la caída. Las olas eran de profundo azul, con la sola excepción del dibujo de luz sembrada de diamantes en sus lomos que se contraían y distendían como los musculosos lomos de grandes caballos al avanzar. Las olas caían. Se retiraban y volvían a caer, con el sordo sonido del patear de una gran bestia.”

“Ha muerto”, dijo Neville. “Cayó. Su caballo tropezó y lo arrojó al suelo. Las naves del mundo han girado bruscamente y me han golpeado la cabeza. Todo ha terminado. Las luces del mundo se han apagado. Ahí está el árbol ante el que no puedo pasar.” (pág. 134)

 “Tan incomprensible es la combinación de las cosas”, dijo Bernard, “tal es su complejidad, que ahora, al bajar la escalera, no puedo distinguir la pena de la alegría.  Ha nacido mi hijo. Ha muerto Percival. Columnas me sostienen, oleadas de desnudas emociones me golpean los costados, pero ¿cuál de ellas es pena y cuál es alegría? Me lo pregunto y no encuentro respuesta. Sólo sé que necesito silencio, estar solo, irme y dedicar una hora a considerar lo que ha ocurrido en mi mundo, lo que la muerte ha hecho a mi mundo.” (pág. 136)

Con el nacimiento del hijo de Bernard, la muerte de Percival queda insertada en el ciclo de la vida, presidida por la antítesis nacimiento-muerte. Desde este instante, el sol va en su lenta carrera hacia el ocaso, empiezan a apuntar las sombras, la juventud va abandonando poco a poco a los personajes. La evocación de Percival, la punzada por la pérdida del amigo en plena juventud, les acompañará el resto de su vida.

Finalmente, en la última parte, en el descenso de las sombras sobre el mundo, Bernard hace balance de todo. Es el personaje que, a mi juicio, posee una consciencia más lúcida sobre sí mismo y sobre los demás. Su intervención es la más extensa de la novela. Es el cierre, la conclusión que pone el  broche de oro a una obra redonda, completa, inigualable, donde la autora demuestra su maestría al retomar los puntos principales de la novela a través de los pensamientos de Bernard. Los símbolos de los que se nutre Las olas  adquieren pleno significado en el discurso de Bernard.

Las olas ha sido para mí una experiencia enriquecedora. Os invito a leerla, si no lo habéis hecho aún. Una novela así es un tesoro que invita a nuevas y más detenidas lecturas, y proyecta un rayo de luz sobre la complejidad del ser humano y de la vida.