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martes, 23 de junio de 2015

La fiesta de San Juan en Ciutadella vista por Josep Pla

La víspera de San Juan, la noche de San Juan, es la puerta de entrada al verano. Es la noche mágica del triunfo del día sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad. Es la noche de fiesta por excelencia en Menorca. La fiesta de San Juan en Ciutadella es el emblema y modelo para cualquiera de las demás fiestas veraniegas de la isla. Fiesta ancestral, tradicional, llena de rituales que se mantienen hoy religiosamente, a pesar de la masificación que se sufre año tras año en la población debido a la celebridad y a la difusión de que es objeto.


Hoy saco a relucir un texto de Josep Pla, autor de una de las primeras guías turísticas de las Islas Baleares –tal vez la primera- que se publicaron durante la posguerra. Se trata del libro Mallorca, Menorca e Ibiza, ilustrado con fotografías de F. Catalá Roca, publicado por Ediciones Destino, Barcelona en 1950 y reeditado en 1962, en la colección Guías de España

Tengamos en cuenta en primer lugar el contexto: la posguerra española; marginación cuando no prohibición del catalán; Josep Pla, autor, según tengo entendido, bien valorado por el régimen franquista. Así, pues, no debe extrañarnos que una obra de estas características, de 633 páginas, encuadernada en tela con sobrecubierta, ampliamente ilustrada con fotografías y unos mapas de las islas absolutamente inverosímiles, maravillosamente naïf, que sin duda debió de tener amplia difusión, se escribiera y publicara en castellano –aun siendo el catalán la lengua de las Baleares- y con el nombre del autor también castellanizado: José Pla.

Reproduzco a continuación el texto de Pla sobre la fiesta de San Juan en Ciutadella, pues describe de forma modélica y precisa la organización, actividades, protocolos y ritos que se mantienen hoy en día tal cual.

“Una de las efemérides anuales más curiosas de Ciudadela encaja perfectamente dentro de su carácter de ciudad tradicional. Me refiero a sus célebres fiestas de San Juan, que se introdujeron, según los historiadores locales, en época muy antigua, y cuyo carácter, al parecer, dimana de las justas y torneos que en los tiempos medievales estaban tan en boga en casi todos los países de Europa. Las fiestas tienen tres momentos: el Diumenge d’es Be, que se celebra el domingo anterior a San Juan; la víspera de dicho día y el de San Juan mismo. Los festejos los hace una cofradía inmemorial: la Junta de Cajeros de la Cofradía de San Juan, en la cual están representados los antiguos estamentos de la ciudad: el caixer senyor, que ha de ser un aristócrata de la nobleza ciudadelana, el caixer fadrí, el caixer menestral, los dos caixers pagesos y el caixer capellà o capellana, representante del clero.

El Día d’es Be es el de la invitación a la fiesta. Se forma una comitiva, precedida por un hombre cubierto con dos pieles, desnudos los pies y brazos, que van señalados con cruces encarnadas, con una especie de visera en la frente, en la que va bordado un Agnus Dei, y llevando a  cuestas un cordero vivo y muy adornado. Le siguen el pregonero, tocando el tamboril y el caramillo, el caixer fadrí, con una bandera con la cruz de Malta, el caixer menestral y los dos caixers pagesos, con dos bandejas de plata, cerrando la marcha el caixer senyor y la capellana, es decir, la aristocarcia y el clero. La comitiva visita las autoridades, propietarios y colonos del término, invitándolos a las fiestas.

A esta comitiva inicial se van sumando en la víspera de San Juan los cavallers, formándose entonces una gran cabalgata con muchos caballos y payeses montados en ellos. En la cabalgata toman parte los mejores caballos del país, ricamente enjaezados, montados por jóvenes y robustos payeses vestidos con calzón corto, una especie de levita y sombrero de puntas. El tocador de caramillo abre la marcha, montado en una borrica. Sigue luego la comitiva de la Junta dels Caixers ya descrita, cerrada por el caixer senyor y la capellana, que es un sacerdote vestido de caballero, pero con vestiduras negras, alzacuello y una capita. En otro tiempo, para que se comprenda la calidad y rudeza de la fiesta, hay que decirlo –era portador de los Santos Óleos. Cuando los ciudadelanos ven pasar la somereta del flabioler y escuchan el instrumento, el júbilo y el alborozo se desbordan por doquier.

La víspera de San Juan llega la cabalgata al Borne ante el inmenso gentío reunido en el lugar. El golpe de vista es magnífico. De pronto se hace un gran silencio, del cual emergen, en un momento determiando, los sones furiosamente metálicos  de una banda de instrumetnos de viento. Por los músculos de los caballos pasa entonces como una corriente eléctrica. De la muchedumbre reunida se levanta una vociferación , un griterío espantoso, frenético. Y entonces los caballos, aun los más alejados de la música y la explosión de gritos, empiezan a moverse, a saltar, a caracolear sobre sí mismos, a levantarse, como centauros, sobre sus patas traseras y en un instante se produce una indescriptible confusión. Los jinetes pueden apenas guardar la línea de la cabalgata, y el espectáculo de ver cuarenta o cincuenta caballos corriendo o saltando desaforadamente por la plaza azuzados por el delirio de la muchedumbre es realmente magnífico.

La cabalgata da en el Borne las tres vueltas que constituyen el caragol, y después se dirige al oratorio llamado Sant Joan de Missa, a pocos quilómetros de la ciudad, donde se cantan completas y se entrega a cada jinete una caña verde. A su regreso a la población, tras las corregudes a sa plaça, repite varias veces es caragol, pero no en el Borne, sino en el punto más céntrico de la ciudad y en los alrededores del convento de las clarisas. Jinetes y caballos penetran en las casas –fan entra- , solicitados por la gente moza que las llena y que hace ane cada caballo un derroche de agilidad, atrevimiento y buen humor.

El día de San Juan transcurre entre repetidos caragols y la missa dels caixers, que se celebra al mediodía en la Catedral, para llegar a la culminación de la fiesta por la tarde en Es Pla o paseo de San Juan.En un estrado levantado exprofeso, preside el Ayuntamiento, y el pueblo todo congregado en el coso y en los miradores escalonados de los huertos que, cual tribunas y graderíos de un anfiteatro, rodean Es Pla, sigue con interés, que se manifiesa con un continuo griterío, la suerte y desarrollo de los diversos juegos. Estos consisten principalmente en córrer s’ensortilla (ensartar con una pica, y llevando el caballo al galope una sortija pendiente ebn medio del coso), córrer carotes (romper a golpes de alcancías o a puñetazos unos escudos de madera con caras g rotescas, corriendo uno al lado del otro el jinete que sostiene el escudo y el que lo golpea), y finalmente, córrer abraçats (abrazarse y besarse dos jinetes sin dejar de galopar). 


Estas hazañas constituyen un digno final de las fiestas de San Juan: el pueblo, tan enraizado con esta festividad, reclama todavía la presencia de los caballeros, en las calles porticadas de la ciudad, para repetir las corregudes y caracolear hasta avanzada la noche”. (páginas 440 a 444)


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