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sábado, 4 de febrero de 2012

Poema del mes. Febrero. Rafael Alberti

¿Por qué será que me gusta tanto la nieve, que me hace tanta ilusión? Tal vez porque nací en invierno o quizá porque  al poco de llegar a este mundo se produjo aquella gran nevada del 56 que yo, lógicamente, no pude disfrutar. Tengo de ella los recuerdos de mis padres, los de la gente que la vivió, las fotos… Unas imágenes inusuales de la isla de Menorca, toda cubierta de una gruesa y mullida capa de nieve. ¡Cuánto me habría gustado ver aquello que nunca más ha vuelto a producirse! Hemos tenido breves y ligeras nevadas, muy de vez en cuando, como la de hoy, que apenas cubre las plantas, como un tenue velo blanco sobre los árboles. Nada espectacular, y sin embargo estoy escribiendo junto a la ventana para no perderme nada de esa magia y ese encanto que tiene la nieve al caer. Lo que dure, aunque sea poco, quiero disfrutarlo.
Rafael Alberti en Sobre los Ángeles escribió un poema titulado Nieve viva, emotivo y de corte surrealista, como todos los que componen el libro. Es un hermoso texto muy apropiado para esta mañana de febrero, en que cae la nieve y el petirrojo se refugia del frío viento.
NIEVE VIVA
 Sin mentir, ¡qué mentira de nieve anduvo muda por mi sueño!
Nieve sin voz, quizás de ojos azules, lenta y con cabellos.
¿Cuándo la nieve al mirar distraída movió bucles de fuego?
Anduvo muda blanqueando las preguntas que no se respondieron,
los olvidados y borrados sepulcros para estrenar nuevos recuerdos.
Dando a cenizas, ya en el aire, forma de luz sin hueso.


¡Hay tantos poemas que me gustan en Sobre los ángeles¡ No puedo resistir la tentación de incluir también el poema en dos momentos titulado El ángel de las bodegas. Me agrada especialmente el primero.
EL ÁNGEL DE LAS BODEGAS
1.
Fue cuando la flor del vino se moría en penumbra
y dijeron que el mar la salvaría del sueño.
Aquel día bajé a tientas a tu alma encalada y húmeda,
y comprobé que un alma oculta frío y escaleras
y que más de una ventana puede abrir con su eco otra voz, si es buena.

Te vi flotar a ti, flor de agonía, flotar sobre tu mismo espíritu.
(Alguien había jurado que el mar te salvaría del sueño.)
Fue cuando comprobé que murallas se quiebran con suspiros
y que hay puertas al mar que se abren con palabras.
2.
 La flor del vino, muerta en los toneles,
sin haber visto nunca la mar, la nieve.

La flor del vino, sin probar el té,
sin haber visto nunca un piano de cola.

Cuatro arrumbadores encalan los barriles.
Los vinos dulces, llorando, se embarcan a deshora.

La flor del vino blanco, sin haber visto el mar, muerta.
Las penumbras se beben el aceite y un ángel la cera.

He aquí paso a paso toda mi larga historia.
Guardadme el secreto, aceitunas, abejas.

Se trata de poemas propios de un buen conocedor de los vinos como era Rafael Alberti, gaditano de Puerto de Santa María, perteneciente a una familia de propietarios de vinos y bodegas, hijo de un comerciante y representante de vinos, según nos cuenta en su autobiografía La arboleda perdida.
A título de curiosidad, y pensando en quienes gustan del buen vino pero ignoran casi todo sobre el proceso de producción, aclararé un poco el vocabulario de estos poemas.
La flor del vino de la que habla el poeta es la levadura de flor de los vinos de Jerez, que aporta calidad a los finos. En el proceso de producción, el vino destinado a convertirse en fino o en manzanilla, alcanzados los 15 grados, se introduce en la barrica dejando una pequeña cámara de aire que permita respirar a la capa de levaduras Saccharomyces, surgida durante la fermentación: es la “flor”. El velo de levaduras cubre la superficie del vino aislándolo del aire e impidiendo su oxidación. Así se produce un vino de crianza biológico.

La flor se reproduce y muere constantemente, floreciendo especialmente en primavera y en otoño, y debilitándose con las temperaturas más extremas del verano y del invierno. La flor que va muriendo se decanta y se deposita en el fondo de la bota formando la madre del vino.
El arrumbador es el obrero que en las  bodegas efectúa la operación de sentar las botas o apoyarlas. En este sentido, encalar los barriles es atascarlos, impedir que se muevan. El arrumbador se cuida también de trasegar, cabecear y clarificar los vinos. Cabecear  es echar un poco de vino añejo en las cubas o tinajas del nuevo para darle más fuerza.

                                   

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