Acabo de terminar L’agulla daurada, de la escritora y periodista catalana Montserrat Roig. El 10 de noviembre de 2011 se cumplieron veinte años de su temprana muerte, a los cuarenta y cinco años de edad. El mejor recuerdo que podemos dedicar a un escritor es leerlo, introducirnos en su mundo a través de la palabra escrita.
L’agulla daurada evoca a través de testimonios el sitio de Leningrado, actual San Petersburgo, por las tropas nazis entre 1941 y 1943. El origen de esta obra se halla en la invitación de Ediciones Progreso de Moscú a la escritora en 1980 para que escribiera un libro reportaje sobre el sitio de la ciudad. Montserrat Roig permaneció allí durante dos meses recogiendo testimonios, documentándose, entrevistándose con supervivientes del asedio. El resultado de aquel viaje y de los contactos que allí mantuvo con las personas que aceptaron revivir los dolorosos recuerdos de aquella tragedia fue esta obra que es a la vez muchas cosas: un viaje en el tiempo, un documento humano e histórico de primer orden, una evocación de momentos y personajes esenciales de la cultura rusa, que en aquel entonces se denominaba soviética, y un texto literario magnífico.
El libro se divide en tres partes. En la primera, titulada “El segon Rasputín” la autora llega a San Petersburgo y conoce a su primer guía, un joven ruso llamado Nikolai, un peculiar intérprete que rara vez está sobrio. Nikolai la acompaña al principio de su estancia en la ciudad y en sus primeros contactos con algunas personas que aportarán su testimonio. Pinceladas de la vida cotidiana soviética de 1980, evocación histórica de la fundación de San Petersburgo y de la monumentalidad y la belleza de la ciudad, recuerdos del gran poeta Pushkin, presencia constante a lo largo del libro, son el preámbulo de todo cuanto sigue en la segunda y en la tercera parte. “Petersburg”, la segunda parte, evoca la figura de Dostoievski y nuevamente la de Pushkin y la historia de su casamiento y su muerte en un duelo. Además, un nuevo guía acompaña a la escritora. Finalmente, en la tercera parte, "Les criatures de l’infern", comienza realmente el relato de los testimonios del sitio de Leningrado.
“A poc a poc, vaig entrar dins l’infern dels records dels altres. La ciutat blanca es tornà tenebrosa. I la gent adulta que caminava ara pels carrers tenien per a mí el rostre dur i tallant de la memòria.
Em vaig adonar que hi havia dues clases distintes de testimonis del bloqueig: els que t’explicaven la Història gran –que sovint et treu el passat com un tros de lluç del congelador- i els que es referien als fets de cada dia i t’acostaven al present.”
Los habitantes de Leningrado no contemplaban la posibilidad de verse envueltos en una guerra hasta que Hitler atacó la URSS por sorpresa entre el 21 y el 22 de junio de 1941.
“Diuen que l’estiu de 1941 va fer molta xafogor i que el sol picava fort. Però cap al 9 d’agost començaren a bufar els vents tardorals, que sovint arriben per ponent, I la temperature disminuí de manera sensible. Als parcs hi havia una tofa de fulles mores que el vent arrossegava. I, de lluny, se sentía un brogit somort: era la guerra que avançava cap a les terres del nord.“
Pero no puede decirse que tuvieran la guerra a las puertas de su casa hasta que el ejército alemán rodeó la ciudad para derrotarla condenando a la población a morir de hambre. La crónica de Montserrat Roig sobre el cerco de Leningrado es la crónica del hambre y de la muerte, pero también la de la dignidad y la de la resistencia heroica de miles de rusos. Resistencia para no dejarse morir, para salvar a sus familias, a sus amigos, a los demás, en una palabra. Muchas personas a pesar del hambre mortal, de la desnutrición, de la carencia total de fuerzas, aún encontraban en sí mismos un último aliento para colaborar con la ciudad para hallar comida donde fuera. Según las cifras que los soviéticos aportaron al tribunal de Nuremberg, en Leningrado murieron de hambre 632.000 personas.
L’agulla daurada contiene muchas historias personales, fruto de las entrevistas de Montserrat Roig con las personas que accedieron a relatar sus experiencias. Cada vida contada es una lección de humanidad, como la de la poetisa Olga Berggolts o la de Raïsa Livovskaia, por citar dos ejemplos. Quienes sobrevivieron al bloqueo de Leningrado fueron una generación marcada por el hambre y la destrucción y -lo más terrible- por haber sido testigos de grandes crueldades contra niños y contra hombres y mujeres civiles, totalmente indefensos. Los supervivienes sufrieron daños físicos irreversibles, daños psicológicos y mentales que no se borrarían jamás.
En mi opinión, L’agulla daurada constituye un testimonio impresionante de la intrahistoria de la que hablaba Unamuno, o lo que es lo mismo, de la verdadera historia, esa que no cuentan los manuales ni la historia oficial, porque es la de los seres humanos en su realidad y en su individualidad. La magnífica prosa de Montserrat Roig recrea un tiempo y unas experiencias que no debemos olvidar. Conocer y comprender la historia nos hace más personas, antes que otra cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario