La noticia de la concesión del Premio Príncipe de Asturias
de las Letras 2014 a John Banville (Wexford, Irlanda 1945), autor del que nada
había leído, me llevó a indagar acerca de su obra literaria y despertó en mí el
deseo de leer alguna de sus novelas. John Banville es autor de El intocable
(1997), Eclipse (2000), El mar (2005),
galardonada con el Premio Booker, Antigua luz (2012) y de la trilogía compuesta
por Kepler (1981), La carta de Newton (1982) y Copérnico (1984). Como Benjamin
Black, su otro yo, cultiva la novela negra desde 2007. Títulos importantes son
El secreto de Christine, su primera novela de este género, Venganza (2013) o La
rubia de ojos negros (2014).
Empecé con El mar, magnífica novela que no defraudó mis
expectativas, sino todo lo contrario: me dejó con ganas de releer y de conocer
más obras suyas. El argumento de El mar es más o menos así: después de la
muerte de su esposa Anna, el historiador de arte Max Morden se retira a
escribir al pueblo costero en el que de niño veraneó junto a sus padres y se
instala en la casa donde conoció a la familia Grace, cuyos miembros le
fascinaron de inmediato. Los recuerdos del pasado se van convirtiendo en una
reflexión acerca de sí mismo y de los momentos esenciales de su vida: “El
pasado late en mi interior como un segundo corazón”, dice el narrador.
La novela sigue el curso de la memoria. El narrador rememora
el pasado desde su presente de soledad y dolor tras el fallecimiento de Anna.
Presente y pasado se entrelazan y se alternan en un constante vaivén. Los
recuerdos surgen desde el momento en que vuelve a lo que fue el ambiente y el
entorno de los veraneos de su infancia. Regresa a Los Cedros, la casa donde pasaron
el verano los Grace –Carlo y Connie, los padres, Chloe y Myles, los dos hijos
gemelos, y Rose- cuando él tenía once años.
El mar es una novela
cuya forma resulta ser esencial en relación con los temas que encierra y que se
van desplegando al hilo del recuerdo. El contraste, como recurso apenas
perceptible, marca el despliegue de la
memoria y de sus reflexiones. Las diferencias entre la familia de Morden y la de los Grace van aflorando a través del
relato de la experiencia que supuso para el niño entrar en contacto con gente
que llevaba un estilo de vida totalmente distinto de la vida de familia que él
conocía.
“Mis padres no conocían al señor y la señora Grace, ni los
conocerían. La gente de una casa como es debido no se mezclaba con los que
vivían en los chalets, y tampoco se esperaba que nosotros nos mezcláramos.
Nosotros no bebíamos ginebra, ni teníamos invitados los fines de semana, ni
dejábamos despreocupadamente guías turísticas de Francia a la vista en los
asientos traseros de nuestros coches: en el Prado, pocos eran los que tenían
coche. La estructura social de nuestro mundo veraniego era tan fija e imposible
de escalar como un zigurat.”
Van surgiendo temas como el abandono definitivo de la
infancia, el primer amor, la amistad, la fascinación del niño por la mujer
madura, el descubrimiento del erotismo….
Por otra parte, su matrimonio, los recuerdos de su vida con
Anna y la hija de ambos, la vida que llevaban, su relación, en suma, se van
entretejiendo con la rememoración de los Grace. Si con los Grace Max Morden
intuye lo que quería ser de niño, con Anna podrá tratar de llevar a cabo lo que
quería ser de adulto, podrá intentar la realización de una imagen de sí mismo
proyectada en su mente:
“Ya he dicho en otra parte –ahora no tengo tiempo para ir a
mirar dónde, atrapado como estoy de repente en las redes de este pensamiento-
que lo que encontré en Anna desde el principio fue una manera de realizar la
fantasía de mí mismo.”
Una imagen siempre ideal, casi conseguida, a no ser por la
brutal irrupción de la enfermedad de Anna y la muerte de esta, que le deja
sumido en la pena y la desorientación.
¿Por qué regresa a Los Cedros? ¿Por qué motivo para calmar
su dolor, tratar de centrarse y encontrar su nuevo lugar en el mundo vuelve a
la casa donde conoció a quienes designa como “los dioses”, seres aparte de lo
que era el universo cerrado y triste de su infancia, seres de otro mundo? Pues
a raíz de un sueño, que le ilumina y le
abre la mente acerca de lo que debe hacer después de enviudar. El sueño como
forma de hallar la verdad o el camino acertado. El regreso a Los Cedros, a la
casa que pertenece ya a otro contexto, le aportará vivencias y el encuentro con
personajes conectados con su pasado. Si en Los Cedros comenzó para Morden la
experiencia de la vida, en este mismo escenario vivirá la experiencia de una
muerte simbólica:
“Hay veces, y hoy en día ocurren cada vez más a menudo, en
las que me parece que no sé nada, cuando todo lo que he hecho parece habérseme
ido de la cabeza como un chaparrón, y por un momento me quedo presa de una
consternación que me paraliza, esperando volver a recordarlo todo, aunque sin
certeza ninguna de que vaya a ocurrir.”
Todo ello con el mar como telón de fondo, como una presencia
que articula los saltos del presente al pasado. Si algo es constante y
permanente en esta novela es la visión y la sensación del mar, que ya desde un
principio deviene símbolo que justifica el título y da sentido al argumento y a
las reflexiones del protagonista. El mar abre y cierra el pequeño universo que
contiene la novela haciendo honor a sus múltiples significados. Al llegar al
final del relato se proyecta la luz sobre el inicio de la novela.
Si acaso algún lector albergara dudas acerca de la verosimilitud
del final, que no desvelaré, por supuesto, que las descarte de inmediato.
Estamos ante una obra literaria y la obra de arte sigue sus propias reglas,
como universo completo que es. El final, por otra parte, revela la fuerza del
símbolo, dotando a la obra de una innegable verdad poética.
Un lenguaje rico, conciso y evocador convierte la lectura de
El mar en un auténtico placer, en una experiencia sensual que transporta al
lector a otra dimensión más pura y auténtica. Viaje, por otra parte, que invita
a la relectura para disfrutar un poco más y extraerle a la novela todo su
sabor. He destacado en este comentario la forma de la novela y la simbología
del mar, pero son tan solo dos de los enfoques posibles. El mar es una obra
rica en referencias culturales acerca del arte, de la mitología, de la cultura
griega, y seguramente se me escapan otras muchas. Eso es lo mejor, una obra que
no se agota en una sola lectura y en un solo comentario.
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