No había leído nada de Jack Kerouac, aun conociendo la
importancia de su obra En la carretera. Un amigo me prestó Els pòtols místics, traducida por Manuel de Pedrolo (en traducción castellana Los vagabundos del Dharma). En cuanto la hojeé un
poco, supe que debía leer esta novela. De entrada, me sentí cautivada hasta la
emoción por los dos o tres fragmentos
descriptivos con los que me topé al azar. Ahora que la he terminado, puedo
deciros que es una de las novelas más bonitas que he leído.
Jack Kerouac
(1922-1969), miembro de la Beat Generation y autor de la emblemática
novela En la carretera, recogió en
The Dharma Bums, título original, las inquietudes de todo un sector de jóvenes
norteamericanos de la década de los años 50. Tuvo el mérito de plasmar en un
relato de ficción un ideal y un modelo de vida que respondía a una nueva
sensibilidad que no tardaría en
difundirse en Europa.
En mi opinión, el autor de Els pòtols místics (1958) trata un tema
clásico, de antigua raigambre, que gracias a su originalidad como escritor
resultó novedoso y de gran influencia en su momento: la relación entre el bucolismo y el deseo de regeneración
espiritual, materializada en el interés por el budismo Zen y la vida libre y
vagabunda de los personajes, que buscan constantemente la inmersión en una
naturaleza grandiosa y salvaje.
Ya en autores clásicos como Teócrito y Virgilio aparece este tema, que experimenta
un poderoso auge durante el Renacimiento. Así, por ejemplo,
los jóvenes narradores del Decamerón, agobiados por el sufrimiento ocasionado
por la peste que ha asolado Florencia, abandonan la población y se retiran a
una villa en el campo. El contacto con la naturaleza les hace revivir y les
permite crear un nuevo marco de vida propio y más auténtico, en cuyo seno darán
rienda suelta a unos relatos que reflejan un nuevo espíritu, alejado ya de lo
medieval. La novela pastoril, por su parte, recrea un entorno bucólico idealizado y pone en boca de pastores refinados y cultos un discurso
en el que se pinta un mundo mejor que el real, todo ello bajo la poderosa influencia
del neoplatonismo.
Avanzando un poco más
en el tiempo, encontramos en el Romanticismo una nueva visión de lo bucólico.
Este movimiento rompe con las formas literarias tradicionales a través de las
que se había cultivado este tema, pero mantiene, no obstante, la esencia del culto
bucólico, que es la comunión con la Naturaleza. Con el Romanticismo la búsqueda
de lo sagrado y trascendente se desplaza hacia la Naturaleza, convirtiéndose el
amor hacia esta en una nueva religión. El hombre romántico busca la unión con
la divinidad a través de la Naturaleza, pues en ella satisface el anhelo de la fusión con algo más grande y cósmico que él
mismo.
En relación con este tema
aparece otro que también forma parte de la tradición clásica: el contraste
entre las bondades de la vida natural y los inconvenientes de la vida urbana.
Este contraste recorre constantemente el relato de Kerouac, como veremos.
En cuanto al modelo humano
que nos brinda Els pòtols místics (Los vagabundos del Dharma), que es el que
lleva a la práctica este ideal de vida, el pastor clásico y el aventurero
romántico quedan ya lejos y les sustituye el joven e idealista vagabundo,
hombre autosuficiente, austero, práctico, amante de la vida libre y sin
ataduras, representado por el personaje Japhy Ryder, joven a quien el
protagonista de la novela admira sin reservas. En este hombre nuevo se aúnan el ideal
bucólico y las inquietudes espirituales que, en el caso de la novela que nos
ocupa, se apartan de lo común en la cultura occidental para centrarse en un
poderoso interés por el pensamiento budista y el modelo de vida que este
propone.
Aquí radica, en mi opinión,
uno de los elementos más innovadores que debió suponer Els pòtols místics en
los años 50 en EEUU: la conversión en materia de ficción literaria del interés
por la espiritualidad oriental que comenzaba a desarrollarse en Norteamérica y
que tendría su mayor florecimiento a lo largo de los años 60 y 70. Hubo, sin duda,
tal como destaca Vicente Merlo en su ensayo
La llamada (de la) Nueva Era, una idealización de Oriente tan centrada en
lo espiritual que olvidó el Oriente real. El caso es que, según este autor, el
orientalismo canalizaba la rebelión y el rechazo de la propia cultura y la
propia sociedad y cumplía la función de proyectar los propios ideales en una
cultura, un movimiento o unas figuras muy alejados en el tiempo y en el
espacio. En este sentido, los personajes
de Els pòtols místics son precursores, avanzadilla de cuanto llegará a
desarrollarse y difundirse a través del movimiento hippie en los años 60. Pero
veamos ya cómo aparecen estos temas en la novela.
Ray Smith, el narrador protagonista, y sus amigos son
jóvenes con inquietudes, que se sienten
diferentes. Buscan algo distinto de la vida convencional que lleva la gente de
la clase media americana. Se sienten atraídos por la vida natural, más
auténtica y más libre.
“Amb els nostres vestits vells, en Japhy i jo féiem un efecte tot estrany en el terreny de la Universitat, i de fet,en Japhy hi era considerat un excèntric, cosa corrent en aquesta mena d’indrets i entre les persones que els freqüenten, quan hi fa cap un home veritable, ja que les facultats no són sinó centres d’ensenyança que s’ocupen d’una clase mitja sense personalitat que té la seva expressió perfecta ala perifèria de la universitat, en aquestes rengleres de cases de gent benestant, am els seus jardinets i un televisor a cada sala d’estar, tothom mirant el mateix i pensant en el mateix alhora, mentre els Japhys del món vaguen pels erms per tal d’escoltar la veu que clama en el desert, descubrir l’èxtasi de les estrelles i esbrinar el secret misterios i obscur de l’origen de la crapulosa civilització sense rostre ni fantasia”.
“Amb els nostres vestits vells, en Japhy i jo féiem un efecte tot estrany en el terreny de la Universitat, i de fet,en Japhy hi era considerat un excèntric, cosa corrent en aquesta mena d’indrets i entre les persones que els freqüenten, quan hi fa cap un home veritable, ja que les facultats no són sinó centres d’ensenyança que s’ocupen d’una clase mitja sense personalitat que té la seva expressió perfecta ala perifèria de la universitat, en aquestes rengleres de cases de gent benestant, am els seus jardinets i un televisor a cada sala d’estar, tothom mirant el mateix i pensant en el mateix alhora, mentre els Japhys del món vaguen pels erms per tal d’escoltar la veu que clama en el desert, descubrir l’èxtasi de les estrelles i esbrinar el secret misterios i obscur de l’origen de la crapulosa civilització sense rostre ni fantasia”.
El interés por el
budismo Zen lo llevan consigo los personajes desde el primer capítulo de la
novela. No harán otra cosa que servirse de esta guía espiritual y moral para
conducirse en las circunstancias que se les irán presentando a lo largo del
argumento. Hallan en el budismo Zen una vía, no de escape, sino un
camino para alcanzar la satisfacción de un anhelo interior que la vida de su
entorno cotidiano, familiar y conocido no les proporciona. Hay que destacar
especialmente que en estos jóvenes se aúna el espíritu contemplativo con la
vida del hombre de acción en medio de la naturaleza salvaje y pura. Su acción
no se encamina, evidentemente, a conseguir un lugar en el sistema de la
sociedad capitalista, sino todo lo contrario: buscan la pureza y la
elementalidad.
Ray Smith y sus amigos Japhy Ryder y Morley
proyectan escalar el Matterhorn. Durante la preparación y el inicio de
esta expedición vamos conociendo a través de los diálogos cuáles son los ideales
y los intereses que inspiran la conducta de estos jóvenes: el pensamiento
budista, la naturaleza como huida de la civilización, la poesía…
De camino hacia la montaña, la naturaleza se les ofrece
bella, fresca y acogedora, como el lugar natural donde los caminantes hallan
acomodo y cobijo en todo momento. Las breves descripciones del narrador nos dan
una imagen viva y dinámica de cada rincón de la montaña por donde pasan:
“Jo em sentia inmensament complagut amb aquella mena d’aspecte inmortal que tenia el sender al començament de la tarda, amb els vessants herbosos d’un costat que semblaven plens de pols d’or, amb els insectes que saltaven sobre les roques i amb el vent que sospirava una dansa tremolosa entre les pedres calentes. Ara i adés el sender s’endinsava per algún indret fresc i ombrejat, atapeït de grans arbres alts entre els quals la llum es feia més profunda.”
“Jo em sentia inmensament complagut amb aquella mena d’aspecte inmortal que tenia el sender al començament de la tarda, amb els vessants herbosos d’un costat que semblaven plens de pols d’or, amb els insectes que saltaven sobre les roques i amb el vent que sospirava una dansa tremolosa entre les pedres calentes. Ara i adés el sender s’endinsava per algún indret fresc i ombrejat, atapeït de grans arbres alts entre els quals la llum es feia més profunda.”
El sentimiento de profunda comunión con la naturaleza
hace que Ray experimente la sensación de algo vivido con anterioridad en medio
del bello paisaje:
“Però jo tenia la impressió que ja havia vist –una altra tarda, feia molt de temps- aquell sender, els Prats, les roques, els tramussos i les roselles; que havia vist el tumultuós rierol amb el tronc caigut que li feia de pont i la verdor del fons. En el meu cor hi havia quelcom d’indescriptiblement partit, com si amb anterioritat ja hagués viscut i caminat per aquell sender amb un companu bodhisattva, però en el curs d’un viatge potser més important; em venien ganes de deixar-me caure en un marge i de reocrdar-ho tot”.
“Però jo tenia la impressió que ja havia vist –una altra tarda, feia molt de temps- aquell sender, els Prats, les roques, els tramussos i les roselles; que havia vist el tumultuós rierol amb el tronc caigut que li feia de pont i la verdor del fons. En el meu cor hi havia quelcom d’indescriptiblement partit, com si amb anterioritat ja hagués viscut i caminat per aquell sender amb un companu bodhisattva, però en el curs d’un viatge potser més important; em venien ganes de deixar-me caure en un marge i de reocrdar-ho tot”.
El hombre natural, que encuentra su sitio en el seno de
la naturaleza, siente que pertenece a este mundo, no al opuesto, que es el de
la civilización y el de la ciudad. Esa conciencia se mantiene a lo largo de la
novela como un hilo conductor que le proporciona unidad temática. Los jóvenes
disfrutan de la escalada y de las sorpresas que les va deparando el trayecto
por los imponentes paisajes. La prosa de Jack Kerouac, a través de la visión de
Ray, nos transmite una mirada inocente y
pura sobre la naturaleza solitaria y agreste, alejada de la civilización, tal
como la buscan los jóvenes protagonistas. La naturaleza es percibida como algo
sagrado y trascendente:
“- Quin silenci!- vaig exclamar.
-Sí señor. Saps? Per a mi, una muntanya és un Buda.
Pensa en la seva paciencia. Centenars de milers d’anys immòbil al seu lloc, en
un silenci perfecte i com si en aquest silenci pregués per tots els éssers
vius, tot espeerant que posem terme a les nostres agitacions i ximpleries.”
Continuamente aparece el contraste entre civilización y
naturaleza. Los personajes se encargan de ello. La naturaleza se convierte así
en un valor supremo, conscientemente buscado y exaltado. La belleza sobrecoge
el corazón de Smith y lo llena de felicidad. Su mirada sobre el paisaje y sobre
las experiencias vividas en él es inocente y limpia, receptiva y positiva:
“En tota la meva vida no havia conegut un moment tan feliç com el que vaig pasar seguint el sender dels cérvols tot sol, […] Em sentia profundament agraït per tot.”
“En tota la meva vida no havia conegut un moment tan feliç com el que vaig pasar seguint el sender dels cérvols tot sol, […] Em sentia profundament agraït per tot.”
Con el relato de la visita a casa de Sean Monahan y su
esposa, Ray nos presenta el ideal de vida natural, autosuficiente y austera en medio del entorno natural. El
contraste entre la vida libre del vagabundo en medio de la naturaleza y la vida
de quienes viven atados a un trabajo reglado en el medio urbano y se dedican a
ganar dinero se refleja de nuevo en el encuentro de Ray con Beaudry, un
camionero que le lleva durante una parte de su trayecto. Gentes como
Beaudry tienen bienes materiales, pero
carecen de libertad.
Cuando Ray se va de casa de Sean, después de pasar dos
días con Japhy, que se marcha a Japón, se encamina hacia las montañas de la
zona de Seatle para trabajar como guardabosque en el monte Desolación. Durante el trayecto, Ray no tiene ojos más que
para la belleza de cuanto se ofrece a su paso:
“Aquell torrent de puresa que tenia als peus era obra de les muntanyes serenes. El sol brillaba en els remolins, on alguns troncs s’encaraven amb el corrent. Els ocells volaven a tocar de l’aigua, buscant peixos somrients i amagats que tan sols ocasionalment i de sobte saltaven de llur element, arquejant l’esquena i tornant a caure en el corrent. […] Era un riu de meravella, el buit de l’eternitat daurada que s’omplia d’olors de molsa, escorces, branques i fang; davant els meus ulls feia desfilar visions ululants i misterioses, tot i tractar-se d’un indret tranquil i perenne, cobert d’arbres que s’enfilavan pels vessants i de clapes de sol dansaires.”
“Aquell torrent de puresa que tenia als peus era obra de les muntanyes serenes. El sol brillaba en els remolins, on alguns troncs s’encaraven amb el corrent. Els ocells volaven a tocar de l’aigua, buscant peixos somrients i amagats que tan sols ocasionalment i de sobte saltaven de llur element, arquejant l’esquena i tornant a caure en el corrent. […] Era un riu de meravella, el buit de l’eternitat daurada que s’omplia d’olors de molsa, escorces, branques i fang; davant els meus ulls feia desfilar visions ululants i misterioses, tot i tractar-se d’un indret tranquil i perenne, cobert d’arbres que s’enfilavan pels vessants i de clapes de sol dansaires.”
La vida en la montaña
solitaria, en el ambiente duro y helado del entorno donde se halla su cabaña,
es para Ray una prueba y a la vez la comprobación de que puede vivir por
sí mismo en tales condiciones. Es una experiencia que le hace feliz, y, por
ello, siente una enorme gratitud. Cuando finaliza su estancia en la cabaña, es
consciente de que ha vivido en la Arcadia soñada y de que gracias a esta
experiencia ha vivido fuera de “este” mundo:
“Vaig tombar-me un altre
cop i vaig prosseguir la meva davallada pel sender, de nou cap a aquest món.”
En cuanto al estilo, la
prosa de Jack Kerouac es fresca, concisa, esencial, despojada de todo lo
superfluo. El autor posee un magistral dominio del ritmo narrativo, que logra
mantener la atención del lector en todo momento, a pesar de los abundantes
fragmentos narrativos. Las descripciones adquieren pleno sentido en medio de la
narración y participan también del ritmo ágil y de la misma tensión narrativa,
nunca se hacen pesadas. Constituyen un elemento esencial de la novela, pues en
ellas se concreta y se materializa buena parte del tema principal de la obra.
Como os decía al
principio, la novela es preciosa, y mi recomendación es que la leáis sin
prejuicios, sin hacer caso de sinopsis superficiales y llenas de estereotipos.
Lo esencial es el encuentro entre el lector y la obra y las ideas y sensaciones
que surgen de esa comunicación. La literatura ofrece siempre una
radiografía ideológica de cada momento y nos permite un acercamiento y una
comprensión de la sensibilidad de las personas que viven en un período histórico
determinado.
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