En Diario de invierno, la última obra de Paul Auster, se funden el hombre y el escritor en un texto magnífico, que tiene la hondura propia de un diario íntimo y la amenidad y la tensión narrativa a las que nos tiene acostumbrados en sus novelas.
Diario de invierno se estructura sin un orden cronológico determinado, pues se van alternando momentos que pertenecen a muy diversas etapas de su vida. Las primeras y las últimas secuencias cierran una estructura circular marcada por la metáfora del invierno y por la conciencia de ser un cuerpo sometido irremisiblemente a los efectos del paso del tiempo. Solo la sensorialidad es garantía y certeza absoluta de vida.
“Quizá sea mejor que de momento dejes tus historias a un lado y trates de indagar lo que ha sido vivir en el interior de este cuerpo desde el primer día que recuerdas estar vivo hasta hoy. Un catálogo de datos sensoriales. Lo que cabría denominar fenomenología de la respiración.”[…]
[…] “Placeres físicos y dolores físicos. Placeres sexuales antes que nada, pero también el placer de la comida y la bebida, el de reposar desnudo en un baño caliente, de rascarse un picor, de estornudar y peerse, de quedarse una hora más en la cama, de volver la cara hacia el sol en una templada tarde a finales de primavera o principios de verano y sentir el calor que se difunde por la piel.”
Nada más abrir el libro se produce el encuentro con la voz narrativa en segunda persona, ese punto de vista que rehúye la excesiva personalización del yo en una especie de desdoblamiento propio del diálogo interior. Y ciertamente es un diálogo del escritor consigo mismo, con ese tú que propicia el acercamiento al lector. En la primera secuencia Paul Auster declara esa pertenencia al común de la gente, ese verse un hombre como los demás:
“Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual, igual que le suceden a cualquier otro.”
A pesar de que el autor titula el libro Diario de invierno, esa obra no pertenece propiamente al género literario del diario íntimo, en el que se recogen pensamientos, hechos, comentarios que reflejan el día a día de una persona en un orden cronológico lineal. Yo lo veo más en la línea de la confesión, género literario que comienza con las Confesiones de San Agustín. Desde entonces hay obras, como la de Paul Auster, que son vidas literarias, pues más que relatarse se recrean gracias a la literatura, de modo que la propia vida del autor entra en el territorio de la ficción narrativa, sin que ello suponga falseamiento o invención.
Sin duda que las 243 páginas de Diario de invierno contienen una rigurosa y meditada selección del enorme cúmulo de hechos y situaciones vividas por su autor a lo largo de sus sesenta y cuatro años de vida. Los recuerdos de su infancia, adolescencia, juventud y madurez, sus padres, el sexo, el amor, sus dos matrimonios, sus dos hijos, sus incontables cambios de domicilio, sus viajes por el mundo, sus amigos, algunos encuentros especiales, sus libros… todo ello desfila por esta obra que se lee como si fuera muchas obras a la vez. Anécdotas y reflexiones van a la par, con el mismo estilo personalísimo de sus novelas, aderezadas de vez en cuando con cosas que ya hemos vivido leyendo sus ficciones, como cuando nos cuenta una película, igual que en El libro de las ilusiones, o cuando nos habla de su perro y nos lleva a recordar la encantadora novela Tombuctú, protagonizada por un perro.
En una obra de carácter autobiográfico quizá sería esperable hallar muchas referencias al oficio de escribir, a la literatura, a las influencias literarias, a las propias obras. Nada de eso. El lector se encuentra con instantes de vida, hechos relevantes desde el punto de vista de la biografía sentimental y familiar del autor. Es como si toda su obra su hubiera nutrido de esos acontecimientos comunes de la vida de cualquier ser humano: ser parte de una familia, el colegio, el deporte, el divorcio de los padres, los amigos, las novias, el sexo, el trabajo… como un hombre cualquiera. Y sobre todo, el amor. La expresión del amor a su segunda esposa, Siri Hustvedt, y lo que ha representado en su vida el hecho de conocerla y estar aún enamorado de ella después de treinta años es uno de los temas que aparece y reaparece en el libro a través de textos muy hermosos. La evocación del pasado lejano o más reciente se va alternando con reflexiones personales, de manera que el protagonismo recae en el oficio de vivir.
No creo que ningún lector asiduo de Paul Auster pase por alto este nuevo libro, ese inmenso placer que supone leerlo. Quien no conozca todavía a este escritor, puede empezar por aquí. Descubrirá a un gran narrador.
Un Auster menor! No acabo de pillar ese recurso a la segunda persona para hablar de sí mismo. Aún así, es Paul Auster!!!!
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