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domingo, 16 de octubre de 2011

Irène Némirovsky: Nieve en otoño

Tenía pendiente el comentario de esta novela, pues entre una cosa y otra me estoy dedicando ahora a varios libros a la vez y no acababa de encontrar el momento. Leí Nieve en otoño en una tarde, prácticamente. Novela corta, pero densa de contenido. Con un estilo literario conciso, ajustado, en el que se percibe la influencia de su admirado Chéjov, Irène Némirovsky nos transporta a la Rusia revolucionaria, de donde muchas familias acomodadas tuvieron que exiliarse.
La nieve de otoño es el elemento evocador de lo perdido para Tatiana Ivanovna, la anciana sirvienta de la familia Karin, el cordón umbilical que la vincula con Rusia, su mundo, desde su exilio en París.   Tatiana Ivanovna, que ha criado varias generaciones de los Karin, permanece en la casa durante una temporada después de que en enero de 1918 los señores se marchen.  La familia lo ha perdido todo: propiedades, posición social, organización familiar, costumbres… Incluso la propia familia no se halla al completo, pues Kiril y Yuri marcharon  al combate a luchar contra los revolucionarios.
Un día Tatiana Ivanovna decide seguir el camino de sus señores y, con las joyas de la señora cosidas en el dobladillo de su falda, emprende viaje a  Odesa, donde la familia malvive:
“Los Karin jamás olvidarían el instante en que abrieron la puerta y la vieron, apurada pero serena, con el hatillo al hombro y los diamantes golpeándole las cansadas piernas; tampoco olvidarían su pálido rostro, que parecía haberse quedado exangüe, ni su voz al anunciarles la muerte de Yuri.
Vivían en el barrio del puerto, en una habitación oscura, con sacos de patatas colgados de las ventanas para amortiguar el impacto de las balas. Yelena Vasílievna estaba acostada en un jergón extendido en el suelo y Lulú y Andréi jugaban a las cartas a la luz del infiernillo, donde se consumían tres trozos de carbón. Había empezado el frío, y el viento penetraba por los cristales rotos.”
Después de Odesa, en 1920, los Karin logran llegar a Constantinopla y desde allí a Marsella. Sin apenas nada, con los recursos ya agotándose, paran en un hotel, haciendo un alto en el camino e intentando con todas sus fuerzas respirar el aire de la libertad. A comienzos del verano llegan a París y alquilan un pequeño piso, pobre y oscuro, donde la vida es miserable y llena de estrecheces. Viven al revés, enclaustrados de día en la casa cerrada para evitar olores y ruidos intolerables. No obstante, París brinda a los Karin la posibilidad de mantener un cierto contacto con la vida, de realizar actividades y salidas algo gratificantes y satisfactorias. Digamos que para ellos la vida sigue, aunque no sea de lo mejor.
La vida en París es para Tatiana Ivanovna el verdadero envejecimiento, un proceso de consunción lejos de Rusia, de la tierra y el clima que ella en verdad ama y añora desesperadamente, pero sobre todo lejos de su sistema de vida y de sus creencias personales y sociales. En Rusia era querida y respetada, tenía una posición en la familia de sus señores. Ahora se ha convertido en una mujer vieja que ni es comprendida ni comprende a los jóvenes, que se aferran a los breves placeres que pueden arañar de vez en cuando, que les hacen sentirse vivos. La joven Lulú le reprocha su actitud vigilante y moralista:
"- ¿Puede saberse qué te pasa? Todas las noches la misma cantinela –dijo al fin con la voz enronquecida por el vino y el tabaco, pero tranquila-. ¿Y en Odesa, Dios mío? ¿Y en el barco? ¿No te diste cuenta de nada?
-  Qué vergüenza… -murmuró la anciana entre asqueada y dolida-. ¡Qué vergüenza! Tus padres, que duermen ahí al lado...
- ¿Y qué? ¿Acaso te has vuelto loca? No hacemos daño a nadie. Bebemos un poco y nos besamos, ¿qué tiene de malo? ¿Crees que mis padres no hacían lo mismo cuando eran jóvenes?
- No, hija.
- ¿Ah, eso piensas?”
Llega el otoño. Tatiana va encerrándose cada vez más en sí misma, aislada del entorno y de todos. Se pasa las horas muertas viendo caer la lluvia tras los cristales sin comprender nada de la forma de vida de los parisienses:
“¿Cómo podían vivir encerrados en aquellas casas oscuras? ¿Cuándo llegaría la nieve?”
La nieve que no llega y su añoranza y su soledad crecen día a día. La desesperanza se apodera de Tatiana Ivanovna.
“Aquellos techos bajos la asfixiaban. Karinovka… La gran mansión, con sus enormes ventanales, por los que el aire y la luz penetraban a raudales, sus terrazas, sus salones, sus galerías, donde las noches de fiesta se acomodaban holgadamente cincuenta músicos… Recordó la Nochebuena en que Kiril y Yuri se habían ido. Aún creía estar oyendo el vals que habían tocado esa velada. Habían pasado cuatro años. Le parecía estar viendo las columnas, relucientes de hielo bajo la luna. “Si no fuera tan vieja –pensó-, me pondría en caminode buena gana. Pero no sería lo mismo…”
-  No, no sería lo mismo –murmuró. La nieve… Cuando viera nevar, todo habría acabado. Se olvidaría de todo. Se tumbaría y cerraría los ojos para siempre-. ¿Viviré hasta entonces? –musitó.”
Nieve en otoño es algo más que una novela centrada en el desarraigo y la inadaptación. A pesar de su brevedad, con pocas pinceladas entretejidas en los diálogos entre los personajes, asistimos a la destrucción de un sistema de vida, el de los terratenientes rusos, familias ricas, con servidumbre que hasta entonces no se había rebelado contra esta situación, que la aceptaba de buen grado porque sentía que tenía un lugar en estas familias. Como contrapunto, el trasfondo de la revolución, la quema de casas, las gentes con el odio y el deseo de venganza a flor de piel. La historia de los Karin, con la figura de Tatiana Ivanovna en primer plano, puede ser representativa de una época, pero son la fuerza y la pureza del estilo, la economía de medios con que opera la autora los elementos que, en mi opinión, convierten este breve relato en una obra emotiva e inolvidable, impregnada de humanidad, intemporal en la medida en que son intemporales las grandes obras de la Literatura.                                                                        

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