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domingo, 31 de enero de 2016

Miguel de Cervantes, IV centenario

Al cumplirse el IV centenario de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, puesto que el gobierno de España no le dedica la atención debida a través de un programa que ponga de relieve su grandeza como escritor y divulgue su obra y sus valores como merece, creo que los devotos de la literatura podemos a nuestro modo dedicarle nuestro homenaje leyéndole y comentando sus textos que nunca se agotan. Es la forma de reafirmar que está siempre vivo, que después de cuatrocientos años nos sigue interesando, porque, como todos los clásicos, nunca acaba de decir lo que tiene que decir. 

Del Quijote seguramente se ha dicho todo ya. Los estudiosos y los críticos llevan siglos estudiándolo y destacando su valor e importancia. Cualquier calificativo para esta novela sería mera repetición de la infinidad de adjetivos con que se ha intentado caracterizarla y definirla. Resultaría gratuito, redundante y pesado, y además es innecesario. Un lector corriente como yo ¿qué puede hacer sino leer y disfrutar con las peripecias de don Quijote y Sancho y con el texto en sí? A lo sumo, escribir un comentario personal de algún fragmento, sin  otro ánimo que el de destacar un aspecto concreto que  interesa o llama la atención y, de paso, pero no asunto de menor importancia, intentar informarse y profundizar un poco sobre los temas y valores literarios de esta obra que situó a Miguel de Cervantes en la posición que ocupa en las letras universales.

Uno de los fragmentos que me llamaron la atención cuando leí el Quijote por primera vez es aquél en que el personaje, en su primera salida, en el capítulo II, imagina qué dirá sobre él el sabio que en un futuro ponga por escrito sus hazañas. Don Quijote es pura pasión por la literatura. Todo lo vive en clave literaria, de tal modo que no solo se lanza a vivir una vida literaria imitando a sus admirados caballeros andantes, sino que además se ve a sí mismo convertido en héroe literario, en protagonista de una novela como las que le han sorbido el seso.

“Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:
—¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas subió sobre su famoso caballo Rocinante y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».
Y era la verdad que por él caminaba. Y añadió diciendo:
—Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en lo futuro. ¡Oh tú, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia! Ruégote que no te olvides de mi buen Rocinante, compañero eterno mío en todos mis caminos y carreras.”

La imitación de los modelos caballerescos por parte de don Quijote no se limita solo a la indumentaria y al deseo de vivir aventuras como las de sus personajes preferidos, sino que él mismo, en su imaginación,  se sitúa en el punto de vista narrativo de un hipotético relator de sus futuras hazañas y en el lenguaje y estilo literario que supuestamente empleará, que no es sino el de los libros de caballerías. Un estilo que es el que el propio don Quijote utilizará para expresarse en la primera parte de la novela siempre que se halle ante alguna aventura o posible hazaña y que contrastará con el registro lingüístico empleado fuera de estas heroicas vivencias.

Madame Bovary padece la misma dolencia: la ilusión por vivir una vida literaria, romántica en su caso. Ella misma, como don Quijote, se erige en artífice de una biografía que sigue un modelo literario, aunque sean otros los valores que la impulsan. En el fondo de ambos late el deseo de una vida distinta, ideal y más satisfactoria y elevada que la que les ha tocado vivir.

Estoy tan marcada por la novela, por el cine, por las canciones, por la poesía, que no puedo dejar de comprender a don Quijote y de sentirme un tanto identificada con él. Quienes vivimos empapados de libros, poemas, letras de canciones e historias de películas, no somos ajenos a este afán. Quiero decir con ello que la pasión por la lectura o por el cine imprime una cierta perspectiva en el enfoque de la propia vida. A veces me pregunto qué tendrán en la mente las personas a quienes no les gusta leer o que no ven películas. Pregunta tonta, ya lo sé, pero me parece  indudable que la afición a la lectura, queramos o no, marca nuestras vidas, llena nuestras mentes en muchos momentos y existen historias que nos gustaría vivir. Incluso podemos plantearnos alguna vez cómo sería nuestra vida narrada, qué se diría de nosotros convertidos en personajes de novela. Como don Quijote.  

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