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martes, 13 de noviembre de 2012

Poema del mes. Noviembre: Miguel Labordeta

Estaba leyendo un ratito después de comer y en la Antología comentada de la poesía lírica española, publicada por Cátedra, he encontrado este hermoso poema de Miguel Labordeta (Zaragoza, 1921-1969). Me doy cuenta por las fechas de que murió joven, relativamente, según se mire. A mi me parece que morir a los cuarenta y ocho años es morir joven. Quizá las dudas que le asaltan en el poema y la inquietud por saber qué fue de tantos sueños juveniles tan solo comenzaban a apuntar. Cuando alguien muere joven, uno siempre se pregunta qué habría sido o qué habría hecho si hubiera vivido más, si hubiera alcanzado, por ejemplo, los setenta años.

Quizá esta pregunta sea tonta y cada uno de nosotros tiene un recorrido ya marcado, que por suerte ignoramos, de manera que al llegar a la edad en que uno muere, aunque sea temprana, es porque ya se completó el ciclo individual. ¡Vete a saber! Quizá es tan solo el azar quien nos gobierna.

Querer saber quiénes somos, reconocer en qué nos hemos convertido en el transcurso de los años, descubrir qué ha pasado con nuestros sueños y nuestras ilusiones más queridas es emprender un pequeño viaje interior forjado por  preguntas cuyas respuestas quizá nos asusten o nos decepcionen. En cualquier caso, creo que hay más preguntas que respuestas. Es muy posible que la respuesta esté en el viento.      

     RETROSPECTIVO EXISTENTE
Me registro los bolsillos desiertos
para saber dónde fueron aquellos sueños.
Invado las estancias vacías
para recoger mis palabras tan lejanamente idas.
Saqueo aparadores antiguos,
viejos zapatos, amarillentas fotografías tiernas,
estilográficas desusadas y textos desgajados del Bachillerato,
pero nadie me dice quién fui yo.
Aquellas canciones que tanto amaba
no me explican dónde fueron mis minutos,
y aunque torturo los espejos
con peinados de quince años,
con miradas podridas de cinco años
o quizá de muerto,
nadie,
nadie me dice dónde estuvo mi voz
ni de qué sirvió mi fuerte sombra mía
esculpida en presurosos desayunos,
en jolgorios de aulas y pelotas de trapo,
mientras los otoños sedimentaban
de pálidas sangres
las bodegas del Ebro.
¿En qué escondidos armarios
guardan los subterráneos ángeles
nuestros restos de nieve nocturna atormentada?
¿Por qué vertientes terribles se despeñan
los corazones de los viejos relojes parados?
¿Dónde encontraremos todo aquello
que éramos en las tardes de los sábados,
cuando el violento secreto de la Vida
era tan sólo
una dulce campana enamorada?
Pues yo registro los bolsillos desiertos
y no encuentro ni un solo minuto mío,
ni una sola mirada en los espejos
que me diga quién fui yo.
Este bello poema teñido de melancolía recrea dos de los tópicos literarios más conocidos: el ubi sunt y el fugit irreparabile tempus. Los tópicos literarios tienen tanta vida y tanta fuerza, porque apuntan a lo esencial del ser humano, a lo que no cambia nunca. Por esa razón  traspasan siglos y culturas y logran conservar el esquema de dicción que les identifica.

1 comentario:

  1. El poema es triste pero me gusta. Desprende una añoranza a la que nos hemos enfrentado todos alguna vez.
    Tus reflexiones son perfectas.
    Un beso.

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