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viernes, 8 de noviembre de 2013

Literatura comparada. El simbolismo del árbol en Antonio Machado y Joan Alcover

Comentando con mis alumnos el poema A un olmo seco, de Antonio Machado (Sevilla, 1875 – Colliure, 1939), me vino a la memoria Desolació, del poeta mallorquín Joan Alcover (Palma, 1854 -1926). Ambos poetas toman el motivo del árbol para expresar a través de él su sentir en una dolorosa situación personal que les afectaba en lo más hondo de su alma.

Hay símbolos que son universales, que pertenecen al bagaje mental, emocional y cognitivo del ser humano de cualquier época y cultura, y que forman parte de eso que se suele denominar el inconsciente colectivo. El árbol es uno de ellos. Su simbólica es extraordinariamente rica y diversa, tal como se expone en el Diccionario de los símbolos de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Este apunte que hoy os dejo aquí intenta recoger tan solo un ejemplo de los valores expresivos y simbólicos del motivo del árbol.

Antonio Machado y Joan Alcover fueron coetáneos. Ambos, hombres de vasta cultura, ambos, figuras destacadas en la sociedad de su tiempo. Aunque su entorno social y cultural fue muy distinto, sin duda la influencia del Simbolismo sobre sus obras fue poderosa. Una muestra de ello son estos dos bellos y emotivos poemas, compuestos los dos a raíz de sendas tragedias personales.

A un olmo seco pertenece al grupo de poemas incluidos en la edición de Campos de Castilla de 1917. Este en concreto forma parte del ciclo de Leonor, en el cual el poeta vierte la dura vivencia de la enfermedad y muerte de su joven esposa. Machado compuso el  poema en 1912, cuando Leonor se encontraba ya gravemente enferma y acabaría falleciendo poco después. Del olmo seco, un árbol que parece ya sin vida y su madera a punto de ser aprovechada para diversos menesteres o de ser pasto de las llamas,  brota con la lluvia de abril, como un milagro, una rama verde.

A un olmo seco

Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

  ¡El olmo centenario en la colina 
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina 
al tronco carcomido y polvoriento.
 No será, cual los álamos cantores 
que guardan el camino y la ribera, 
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera 
va trepando por él, y en sus entrañas 
urden sus telas grises las arañas.
  Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana, 
lanza de carro o yugo de carreta; 
antes que rojo en el hogar, mañana, 
ardas en alguna mísera caseta, 
al borde de un camino; 
antes que te descuaje un torbellino 
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,  
olmo, quiero anotar en mi cartera 
la gracia de tu rama verdecida. 
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.

En Desolació, poema perteneciente al libro Cap al tard, Joan Alcover utiliza la figura del árbol como metáfora y símbolo de sí mismo después de perder a su primera esposa y a cuatro de sus cinco hijos. Un repaso a su biografía nos permite hacernos una idea de la crueldad con que le trató la vida al arrebatarle brutalmente a sus hijos. Joan Alcover se casó por primera vez con Rosa Pujol con quien tuvo tres hijos: Pere, Teresa  y Gaietà, fallecido en 1887. Volvió a casarse en 1891 con María del Haro, con la cual tuvo dos hijos: Maria y Pau. En 1905 murió su hija Teresa de tuberculosis; en 1905 murió Pere de tifus; en 1919 mueren en una misma noche María en Mallorca y Gaietà en Barcelona. De todos sus hijos solamente le sobrevivió Pau.

DESOLACIÓ

Jo só l'esqueix d'un arbre, esponerós ahir,
que als segadors feia ombra a l'hora de la sesta;
mes branques una a una va rompre la tempesta,
i el llamp fins a la terra ma soca mig-partí.
Brots de migrades fulles coronen el bocí
obert i sens entranyes que de la soca resta;
cremar he vist ma llenya; com fumerol de fesa,
al cel he vist anar-se'n la millor part de mi.
I l'amargor de viure xucla ma rel esclava,
i sent brostar les fulles i sent pujar la saba,
i m'aida a esperar l'hora de caure un sol de conhort.
Cada ferida mostra la pèrdua d'una branca:
sens jo, res parlaria de la meitat que em manca;
jo visc sols per plànyer lo que de mi s'és mort.

En estos dos poemas quedan recogidas dos de las múltiples interpretaciones de este tema simbólico: el árbol como símbolo de vida y de regeneración  y el árbol como símbolo del ser humano.

La primera de ellas, en A un olmo seco, el árbol como símbolo de la vida en perpetua evolución, referida al carácter cíclico de la evolución cósmica que comprende la muerte y la regeneración, cargada de sentido dinámico, se refleja claramente, en mi opinión, en la primera estrofa del poema y en el final, que alude a la esperanza que brota del corazón del poeta ante la visión de esa milagrosa rama verde, que ha brotado por efecto de la lluvia primaveral.

Al olmo viejo, hendido por el rayo 
y en su mitad podrido, 
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

[…]
Mi corazón espera 
también, hacia la luz y hacia la vida, 
otro milagro de la primavera.



En cuanto al árbol como símbolo del ser humano, en Desolació Joan Alcover se ve a sí mismo como un árbol que un día fue frondoso y del que solo queda ahora el tronco vacío, desnudo y maltratado, con las ramas arrancadas, del que apenas queda rastro de su pasado esplendor.

Cada ferida mostra la pèrdua d'una branca:
sens jo, res parlaria de la meitat que em manca;
jo visc sols per plànyer lo que de mi s'és mort.

Un símbolo alude siempre a otra realidad con la cual existe una correspondencia. Una realidad que percibimos de forma intuitiva y global, pues apunta directamente a la psique. Ello no impide un análisis desde la lógica. En cualquier caso, la racionalidad y el conocimiento de la anécdota biográfica constituyen una ayuda importante, pero no indispensable para que el símbolo adquiera sentido y significado. A un olmo seco y Desolació son dos bellos poemas que poseen un sentido por sí mismos, aunque lo ignoráramos todo de sus autores. Son creaciones literarias que trascienden lo biográfico para quedar fijadas en lo intemporal humano.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Haruki Murakami: De qué hablo cuando hablo de correr

                                                                               
A mi hijo Pedro, que me prestó este libro.

He disfrutado muchísimo con esta obra de Haruki Murakami, cuyo título encontré sorprendente en un autor de quien desconocía su afición por la carrera de fondo. De qué hablo cuando hablo de correr es un texto autobiográfico, un libro de reflexiones acerca de lo que para el autor significa correr y de lo que esta afición le aporta en lo personal y en lo literario. No pensemos, pues, que esa faceta de la personalidad del novelista japonés se opone a su oficio de creador. Al revés. El corredor y el escritor se nutren mutuamente y se complementan formando un todo inseparable, ese que hemos ido conociendo a medida que se iban publicando sus libros.

Murakami nos explica por qué prefiere esta actividad frente a otras y lo atribuye a un rasgo de su forma de ser: su preferencia por la soledad y por aquellas actividades que pueden llevarse a cabo en solitario y no de forma colaborativa o competitiva. Al correr compite solo contra sí mismo o, en cualquier caso, siente que se esfuerza por superarse y ello le aporta una sensación de gran bienestar.

Escribir sobre el hecho de correr da pie a hermosos comentarios o descripciones, como por ejemplo la del río Charles,  o a comparar la carrera de fondo con su actividad como escritor.

“Los ríos, a no ser que sufran cambios trascendentales, no varían mucho con el paso de los años, pero me pareció que el río Charles estaba especialmente igual que siempre. Había transcurrido el tiempo, los estudiantes eran otros, yo tenía diez años más, y por debajo del puente había corrido, literalmente, mucha agua. Con todo, el río en sí no había cambiado ni un ápice y seguía mostrando su apariencia de antaño. El caudaloso curso de agua fluía silencioso hacia la bahía de Boston. Remojando las orillas, haciendo brotar las verdes plantas estivales, alimentando a las aves acuáticas, pasando bajo el viejo puente de piedra, reflejando las nubes en verano (o llevando a flote cascos de hielo en invierno), sin prisa, pero sin pausa, como esas ideas inmutables que han conseguido sobrevivir a numerosas revisiones, el río simplemente seguía, silencioso, su camino hacia el mar.” (pág. 27)

La reflexión sobre el hecho de correr articula el análisis sobre sí mismo, sobre su manera de entender la vida y el hecho de escribir. Vuelve otra vez la imagen del río, tópico universal,  como un eco clasicista en el que se entreteje esa conciencia del autor de ser únicamente rival de sí mismo:

“Mientras corro pienso, de improviso, que tampoco pasa nada si no consigo mejorar mis marcas. He envejecido y el tiempo se va cobrando sus cuotas. Nadie tiene la culpa. Son las reglas del juego. Es igual que los ríos que fluyen hacia el mar. Sólo puedes aceptar esa imagen tuya tal como es, como una parte más del paisaje natural.” (pág. 38)

Haruki Murakami, de forma ágil y amena, a través de una prosa sencilla y precisa, nos relata momentos clave de su biografía: a qué se dedicaba antes de convertirse en escritor, de qué forma decidió dar un cambio a su vida y entregarse a la literatura, sus viajes, su participación en muchas carreras en diversas partes del mundo… Un recorrido vital presidido por la pasión por la carrera de fondo y por el oficio de escribir. Ilustran el libro varias fotografías de Murakami tomando parte en algunas carreras con otros muchos corredores o bien corriendo en solitario, como en la carrera de Maratón, en Grecia.

A lo largo del libro se acentúa el paralelismo constante entr correr y escribir. Murakami analiza las cualidades que requiere un buen escritor. La premisa es el talento, que serviría de poco si no fuera acompañada de otras dos: la concentración y la constancia. Así, carrera de fondo y creación literaria van a la par: “En mi caso, la mayoría de lo que sé sobre la escritura lo he ido aprendiendo corriendo por la calle cada día.

Anécdotas personales, comentarios sobre el tipo de música que le gusta escuchar mientras corre, visiones del paisaje y del entorno de cada carrera, valoraciones de su técnica como corredor y de las formas de potenciar su forma física hacen de este libro una obra entretenida, en la que destaca especialmente el factor humano. El propio Murakami nos brinda la ocasión de conocerle mejor y valorarle aún más como escritor. La sencillez y la brevedad del texto no deben hacernos olvidar que nos hallamos ante uno de los más brillantes autores japoneses actuales. 


De qué hablo cuando hablo de correr gustará, sin duda, tanto a los lectores que ya conocen a Haruki Murakami y disfrutan con sus libros, como a aquellos que son aficionados a correr y quizá se sientan atraídos por la temática de la obra.


sábado, 14 de septiembre de 2013

Poema del mes. Septiembre: Pablo Neruda

En el precioso libro Navegaciones y regresos (1959) he hallado un poema dedicado al mes de septiembre: Oda a las alas de septiembre. ¿Qué tiene de especial? Pues que para quienes vivimos en el hemisferio norte septiembre es la antesala del otoño. Resume el dorado final del verano y anticipa con sus nubes cargadas de lluvia, con sus atardeceres suaves, el otoño que se prolongará hasta el solsticio de invierno. En cambio, para quienes viven en el hemisferio sur ocurre todo lo contrario: septiembre marca la entrada de la primavera.

Pablo Neruda canta en este poema a estas primaverales criaturas aladas que son las bellas golondrinas. Como siempre, nuestro querido poeta, convierte la metáfora en luz que ilumina aspectos peculiares de los seres. La metáfora dota a las golondrinas de una nueva y poética entidad y nos recuerda que la poesía es también una forma de conocimiento.

ODA A LAS ALAS DE SEPTIEMBRE

He visto entrar a todos los tejados
las tijeras del cielo:
van y vienen y cortan transparencia:
nadie se quedará sin golondrinas.

Aquí era todo
ropa, el aire espeso
como frazada y un vapor del sal
nos empapó el otoño
y nos acurrucó contra la leña.

En la costa del Valparaíso,
hacía el sur de la Planta Ballenera:
allí todo el invierno se sostuvo
intransferible con su cielo amargo.

Hasta que hoy al salir
volaba el vuelo,
no paré mientes al principio, anduve
aún entumido, con dolor de frío,
y allí estaba volando,
allí volvía
la primavera a repartir el cielo.

Golondrinas de agosto y de la costa,
tajantes, disparadas
en el primer azul,
saetas de aroma:
de pronto respiré la acrobacias
y comprendí que aquello
era la luz que volvía a la tierra,
las proezas del polen en el vuelo,
y la velocidad volvía a mi sangre.
Volví a ser piedra de la primavera.

Buenos días, señores golondrinas
o señoritas o alas o tijeras,
buenos días al vuelo del cielo
que volvió a mi tejado:
he comprendido al fin
que las primeras flores
son plumas de septiembre. 


lunes, 15 de julio de 2013

Poema del mes. Julio: José Zorrilla


En julio el calor aprieta ya de verdad. Es cierto que depende de dónde uno resida. No es lo mismo el calor de las zonas del Mediterráneo que el calor más suave de las costas cantábricas, por ejemplo, o el ardor terrible, de horno, que se da en el interior de la península. Sea como sea, del calor no nos libramos. Y el mes de agosto suele ser aún peor.

José Zorrilla (1817 –1893), poeta del Romanticismo español, célebre por su drama Don Juan Tenorio, refleja vivamente en su poema La siesta esa sensación de calma chicha sofocante que se da en el mes de julio. El calor lo paraliza todo. Solo la quietud hace soportable el sol que cae a plomo sobre la tierra y los seres vivos.

Personalmente, lo que más me gusta de este poema es la descripción del ambiente tórrido de las primeras horas de la tarde. La segunda parte del poema contrasta con la primera, pues el poeta no siente el calor debido a que su amada Rosa duerme junto a él en el bosque. Su sola presencia, acostada sobre la hierba, propicia el “locus amoenus” fresco y sombrío que aligera y libera del calor.

Disfrutad del poema, ¡pero a la sombrita!


LA SIESTA

Son las tres de la tarde, julio, Castilla.
El sol no alumbra, que arde, ciega, no brilla.
La luz es una llama que abrasa el cielo,
ni una brisa una rama mueve en el suelo.
Desde el hombre a la mosca todo se enerva,
la culebra se enrosca bajo la yerba,
la perdiz por la siembra suelta no corre,
y el cigüeño a la hembra deja en la torre.
Ni el topo, de galbana, se asoma a su hoyo
ni el mosco pez se afana contra el arroyo
ni hoza la comadreja por la montaña
ni labra miel la abeja ni hila la araña.
La agua el aire no arruga, la mies no ondea,
ni las flores la oruga torpe babea,
todo al fuego se agosta del seco estío,
duerme hasta la langosta sobre el plantío.
Sólo yo velo y gozo fresco y sereno,
sólo yo de alborozo me siento lleno,
porque mi Rosa, 
reclinada en mi seno,
duerme y reposa.

Voraz la tierra tuesta el sol del estío,
mas el bosque nos presta su toldo umbrío.
Donde Rosa se acuesta brota el rocío,
susurra la floresta, murmura el río.
¡Duerme en calma tu siesta, dulce bien mío!

¡Duerme entretanto
que yo te velo, duerme,
que yo te canto!

jueves, 27 de junio de 2013

Para Nelson Mandela

Quiero dedicar a Nelson Mandela, persona a quien toda mi vida he admirado por su valentía, por su coraje y su imbatible fuerza moral, este poema de Nicolás Guillén. Que esta hermosa balada le acompañe y le alegre el corazón. 
http://www.thefamouspeople.com/profiles/nelson-mandela-59.php
 Balada de los dos abuelos

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Lanza con punta de hueso,
tambor de cuero y madera:
mi abuelo negro.
Gorguera en el cuello ancho,
gris armadura guerrera:
mi abuelo blanco.

Pie desnudo, torso pétreo
los de mi negro;
pupilas de vidrio antártico
las de mi blanco!

Africa de selvas húmedas
y de gordos gongos sordos...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
Aguaprieta de caimanes,
verdes mañanas de cocos...
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
Oh velas de amargo viento,
galeón ardiendo en oro...
--¡Me muero!
(Dice mi abuelo negro.)
¡Oh costas de cuello virgen
engañadas de abalorios...!
--¡Me canso!
(Dice mi abuelo blanco.)
¡Oh puro sol repujado,
preso en el aro del trópico;
oh luna redonda y limpia
sobre el sueño de los monos!

¡Qué de barcos, qué de barcos!
¡Qué de negros, qué de negros!
¡Qué largo fulgor de cañas!
¡Qué látigo el del negrero!
Piedra de llanto y de sangre,
venas y ojos entreabiertos,
y madrugadas vacías,
y atardeceres de ingenio,
y una gran voz, fuerte voz,
despedazando el silencio.
¡Qué de barcos, qué de barcos,
qué de negros!

Sombras que sólo yo veo,
me escoltan mis dos abuelos.

Don Federico me grita
y Taita Facundo calla;
los dos en la noche sueñan
y andan, andan.
Yo los junto.

--¡Federico!
¡Facundo!   Los dos se abrazan.
Los dos suspiran.   Los dos
las fuertes cabezas alzan;
los dos del mismo tamaño,
bajo las estrellas altas;
los dos del mismo tamaño,
ansia negra y ansia blanca,
los dos del mismo tamaño,
gritan, sueñan, lloran, cantan.
Sueñan, lloran, cantan.
Lloran, cantan.
¡Cantan!

Fundación Nicolás Guillén

domingo, 23 de junio de 2013

Una joya inspirada en la literatura

Después de muchísimo tiempo sin escribir nada en el blog, no puedo dejar pasar la ocasión de presentaros esta preciosa pieza de joyería, obra de Rut Serra Salado, estudiante del Ciclo Formativo de Grado Medio de Procedimientos de Joyería Artística de l’Escola d’Art de Menorca


Cuando vi la portada del catálogo de las piezas creadas por los alumnos durante este curso con el objetivo de aprender las técnicas más importantes de construcción y decoración de la joyería, me llevé una maravillosa sorpresa: nada menos que un broche inspirado en El principito de Antoine de Saint-Exupéry. Creo que no es frecuente ver creaciones de joyería que recrean o interpretan obras literarias.

En este caso, la creadora de este bonito y original broche ha sabido captar el espíritu de la obra de Saint-Exupéry integrando lo sencillo, lo tierno y lo profundo del texto de El principito con la forma surgida del metal, inspirada en las ilustraciones del propio autor del libro, a través de un diseño limpio y preciso, en cuyo centro  hace honor a la palabra escrita, materia prima de la que nace la literatura.

El espíritu creativo de Rut Serra juega sin duda con el concepto de joya: una joya de la literatura del siglo XX, un clásico, se convierte en un broche con mensaje. El interior de la pieza, que contiene un fragmento de texto con una ilustración, viene a ser como la joya contenida en la cajita que la destaca al potenciar su lucimiento.

¿De qué nos habla ese lindo broche que podríamos lucir en la solapa, en un foulard o sobre un elegante vestido? Yo creo que nos invita a leer o a releer El principito y a dejarnos seducir por su inocencia y su limpieza de corazón. El principito es un canto a la amistad y a una filosofía de vida basada en el amor a todos los seres, en la bondad, en el respeto a los demás,  pero también enlaza de manera inconfundible con el espíritu que impregna el pensamiento socrático en tanto que búsqueda de las respuestas a las preguntas esenciales que nos plantea la vida.

Rut, mi más sincera felicitación por tu arte y tu sensibilidad. Estoy convencida de que los estudios que has cursado darán un hermoso fruto.

Reproduzco a continuación el fragmento de texto del cual se ha extraído la cita que figura en el interior del broche:
  
“El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:

-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:

-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.

Y volvió con el zorro.

-Adiós -le dijo.

-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.

-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.

-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.

-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.

-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...

-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.”

                Antoine de Saint-Exupéry, El principito. Alianza-Emecé (Capítulo XXI, págs. 88-89)

sábado, 1 de junio de 2013

Jack Kerouac: En la carretera

Como ya dije en una reseña anterior, tenía pendiente la lectura de En la carretera, de Jack Kerouac (1922-1969). Leí la novela antes de ver la película On the Road, que me decepcionó bastante.

En la carretera es un clásico de la literatura norteamericana del siglo XX. Se trata de una novela especial. Hay quienes se refieren a ella como una obra “de culto” por la devoción que ha ido despertando en muchos de sus lectores. Sin duda es esta la razón por la que figura entre las obras más emblemáticas de la literatura contemporánea: su contenido y su forma apuntan  hacia algo intrínsecamente humano e intemporal.

He leído la versión que publicó la Editorial Anagrama en 2009, En la carretera. El rollo mecanografiado original, traducida por Jesús Zulaika. El texto, editado por Howard Cunnell, presenta el contenido del rollo de papel de 36 metros sobre el que Kerouac mecanografió el texto de la novela a un espacio y sin puntos y aparte. La traducción española, basada en la edición de Howard Cunnell, respeta escrupulosamente el texto original excepto en la separación entre la narración y los diálogos, lo que sin duda facilita mucho la lectura.

Jack Kerouac escribió En la carretera en 1951, a los 29 años de edad. Empleó tres semanas en su redacción. En el rollo mecanográfico original figuran los nombres reales de los personajes, incluido el propio autor, cosa que no sucedía en anteriores ediciones, en las que aparecían con nombres ficticios. Se trata, por tanto, de una novela autobiográfica, que recoge los viajes que a través de Estados Unidos realizó Jack Kerouac solo o en compañía de  otras personas, entre ellas su amigo Neal Cassady.

El argumento de la novela es el viaje, no un viaje en concreto, sino el concepto de viaje: lo que supone partir de casa, ligero de equipaje, con escaso dinero y emprender el camino, abierto a lo que este pueda ofrecer. El joven Jack relata  las experiencias  vividas, solo o en compañía,  lo largo de los tres viajes que le llevaron a cruzar los Estados Unidos. Desfilan por ella numerosos personajes con sus nombres reales, al igual que el autor. Destaca entre todos la figura de Neal Cassady, gran amigo de Kerouac. Este personaje curioso, polifacético y versátil, hombre complicado, sin duda, es el contrapunto frecuente de Jack.

Amistad, mujeres, amores, fiesta, bebida, música, trabajo, vagabundeo, contemplación, estilos de vida, paisajes… todo ello filtrado por la mirada joven del narrador protagonista, un hombre que se siente feliz en el camino, en la libertad, en el cambio y en  la novedad continua que el viaje propicia. Más que los personajes o el argumento, lo realmente importante en esta novela es la metáfora que encierra: la vida como camino, imagen poética clásica donde las haya.

¿Cómo no recordar Ítaca, el bello poema de Kavafis?

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios.

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

(C. P. Cavafis. Antología poética. Alianza Editorial, Madrid 1999. Edición y traducción, Pedro Bárdenas de la Peña)

Al rollo mecanografiado le falta el final, pero me parece que no importa demasiado. Hacia el final del relato, los jóvenes viajeros emprenden un viaje a México. La ruta seguida a través del país, las peripecias y experiencias vividas, el ambiente… todo tiene aroma de paraíso, de lugar ideal, natural y algo salvaje, tan distinto de Estados Unidos.

Me encantó la novela. Kerouac es un magnífico y ameno narrador que sabe mantener el interés y la tensión, las ganas de seguir leyendo. Su lenguaje sobrio, directo y coloquial posee toda la apariencia de algo no muy elaborado. Nada más lejos de la realidad. Es un lenguaje esencial y preciso, rico en registros y matices. Argumento y estructura se potencian mutuamente. Si la vida es viaje, si lo que importa es el camino, el relato no puede ser otra cosa que un continuo de anécdotas, episodios, planes, reflexiones, encuentros… El final, como el fin de cada vida humana, no es sino un corte, un fundido en negro. Pero En la carretera es literatura, de ahí ese paraíso mexicano donde recalan los jóvenes viajeros para correrse una juerga monumental en la que se lo pasan bomba.

miércoles, 17 de abril de 2013

Soledad Puértolas: Mi amor en vano


Mi amor en vano es una novela intimista, introspectiva, psicológica, protagonizada por los recuerdos, las percepciones, los temores, las inseguridades, pasiones y deseos de los personajes más que por ellos mismos a través de la acción.

El hilo conductor de las historias que se van desgranando es Esteban, un joven con problemas de movilidad debido a un accidente. Esteban, que se ha ido a vivir solo, independizado de su familia, traba conocimiento con dos vecinas, Violeta y Dayana, madre e hija. En el centro de rehabilitación en donde sigue una terapia para recuperarse conoce a Teresa, mujer de la cual se enamora. Estos personajes le llevarán a saber de otros, de sus familias y de su entorno.

La novela se estructura a partir de los encuentros de Esteban con Violeta, Dayana y Teresa. Posteriormente, ya hacia el final de la novela, aparecen otros personajes, Julio y Selina, que tendrán un peso importante en el desarrollo de los acontecimientos.

El hilo conductor de la narración es la historia de Esteban, enmarcada por los encuentros con sus amigas. Este es el instrumento del que se sirve Soledad Puértolas para conceder el protagonismo a la interioridad de los personajes, al relato de sus vidas, al análisis demorado de los recuerdos de los hechos y de las personas que más les han marcado en la vida y a las reflexiones y comentarios que esas evocaciones suscitan en cada uno de ellos.

La belleza y el interés de Mi amor en vano residen en la expresión de la interioridad de cada personaje mediante un lenguaje rico y claro, muy coloquial y a la vez muy matizado, en el sentido de que Soledad Puértolas, a través de las reflexiones de los personajes va desvelando los recovecos y contradicciones de la personalidad de cada uno. El personaje más completo e interesante, en mi opinión, es Dayana, la madre de Violeta. La evocación de su vida de artista de teatro y cantante, su matrimonio con el Piloto, sus amistades y amores dan lugar a que afloren los frutos de tanta experiencia de vida. Dayana es una mujer que ha vivido y ha extraído de ello un  conocimiento de sí misma y de la naturaleza humana.

Ese es en el fondo el mensaje que esta bonita novela me ha comunicado: la riqueza y la complejidad que anidan en el fondo de cada persona. En un momento dado Dayana le dice a Esteban:

“En cuanto te retraes para protegerte, dejas de lado tu primera espontaneidad y queda grabada sobre la piel la señal, el sello del miedo. A partir de ahí es difícil que los otros lleguen a conocerte, porque nunca te muestras por entero, ni siquiera a las personas que más aprecias y las que más confías. No te muestras, el disimulo de ese miedo se convierte en parte de tu identidad.

Con quienes más practicas el disimulo es precisamente con las personas a quienes tienes más cerca, siguió, y así sucede que aquellas personas que podrían conocerte mejor son quienes menos datos han recibido directamente de ti. La mayor parte de tu vida se ha desarrollado entre ellas, pero no te has permitido dar rienda suelta a lo que eres, y un día comprendes que es demasiado tarde, que ni siquiera sabrías hacerlo, ya que con ellas eres de otra manera, ya eres una persona que disimula. Incluso llegas a intuir que esas personas te habrían aceptado y acogido si te hubieras mostrado y que quizás aún estés a tiempo, pero ya no puedes, has pasado demasiado miedo. Te has ido mostrando a trozos, a fragmentos, has enseñado a unos una cosa y a otros otra, la totalidad te asusta. Te gustaría que alguien se encargara de recoger de aquí y de allá todos los pedazos desperdigados y los uniera, casi sin tu ayuda, estando tú absolutamente quieta, porque ya no puedes más, no quieres hacer más.” (pág.100)

Mi amor en vano es una obra polifónica. Diversas voces nos proporcionan un panorama de las facetas que puede presentar cada personaje, nacidas de su interior, alimentadas con ilusiones, deseos y temores.

El amor, como no podía ser de otro modo con un título como Mi amor en vano, tiene una importantísima presencia en la novela. De hecho, todos los personajes, aun los secundarios, llevan la marca del amor. Todos buscan, desean, a veces rechazan un amor, aman o temen el amor. Lo acogen o huyen de él. El telón de fondo son los sueños.

Mi amor en vano me ha gustado mucho. Creo que en esta novela el lector puede hallar lo mejor de Soledad Puértolas. Es una obra en la que uno se reconoce a veces, que hace pensar, que puede llevar a detenernos un rato para hacer un paréntesis en la lectura y mirar hacia adentro por un instante. Su bella prosa es también para saborearla lentamente.

viernes, 12 de abril de 2013

Poesía y cocina: Alfonso Canales y Pablo Neruda

¡Por fin tengo un momento para sentarme y escribir tranquilamente! Debo agradecerlo, entre otras cosas, a que el día es ahora más largo y cunde más, a que es viernes y a que solo por hoy, y quizá el domingo si me lo monto bien, no tengo deberes del cole. Tal vez mi mente estaba limpia de tensiones o ajetreos y por eso he pensado en esos bonitos poemas que recogen temas gastronómicos y elevan al nivel de la poesía platos que ya de por sí son una delicia. Me refiero a los versos de Neruda ensalzando el caldillo de congrio y a los de Alfonso Canales  dedicados al ajoblanco.

Pronto tendremos aquí el calor de verdad, y entonces es más apetecible que nunca una sopa fría, refescante, en la que dulce y salado se potencian mutuamente. A mí me encantan estos contrastes y el ajoblanco, desde que lo probé, es uno de mis platos preferidos en cuanto empieza el calor.

Foto de diariosur.es

El poema de Alfonso Canales (Málaga, 1923-2010), titulado El ajoblanco, nos da la receta con todos los ingredientes y el procedimiento bien claro.

EL AJOBLANCO

Pon veinte almendras mondadas
Y cuatro dientes de ajo,
Añádele el agasao
De unas migas asentadas
De pan de hogaza, empapadas
En agua clara. Mas luego,
Entrégate al dulce juego
De majar, lubrificando
Con óleo virgen. Y cuando
Encuentre la pasta apego,
Pon sal y agua de alcazarra
Y pon vinagre de vino,
Batiendo hasta hacer un fino
Licor que todo lo enlaza.
Al producto dale plaza
En cuenco, a mesa y mantel
-éste de lino, y aquél
de fino barro o madera-
Después añada el que quiera
Dulce uva moscatel.

Lo mismo hace Pablo Neruda en su famosa Oda al caldillo de congrio. De la concisión de Alfonso Canales pasamos a las metáforas y a las hipérboles que insinúan sabores y texturas excelsos.

ODA AL CALDILLO DE CONGRIO

EN el mar
tormentoso
de Chile
vive el rosado congrio,
gigante anguila
de nevada carne.
Y en las ollas
chilenas,
en la costa,
nació el caldillo
grávido y suculento,
provechoso.
Lleven a la cocina
el congrio desollado,
su piel manchada cede
como un guante
y al descubierto queda
entonces
el racimo del mar,
el congrio tierno
reluce
ya desnudo,
preparado
para nuestro apetito.
Ahora
recoges
ajos,
acaricia primero
ese marfil
precioso,
huele
su fragancia iracunda,
entonces
deja el ajo picado
caer con la cebolla
y el tomate
hasta que la cebolla
tenga color de oro.
Mientras tanto
se cuecen
con el vapor
los regios
camarones marinos
y cuando ya llegaron
a su punto,
cuando cuajó el sabor
en una salsa
formada por el jugo
del océano
y por el agua clara
que desprendió la luz de la cebolla,
entonces
que entre el congrio
y se sumerja en gloria,
que en la olla
se aceite,
se contraiga y se impregne.
Ya sólo es necesario
dejar en el manjar
caer la crema
como una rosa espesa,
y al fuego
lentamente
entregar el tesoro
hasta que en el caldillo
se calienten
las esencias de Chile,
y a la mesa
lleguen recién casados
los sabores
del mar y de la tierra
para que en ese plato
tú conozcas el cielo.

Ambas recetas, de estilos  diferentes, son igual de apetitosas y atractivas. Es como para animarse a probar de preparar estos platos y sorprender a la familia y a los amigos con delicias tan poéticas.

lunes, 4 de marzo de 2013

El Vaticano visto por Boccaccio o la actualidad de un clásico


Que nada nuevo hay bajo el sol se encarga de recordárnoslo la lectura de los clásicos. La renuncia de Joseph Ratzinger al papado, hecho insólito que nadie esperaba y gesto que le honra como persona,  ha destacado más aún, por contraste,  el clima de corrupción económica y humana que domina en el Vaticano. Escandaloso, pero no nuevo, si nos atenemos a uno de los relatos del Decamerón, libro delicioso donde los haya.

Me parece  un buen momento para recordar a Giovanni Boccaccio (1313-1375) y releer  la narración segunda de la primera jornada del Decamerón, en la cual “El judío Abraham, incitado por Giannotto de Civigni, va a la Corte de Roma y, al ver la maldad de los clérigos, vuelve a París y se hace cristiano.”

En este breve cuento, Giannoto de Civigni, mercader de París, se lamentaba de que su amigo Abraham, mercader también, no abriera los ojos,  abandonara la fe judaica se convirtiera al cristianismo. Tanto pudieron su insistencia y su poder de persuasión, que, finalmente, Abraham le dijo:

-Ea, Giannoto, pues a ti te agrada que me haga  cristiano, dispuesto estoy a cumplirlo; y tanto, que quiero primero ir a Roma y ver allí al que tú dices que es vicario de Dios en la tierra, para considerar sus maneras y costumbres y las de los cardenales, sus  hermanos. Y si ellas me parecen tales que yo pueda, entre eso y tus palabras, comprender que vuestra fe es mejor que la mía, según te has ingeniado en demostrarme, haré aquello que te he dicho. Mas, si no fuese así, seguiré judío como hasta ahora.

Oyendo esto Giannotto, sintióse sobremanera apenado y decíase para sí: “He perdido el trabajo que tan óptimamente empleado me parecía, creyendo a éste haber convertido; porque si va a la Corte de Roma y ve la vida depravada e impía de los eclesiásticos, no ya no se hará cristiano, siendo judío, sino que, si cristiano fuese, judío de seguro que se tornaría.

El caso es que Abraham  se da una vueltecita por Roma, conociendo testimonios y viendo con sus propios ojos cómo:

 “del mayor al menor  todos allí pecaban con gran deshonestidad en cosas de lujuria, y no sólo en la natural, sino en la sodomítica, sin freno alguno de remordimiento o vergüenza […] conoció claramente que los que observaba eran universalmente comilones, bebedores, ebrios y más servidores de su vientre, como animales irracionales, y de la lujuria, que de ninguna otra cuestión. Y ahondando más, tan avaros y ansiosos de dinero los vio, que tanto la humana sangre, incluso la cristiana, como las cosas divinas, y lo a los sacrificios y beneficios perteneciente, por dinero vendían y compraban, haciendo mayor mercadería y más ganancias teniendo, que cuanto pudiera encontrarse en París, con ventas de pañerías u otras cosas.”

Cuando el pobre judío hubo visto bastante, regresó a París y comunicó a su amigo Giannoto de Civigni que,  a pesar de la vida de crápulas que llevaban los clérigos, y a pesar de que se dedicaban con todas sus fuerzas a exterminar la religión cristiana, cuando deberían ser sus más ardientes defensores, “vuestra religión aumenta y más lúcida y clara se torna, con razón me parece discernir que el Espíritu Santo es su fundamento y sostén, como más santa y verdadera que otra. Por lo cual […] ahora abiertamente te digo que por nada del mundo dejaré de hacerme cristiano.”

El cuento no tiene desperdicio, pues, a través de la ironía y del fino humor de Giovanni Boccaccio, se pone de manifiesto una  actitud crítica con la falsedad en la que vivían en el siglo XIV los prelados, cardenales y demás clérigos de Roma. Uno de los rasgos del  Renacimiento es precisamente la inquietud de muchos espíritus cultivados y sensibles por lograr una religiosidad más auténtica, una espiritualidad alejada del materialismo y la mentira. Los iluminados, los erasmistas, y , por último, la Reforma protestante serán las consecuencias de la conducta de quienes deberían haber sido un ejemplo y un modelo de religiosidad.

Lo triste de este asunto es que el relato de Boccaccio tiene plena vigencia. La situación vista y descrita por el judío Abraham es más o menos la actual. Pone los pelos de punta conocer los hechos relativos a la pederastia, la codicia, las traiciones, las ansias de poder de algunos hombres de iglesia.

Poema del mes. Marzo: Eloy Sánchez Rosillo


Llegó marzo, y con él pronto tendremos la primavera, el lento e imparable renacer de todo cuanto duerme el sueño invernal. El poeta Eloy Sánchez Rosillo ama, sin duda, la primavera. En su obra  Sueño del origen dedica dos poemas al mes de marzo. En Pensando en marzo, expresa  la terrible añoranza del mes que lleva en sí las alegres y hermosas promesas primaverales, cuando aún queda tan lejos,  que parece imposible que vaya a producirse el milagro. El segundo poema, Entra marzo, brevísimo, es la alegría, la felicidad pura por ese milagro de la naturaleza que cada año acude fiel a su cita.

Son dos bonitos poemas para recibir este mes a partir del cual el frío nos irá abandonando lenta pero definitivamente. 

PENSANDO EN MARZO

En su momento, marzo volverá,
según los calendarios nos indican.
Y no es que piense yo que no sea cierto
que ha de ocurrir su vuelta. Sin embargo,
cuánto lo echo de menos esta tarde
de mediados de enero. Se diría
 fábula en la memoria e ilusión
de todo el bien posible. Uno no ignora
que existe el sol, que hay pájaros, abejas,
tardes que paulatinas van creciendo,
rosas, cielos azules y muchachas
de ojos irresistibles y de andares
muy peligrosos para los que miran
sin tomar precauciones. Pero es
misterio que confluya todo eso
-y tan intensamente, y tan de golpe-
en un punto del año, que se junte
y se funda en seguida en una cosa
que es más que cada cosa y es milagro
hecho ante nuestro asombro. Sí, parece
que marzo ha de volver, y así lo dicen
los almanaques, la experiencia y quienes
saben del mundo y de sus movimientos,
de estaciones, de ciclos. Aunque yo,
desde este exilio que es su ausencia, desde
el corazón del intratable invierno,
lo echo de menos mucho, y lo recuerda
con desconsuelo mi penuria de hoy
como leyenda y como paraíso,
sueño hermoso que tuve igual que un don
perdido para siempre, para siempre.


ENTRA MARZO

No me cabe en el cuerpo la alegría
De que por fin haya llegado marzo.
No sé qué hacer con ella; sobra tanta
que hay para dar y repartir. Acaso
la desmenuce en migas de pan tierno
y se la eche a los pájaros.