Cada uno es hijo de su
tiempo. Los artistas y los escritores son quizá los seres más
sensibles al clima que se respira en cada momento histórico. Son como espejos
que reflejan todo un mundo. Esto que llamamos tendencias y movimientos literarios, estas etiquetas con
que clasificamos el vivir humano entre unas fechas más o menos concretas, es
siempre algo a posteriori. Cuando todo ha pasado, se observa, se lee, se
estudia y se somete a un proceso de
abstracción del que resulta una caracterización de los períodos artísticos o
literarios.
El Romanticismo, este movimiento que ha sido
seguramente uno de los más influyentes en la cultura occidental y cuyo eco nos
sigue alcanzando aún, cuenta con escritores y artistas que se caracterizaron
por ser personas inquietas, que vivieron
siempre buscando otra cosa distinta de lo que les había tocado vivir, algo muchas
veces inefable, incomunicable, si no era
a través de la expresión artística. Ciertos poemas y pinturas de la época
romántica, obras como las de Giacomo Leopardi o Bécquer en el ámbito literario
y las de Caspar David Friedrich en el
artístico, expresan un profundo sentimiento ante la experiencia trascendente de
la fusión con la naturaleza.
C.D Friedrich, Monje junto al mar |
En los inicios del
movimiento romántico empieza a producirse un trasvase de los poderes de la divinidad
desde lo sagrado a lo profano. La naturaleza y el paisaje adquieren valor de
símbolos de lo divino. El hombre romántico, en su búsqueda de trascendencia,
encuentra en la experiencia de la contemplación del paisaje la vivencia de lo
sagrado. La naturaleza será en el Romanticismo un importante motivo de
inspiración por su condición de símbolo. Carl Gustav Carus, un discípulo del
pintor alemán C.D. Friedrich (1774-1840), escribió
lo siguiente, según cita de Robert Roseblum en su obra La pintura moderna y la tradición
del Romanticismo nórdico, en una de sus cartas sobre el paisaje:
“… Cuando el hombre,
percibiendo la inmensa magnificencia de la naturaleza, nota su propia
insignificancia y, sintiéndose a sí mismo en Dios, penetra en ese infinito y
abandona su existencia individual, entonces su rendición es una ganancia más
que una pérdida. Lo que de otra manera sólo ven los ojos del espíritu, aquí se
hace casi literalmente visible: la unidad con el infinito del Universo…”
El deseo de anegarse o de perderse en
algo más grande que uno mismo, en la maravilla o en lo sobrecogedor que a veces
puede contener la naturaleza, el deseo de trascendencia y la búsqueda de lo
absoluto lo expresan en momentos distintos los poetas Giacomo
Leopardi y Gustavo Adolfo Bécquer, pues aunque ambos pertenecen al movimiento romántico,
por las fechas de nacimiento y muerte, vemos que les separan muchos años.
Giacomo Leopardi (1798- 1837), poeta italiano del
Romanticismo, es autor de un breve poema titulado "El infinito", que transcribo a
continuación, junto con el texto original en italiano. El infinito expresa la
vivencia del poder sobrenatural y misterioso de la naturaleza y el deseo del
poeta de perderse en su inmensidad, como
quien perece en un naufragio. Esa destrucción del yo no es sentida como algo
negativo o trágico, sino muy dulce y agradable, tanto, que adquiere tintes de
experiencia mística.
EL INFINITO
Siempre caro me
fue este collado
yermo y este seto, que de tanta parte
del último horizonte la vista excluye.
Mas sentado y contemplando, interminables
espacios más allá de aquellos, y sobrehumanos
silencios, y profundísima calma
en mi mente imagino;
tanto, que casi el
corazón se me estremece. Y si del viento
oigo el susurro entre estas plantas, yo aquel
infinito silencio y esta voz
voy comparando; y acuérdome de lo eterno,
y de las estaciones muertas, y de la presente
y viva, y su sonido. Así, en esta
inmensidad mi pensamiento anega,
y el naufragar me es dulce en este océano.
L’INFINITO
«Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quïete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare»
(Giacomo Leopardi)
«Sempre caro mi fu quest'ermo colle,
e questa siepe, che da tanta parte
dell'ultimo orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella, e sovrumani
silenzi, e profondissima quïete
io nel pensier mi fingo, ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infinito silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l'eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Così tra questa
immensità s'annega il pensier mio:
e il naufragar m'è dolce in questo mare»
(Giacomo Leopardi)
Gustvavo A. Bécquer (1836-1870), poeta español del
Romanticismo tardío, cultiva en sus Rimas este mismo tema, al que incorpora un
nuevo enfoque,
pues detalla de forma más directa que Leopardi esa experiencia de lo sobrenatural. En la rima VIII el poeta expresa su deseo de
disolverse en la niebla y anegarse en la luz de las estrellas, afán que en él
aparece unido a la conciencia de llevar algo divino en su interior. Desde este punto de
vista, la divinidad se hallaría en todo cuanto compone el Universo: el ser
humano disuelto en el Cosmos con la sensación de llevar en si algo de la
naturaleza divina.
¡Cuando miro
el azul horizonte
perderse a
lo lejos,
al través de
una gasa de polvo
dorado e
inquieto;
me parece
posible arrancarme
del mísero
suelo
y flotar con
la niebla dorada
en átomos
leves
cual ella
deshecho!
Cuando miro
de noche en el fondo
oscuro del
cielo
las
estrellas temblar como ardientes
pupilas de
fuego;
me parece
posible a do brillan
subir en un
vuelo,
y anegarme
en su luz, y con ellas
en lumbre
encendido
fundirme en
un beso.
En el mar en
la duda en que bogo
ni aún sé lo
que creo;
sin embargo
estas ansias me dicen
que yo llevo
algo
divino aquí
dentro.
En ambos poemas se
borran las fronteras entre lo natural y lo sobrenatural, entre el yo y la
naturaleza.
Gran artículo sobre dos grandes de la literatura. Gracias.
ResponderEliminar