El
último libro del club de lectura en el cual participo ha sido El labrador de
más aire, de Miguel Hernández, obra escrita en 1936 y publicada en 1937. Miguel
Hernández es, sobre todo, poeta, y su producción dramática, de valor desigual, no alcanza el nivel de sus poemas, aunque de ningún modo puede
negársele valor literario, que lo posee, sin duda.
El
labrador de más aire ha sido considerada teatro social. Podemos situar esta
obra en el contexto del teatro poético renovador anterior a 1939. Se trata de
un drama rural en verso, con tintes de tragedia, en el cual destacan
inmediatamente la influencia de dos obras de Lope de Vega, Fuenteovejuna y El
comendador de Ocaña, y la de la lírica primitiva española en lo referente al simbolismo
de las flores y frutos, del mes de mayo
y del toro en relación con el amor. Otros elementos simbólicos, como los
cuchillos, las tareas de labranza o el arado dotan el texto dramático de significado y descartan cualquier sospecha de
costumbrismo en la representación dramática de la vida de los labradores.
El
argumento se nutre de dos conflictos. El primero, el amor que siente
Encarnación por Juan, enamoradizo y deseado por todas, es problemático a nivel personal y familiar,
pues son primos. Además, a lo largo de la obra vemos que todos aman a quien no
les ama. El segundo conflicto se da con la llegada al pueblo de don Augusto, el
dueño y señor de todo, acompañado de su hija Isabel, de la cual Juan se
enamora. Don Augusto se comporta como un déspota y un tirano que rompe la
armonía de la vida pura y natural de los labradores del lugar, introduciendo en
ella la violencia y las bajas pasiones que la quebrarán trágicamente.
Cuando
llegan don Augusto e Isabel, se instalan en casa de Blasa, madre de Juan y tía
de Encarnación. Estos dos personajes son gente de ciudad que ignora y desprecia
la vida y los ritmos de la gente del campo. La propiedad rural es solo un
recurso económico que debe proporcionar riqueza y estar siempre al servicio del
señor, que además pretende someter a su capricho las vidas de los hombres y
mujeres que trabajan en sus tierras. Blasa, por su parte, se identifica
totalmente con la vida de aldea y con Castilla.
Tenemos, por tanto, dos visiones y dos modos
de conducta opuestos y enfrentados. Lo mismo que en la lírica primitiva
castellana, el ser humano y sus sentimientos e historias de amor aparecen
integrados en los ciclos de la naturaleza y marcados por las tradiciones que de
estos se derivan. Los labradores y sus mujeres son presentados como “seres
naturales”, unidos a la tierra a la cual pertenecen, como los otros seres
vivos. Don Augusto y su hija son los “poderosos”, similares a los de las obras
de Lope, que rompen la armonía, introducen el caos y la injusticia. Es
precisamente la conducta de don Augusto, que representa claramente al
explotador del trabajador del campo, del que no duda en abusar y aprovecharse
para sus malas intenciones, la que despierta en Juan la reivindicación de
justicia social y de respeto por el trabajo del campesino.
Hay,
no obstante, un desequilibrio en la obra que, en mi opinión, impide que la
podamos considerar plenamente una obra de contenido social. Ello se debe a que
toda la parte argumental referida a las historias de amor de los personajes,
principalmente de Juan y de Encarnación, y de los conflictos que de ellas se
derivan tenga muchísimo más peso y más desarrollo en el drama que los hechos
que se producen a consecuencia de la actuación de don Augusto, de Isabel y de
Alonso, peligroso rival de Juan. Además, el final de la obra, en el que don
Augusto y Alonso sacan mutuo provecho para vengarse de Juan, está marcado por
las pasiones y los sentimientos de los personajes, más que por cuestiones de
tipo social, que tienen escaso despliegue.
Se
trata, en mi opinión, de un drama con final trágico que no alcanza el nivel de
tragedia. Es cierto que aparece el coro en la figura colectiva de labradores o
labradoras, pero sus intervenciones no aluden principalmente a cuestiones de
amor. Juan, por su parte, es el perfecto labrador que se halla más implicado y
actúa más en los asuntos amorosos que en los sociales. Aunque en algunos
momentos, sus afirmaciones y su autodefinición como hombre libre frente al
poder pueden hacernos pensar otra cosa. En su final, rápido y repentino, por lo demás, su
insumisión queda diluida por la alianza entre el poderoso y Alonso, que toda la
vida ha envidiado a Juan y le odia a muerte.
A
diferencia de las obras de Lope, no hay en El labrador de más aire un personaje
con poder reconocido y aceptado por todos que restaure el orden alterado por el
poderoso injusto y tiránico. Este es un aspecto temático de la obra que también
carece de desarrollo. El hombre puro y natural está indefenso ante la
injusticia, la prepotencia y la crueldad del poderoso: el hombre está solo
frente al mal. Juan, como personaje, carece de esa conciencia, lo cual le resta
protagonismo trágico.
Encarnación,
en suma, aunque la obra lleve por título El labrador de más aire, es el
personaje más coherente de principio a fin, más completo y más real de entre
cuantos aparecen. Las palabras finales de Encarnación constituyen un bello
texto que recuerda las de Melibea. Mi opinión es que pesa más el oficio de
poeta que el de dramaturgo, y que probablemente las circunstancias de la vida
de Miguel Hernández y de su compromiso político y social propiciaron la
creación de una obra marcada por la inmediatez, que aunque no se sitúa en lo
mejor de su producción, se lee disfrutando de la palabra de un gran poeta.
Si
alguien está interesado en ver un documental interesante y bonito sobre la vida
de Miguel Hernández, que se rodó para conmemorar el centenario de su nacimiento, aquí incluyo el enlace siguiente de RTVE:
Este
comentario que acabáis de leer, si habéis tenido la paciencia de seguirme, es
fruto de una lectura placentera e interesada de verdad por la obra de un poeta
genial a quien admiro profundamente. No me extiendo más en temas que podría
comentar para completar esta opinión, pues si quieres que te lean en el blog,
no canses al personal. ¡Hasta pronto!