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martes, 2 de agosto de 2011

Poema del mes. Agosto: Emily Dickinson

No puede decirse que la poesía de Emily Dickinson (Amherst, 1830-1886) sea fácil. Cuesta un poco entrar en ella. Es un reto. Pero tampoco es que sea difícil. Para mí, es enigmática, sorprendente, hay en ella un misterio que invita a seguir leyendo para conocerla mejor más allá de una mera lectura superficial. Algunos poemas resultan claros y a otros los encuentro francamente oscuros. Harold Bloom opina que "hay que leerla preparado para luchar on su originalidad cognitiva" y considera que es una escritora de tan difícil definición como Shakespeare. Releerla, volver a ella de vez en cuando, habiéndose interesado por su biografía y el contexto en el que vivió y escribió, tiene su premio: se va penetrando cada vez un poco más en el sentido de muchos de los poemas y puede apreciarse entonces la belleza de los textos.

La antología que yo tengo es la de Visor, con los poemas traducidos al castellano por Marià Manent, gran conocedor de la poesía de Emily Dickinson. De este libro he seleccionado dos poemas que me parecen preciosos:

DEJÓ UNA MARIPOSA SU CAPULLO

Dejó una mariposa su capullo
como cruza su umbral alguna dama,
una tarde de estío;
por doquiera vagaba

sin que yo adivinara su propósito,
salvo el de recorrer la lejanía
en empresas variadas
que el trébol comprendía.

Su lindo parasol podía verse
abriéndose y cerrándose en un campo
donde segaban heno, y luego en pugna
con una nube que le salió al paso,

donde otras mariposas, fantasmales
como ella, dijérase que iban
hacia la Nada, en corros sin propósito,
que un tropical cortejo parecían.

Y si estaba la abeja atareada
y la celosa flor daba su aliento,
aquella perezosa compañía
las iba desdeñando desde el cielo;

pero vino, marea dominante, el crepúsculo,
y los hombres que allí segaban heno,
y la tarde, y aquella mariposa
en su mar se extinguieron.
                                  (Hacia 1862)


SI NO ESTUVIESE VIVA CUANDO VUELVAN

Si no estuviese viva cuando vuelvan
los petirrojos, al de la encarnada
corbata, en mi memoria,
echadle una migaja.

Y si las gracias no pudiese daros
porque profundamente ya me hubiese dormido,
bien sabréis que lo intento
con labios de granito.
                                     (Hacia 1860)

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